La sublime imperfección

La sublime imperfección
Por:
  • larazon

Mónica Garza

Gustavo: Cuando viene naciendo Gus, inmediatamente la cara del cirujano lo delata y mientras iba saliendo empezamos a ver la realidad. María Elena: Él (mi esposo) estaba parado detrás de mí, se aproximó y me dijo: “Gus está bien nada más que, pues, tiene características diferentes y…”

María Elena: ¿Pero qué características diferentes?, le pregunté. A mí lo que me preocupaba era escucharlo llorar.

Gustavo: Y se hizo un silencio que parecía eterno. Hasta que por fin lograron de alguna manera estimular a Gus y lloró… Y los demás congelados, todos congelados, el anestesiólogo, el cirujano, la neonatóloga… Fue un momento de impacto, y bueno, pues todo era a través de las miradas.

María Elena: No hubo tiempo de lamentaciones.

Lo que acaba usted de leer es textualmente cómo me narraron Gustavo y María Elena Sánchez —padres del campeón paralímpico de natación Gustavo Sánchez—, el día que

nació su hijo.

Un niño que llegó al mundo con signos vitales perfectos pero con malformación congénita en ambas piernas y el brazo derecho.

María Elena de inmediato entendió —y se lo haría entender a su hijo muy pronto—, que el mundo en el que había nacido no tendría espacio para una burbuja independiente para él.

Tendrían que enfrentar la vida a partir de ese momento con las condiciones que tenían, porque no iban a cambiar y había que salir adelante.

No habría lástima ni sobreprotección para Gus, sólo amor y todo lo médicamente necesario para que su calidad de vida fuera la mejor.

Conseguir que pudiera asir una cuchara, eventualmente escribir, y principalmente recibir las prótesis que empezó a usar desde muy pequeñito para que al menos psicológicamente se advirtiera completo.

La primera intervención quirúrgica de Gustavo fue emocionalmente la más dolorosa para sus padres, quienes tuvieron que tomar la dificilísima decisión de amputar la única pierna que el niño tenía completa.

Porque de acuerdo a los diagnósticos médicos, retirando tibia y peroné, la pierna sería mucho más funcional con una prótesis.

Gustavo Sánchez me contó que eso lo recuerda apenas. Tenía alrededor de tres años y sólo tiene la imagen de su pierna con “tachecitos rojos”

dibujados en ella.

Hasta el día de hoy el nadador ha usado poco sus prótesis que —dicho sea de paso— de nada le sirven en su verdadero elemento, el agua, que descubrió a los seis meses de nacido.

Su padre describe el momento como “un pez sorpresivo e inesperado en la alberca”, lo que le reveló claramente hacía dónde había que dirigir al niño.

Gustavo me confesó que de su infancia recuerda poco, hasta los seis años, justo antes de entrar a nadar en la alberca que lo vio nacer como competidor en Pumitas Natación de la UNAM.

A los nueve años ganó su primer medalla de oro y asegura que en el momento en el que se la colgaron al cuello decidió formar parte de la selección nacional de paralímpicos. Empezó a soñar con las olimpiadas.

En su primer competencia internacional —Campeonato Mundial Juvenil Nueva Jersey 2008— obtuvo tres medallas de oro en estilo libre y dorso. Eso lo convirtió en una de las grandes promesas de la natación mexicana a

nivel internacional.

Una promesa cumplida cuando llegó —a sus 19 años— al podio más alto al que un deportista puede aspirar, el oro en las Olimpiadas de Londres 2012.

Hoy, tres años después, Gustavo Sánchez sigue haciendo honor a su determinación. Llegó a los Juegos Parapanamericanos Toronto 2015 a competir en siete disciplinas acuáticas y en las dos primeras se colgó al cuello dos medallas de oro.

Indudablemente los mejores aliados de este atleta mexicano, a lo largo de su vida, han sido su fortaleza mental y sus “alas para volar”, mismas con las que también se va preparando para otra vida que algún día quiere vivir y a la que asegura, no definirán las medallas:

“Gus se define por lo que hace y por cómo es en persona… ¿De qué te sirve tener todas las medallas del mundo y todos los reconocimientos del mundo si por dentro estás muerto?, ¿no?

“Yo quiero verme como un padre exitoso, como un buen padre, que esté ahí con sus hijos”.

Me dijo Gustavo Sánchez la última vez que platiqué con él, y me dejó una gran lección.

monica.garza@razon.mx

Twitter: @monicagarzag