La ruptura chilena

La ruptura chilena
Por:
  • Martin-Vivanco

En 1988, mediante un plebiscito histórico, Chile dejó atrás 16 años de dictadura y retomó su senda democrática. Los partidos de izquierda se aglutinaron en un coalición entonces llamada “Concertación” y después nombrada “Nueva Mayoría”. Esa coalición resultó por demás exitosa. Gobernó Chile por casi 25 años –salvo el interludio gobernado por Piñera– y reformó, literalmente, el país. Su receta fue simple: aceptar el mercado como hecho político. Es decir, saber que el Estado es quien crea al mercado, y que éste es tan sólo un instrumento más para conseguir bienes públicos. De ahí el paradigmático éxito chileno. Fueron gobiernos de una izquierda moderna, con estadistas de la talla de Ricardo Lagos a la cabeza, que trajeron una prosperidad inusitada y crearon una clase media robusta, bien informada, y políticamente muy activa. Cuando Michelle Bachelet llegó por segunda vez a la presidencia, se creía que la coalición sería invencible para rato. Pero en política hay de todo, menos certezas. Hoy esa coalición se desmorona y la derecha, liderada por Sebastián Piñera, tiene altas probabilidades de ganar en las próximas elecciones presidenciales. ¿Qué pasó? Veamos.

Una coalición es exitosa en tanto sus partes están alineadas hacia un mismo objetivo. Por un tiempo, la coalición chilena estuvo así: sus integrantes –desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista– sabían que debían concentrarse en una sola cosa: desterrar la sombra de la dictadura. Por ello se concentraron en maximizar todas las libertades, desde las económicas hasta las políticas. El problema fue cuando hubo un choque entre ambas.

El ejemplo arquetípico de esto fue el caso educativo: las protestas estudiantiles de 2011 pedían –y piden– una sola cosa: que la educación no sea vista como un bien de mercado sino como un derecho, y por lo tanto, que el Estado lo otorgue gratis. Lo interesante es que la protesta continúa hoy vigente, aún y cuando hay un gobierno de izquierda –el de Bachelet– y varios de sus entonces líderes son ahora diputados –Camila Vallejo, Giorgio Jackson, Gabriel Boric, Karol Cariola–. Y es que el nudo que se forma es muy complicado de desenredar: toda política pública cuesta dinero, toda. Y hay que escoger entre cobrar más impuestos o privatizar más; esa es la cuestión. En Chile se llegó a un exceso en las privatizaciones y fue cuando surgen las voces más extremas que piden poner un alto a eso. Entonces la pugna se hace ideológica, como dice Carlos Peña: todo fruto devendrá del árbol prohibido, del capitalismo, todo será un resultado del consumo, del fetichismo de las mercancías, una enajenación. Es ahí cuando emergen las posiciones extremas que piden deshacer todo (la famosa “retroexcavadora”), sin tomar en cuenta las conquistas sociales alcanzadas. Eso rompió el acuerdo básico que se tenía y sucedió al inicio del gobierno de Bachelet.

La fractura que vemos hoy, por tanto, es una consecuencia de esa ruptura. La “Nueva Mayoría” no supo sostener el equilibrio mantenido durante dos décadas: un equilibro entre el Estado y el mercado, entre la libertad individual y el bienestar colectivo. Con Bachelet se llegó a un punto de querer refundar el Estado chileno, de pensar que el mundo pedía las vetustas respuestas de los años sesenta: socialismo, comunismo, dialéctica, Cuba, Chávez, etcétera. Por eso hoy surge un nuevo Frente Opositor de corte liberal, lleno de jóvenes que antes comulgaban con la “Nueva Mayoría”, pero que ya no encuentran cabida en sus posiciones. Sin embargo, esta fractura, aunque oxigenará a las izquierdas de toda América Latina, me temo le saldrá muy cara a Chile: prácticamente le pavimenta el camino a Piñera para su reelección. Otra vez: las dudas de la izquierda la condenan al fracaso. Otra vez.