La marcha por nuestras vidas

La marcha por nuestras vidas
Por:
  • valeria_lopez_vela

El sábado vimos una de las manifestaciones más sensibles de los últimos tiempos. Miles de estadounidenses salieron a las calles a defender su derecho a la vida y oponerse a la venta irrestricta de armas que ha cobrado tantas vidas, especialmente en escuelas y universidades.

Mirar a niños y a adolescentes con carteles ha dado un toque muy especial a esta manifestación: el futuro nos ha alcanzado y está hablando fuerte por la defensa de sus derechos. Ignorarlo es tan torpe como poner vino nuevo en odres viejos.

La marcha es una manifestación más de que los derechos humanos deben estar por encima de la lógica del mercado y de los delirios de los políticos advenedizos. Hay que defender los derechos humanos por encima de cualquier filiación partidista o convicción económica.

La administración Trump, la peor pesadilla de cualquier analista político, ha dejado cosas buenas; ninguna impulsada por la Casa Blanca, sino por la sociedad civil organizada —ese ente malévolo que los fascistas temen— y que se ha traducido en la Marcha por las mujeres y la Marcha por nuestras vidas. Ambas fueron movilizaciones multitudinarias que defienden los derechos de las mujeres y el derecho a la vida, respectivamente. En ellas, las multitudes han recordado al presidente y a los políticos que la calle es nuestra y que primero se van ellos antes de ceder un ápice en la defensa de nuestra dignidad.

Fue conmovedor escuchar los discursos de los estudiantes, de los profesores, de los sobrevivientes. Sus palabras tienen más eco en las conciencias y en los corazones de los ciudadanos; pero los billetes de la Asociación Nacional del Rifle marcan las acciones de los políticos y, hay que decirlo, del propio Trump.

El cinismo del actual habitante de la Casa Blanca tocó fondo cuando propuso armar a los maestros para acabar con las matanzas; tan absurdo como proponer más drogas para acabar con la drogadicción: ¡Que aumenten las ganancias de la Asociación del Rifle, que se muera quien se tenga que morir, que los profesores la hagan de niñeras con pistolas! Hay personas cuyas ideas son dictadas por el ancho del fajo de billetes que se les pone en frente; Trump es de esos.

¿Cambiará esto la posición de la actual administración? No. Pero los funcionarios tienen claro que sus tropelías pasarán factura, que encontrarán resistencia; que revertir la cultura de los derechos humanos va a ser más difícil de lo que sospechan. Y que las elecciones de noviembre están a la vuelta de la esquina.

La sensibilidad de las sociedades ha cambiado. Tantos años de insistir en los principios del liberalismo —tolerancia, autonomía, libertad— han dado fruto. Durante años mendigamos los derechos; después, los exigimos. Hoy, no tenemos miedo de defenderlos a toda costa.

Profesora Investigadora en la Universidad Anáhuac