La normalización de lo normal

La normalización de lo normal
Por:
  • montserrats-columnista

Cada vez nos sorprende menos la actuación de ciertos líderes políticos. Entre las publicaciones con desvaríos nocturnos de Trump y sus continuos ataques a todos los que no estén de acuerdo con él, el panorama americano se vuelve preocupante.

Los populismos son peligrosos. En Estados Unidos, un país orgulloso de su sistema democrático avanzado, tenemos una presidencia autoritaria que sigue los caprichos de un líder que no teme mostrar su desprecio hacia los que no son y piensan como él.

Otorgar el completo perdón presidencial a un personaje como Joe Arpaio es un reto directo al poder judicial en Estados Unidos. Este personaje infame había sido encontrado culpable por desacato a la corte en un juicio en torno a la discriminación racial. Arpaio, al más puro estilo de lo que después veríamos en Trump, desafió a la corte, cuando ésta le ordenó dejar de arrestar personas latinas sin ningún motivo en su cruzada antiinmigrante puesto que violaba los derechos humanos, declarando que él seguiría actuando igual sin importar quién le dijera lo contrario. Ahora Trump respalda ese desacato a la autoridad mostrando que, siempre que seas un apoyador de Trump, puedes violar la ley e ignorar el sistema de justicia.

Este desplante es especialmente peligroso si lo consideramos el siguiente acto luego del escándalo en el que se convirtió la tibieza con la que el presidente intentó condenar los ataques de la extrema derecha nazi en Charlottesville. Uno pensaría que es una imprudencia lanzar el perdón a Arpaio inmediatamente después de ser cuestionado por alentar a grupos racistas… pero ahora más que un error, parece un acto deliberado.

¿Qué mensaje está mandando el presidente? Claramente no es uno de respeto al sistema de justicia y, en especial, a los jueces. Tampoco es un mensaje de unión al pueblo norteamericano, cosa que hubiera sido de esperarse con un mandatario que no ganó el voto popular. Mucho menos es un mensaje de institucionalidad y democracia.

Trump está precipitando a Estados Unidos a una era de división y violencia. Su figura encarna los valores de la sobrevivencia del más fuerte y la aniquilación del débil. Él pretende gobernar a golpe de decreto presidencial y ha decidido chantajear y presionar a los legisladores o gobiernos estatales que no se dobleguen a sus mandatos. Y ahora muestra nuevamente que tampoco el poder judicial representa para él un límite a respetar.

Este presidencialismo ataca el corazón mismo de la democracia norteamericana y debería ser denunciado con mayor energía por miembros del propio Partido Republicano, siguiendo el ejemplo de los expresidentes Bush y de McCain. ¿Dónde está Paul Ryan? ¿Por qué permiten que este tipo de actitud anormal se normalice?