Las joyas del pensamiento

Las joyas del pensamiento
Por:
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Claudia Guillén

El llamado padre del género ensayístico, Montaigne, nos heredó la premisa de que esta forma de enunciar se sustenta en que quien escribe lo hace sobre un tema que lo obsesiona. Y toma este tema para dialogar, en principio, con uno mismo y, posteriormente, con quienes compartan esa misma obsesión. Se trataría, pues, de ensayar a través del conocimiento para desmenuzar la idea en cuestión, hasta desgajarla por completo.

En nuestro país tenemos grandes representantes como José Vasconcelos, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Isidro Fabela, José María Pérez Gay, Rosario Castellanos, tan sólo por mencionar algunos, que fueron piezas fundamentales en el transcurso del siglo XX para afianzar el camino del conocimiento: sus ideas surgían como una suerte de lluvia pertinaz cargada por las joyas del pensamiento.

En este contexto emergen las generaciones representativas de cada época. Una de ellas, sin duda de gran importancia, se trata de un conjunto de nuevos autores que nacen a finales de los años treinta y que pulsan a una Latinoamérica en donde se están gestando diferentes movimientos sociales —como en su momento ocurrió con los exiliados de la República Española—, que permitió que algunas inteligencias de otras latitudes se unieran a las voces nacionales. Me refiero a la generación de Mascarones que estaba integrada por: Jaime Sabines, Dolores Castro, Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Manuel Durán Gili, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Otto Raúl González, Augusto Monterroso, Sergio Galindo, Luisa Josefina Hernández y Rosario Castellanos. Así poetas, dramaturgos, ensayistas y narradores se reunían en lo que fue la Facultad de Artes de la Real y Pontificia Universidad de México, en el año de 1951. Y este recinto colonial, siglos más tarde, se convertiría en el Facultad de Filosofía y Letras de la de la UNAM.

Quizá no resulta tan sólo una mera coincidencia que en el mismo espacio donde se dio la primera Universidad, fundada en el antiguo virreinato de la Nueva España, haya una huella que se trasmitió hasta los días de estos importantes escritores de la tradición mexicana.

Mascarones se encuentra en Ribera de San Cosme en la colonia Santa María la Ribera, a ella vinieron a estudiar desde Tuxtla Gutiérrez y Comitán, Chiapas, Jaime Sabines y Rosario Castellanos, respectivamente, junto a los demás compañeros que mencioné líneas arriba y que procedían desde Nicaragua, Guatemala, Veracruz y la Ciudad de México.

Entonces, Mascarones se muestra como el ágora que conjunta a estos jóvenes que, más adelante, son el semblante robusto de diversas manifestaciones artísticas: teatro, poesía, ensayo, narrativa. No creo exagerar al decir que cada uno de ellos contribuyó de manera muy importante a estos ejercicios, que tanto dan a la cultura nacional e individual.

El 25 de mayo de este año se celebró el 90 aniversario del nacimiento de Rosario Catellanos. Quien murió el 7 de agosto de 1974, cuando ocupaba el cargo de embajadora en Israel. Su prematura y trágica muerte no sólo dejó consternados a sus contemporáneos y a sus lectores, sino que inspiró “Un recado”, de su gran amigo y paisano Jaime Sabines, en el cual recoge el sentir de muchos.

Hablar de Rosario Castellanos es hablar de una inteligencia muy cercana a la que imaginaba Montaigne. Mujer inquieta, honesta, preocupada por las causas de los que menos tienen. Atormentada siendo congruente con esa misma naturaleza que encaminó sus pasos para un destino lleno de preguntas que a veces no tuvieron respuesta. Celebrar su nacimiento es celebrar a una de las piezas más importantes que conforman el rompecabezas del pensamiento mexicano. Es pues un festejo a todas luces, su obra sustenta mi dicho, acérquense a ella y verán. Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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