Las lluvias como metáfora nacional

Las lluvias como metáfora nacional
Por:
  • larazon

Salvador Camarena

México, un país árido, padece sed buena parte del año, pero de tanto en tanto y durante algunas semanas se descubre anegado, desbordado por agua que dejará destrucción, y más pobres aún a los que ya eran pobres.

El embate de fenómenos meteorológicos —como en las últimas horas ha ocurrido con Ingrid y Manuel— nos desnuda como sociedad: no aprendemos, no cambiamos, nos aferramos a una suerte que ha dado muestras de sobra de que nos será adversa apenas llueva un poco más de lo normal.

Vemos venir la tempestad y no nos hincamos. La semana pasada el meteorológico nacional advirtió hasta el cansancio sobre lo que venía, y aún así todos conocemos a alguien que mantuvo sus planes para vacacionar en el feriado por la independencia en alguno de los sitios que ya aparecían en el radar de la tormenta. Descreemos de científicos y técnicos capaces y probos como los del meteorológico, y nos refugiamos en el melatismo.

Nos maravilla la solidaridad que mostramos en medio de esta tragedia, pero somos tan solidarios en la emergencia como desidiosos y poco colaborativos a la hora de la prevención.

En estas coyunturas las autoridades son puestas a prueba. Peña Nieto sorprendió. Contrario a lo que ocurría cuando fue gobernador del Edomex, que llegaba tarde a zonas inundadas, ahora desde la noche misma del Grito se colocó en la agenda de la tragedia. El traslado de parte de su gobierno, y de él mismo, a Acapulco, habla bien de su reacción. Por cierto, todo lo contrario a Miguel Ángel Mancera, quien hace diez días dejó solos a los habitantes de Iztapalapa, que padecieron una tromba inédita.

Ahora, el gobierno de la República anuncia un nuevo programa de vivienda para que los acapulqueños, y otros guerrerenses, no vivan donde nunca debieron vivir, en zonas que llegado el momento el agua reclamará como su cauce. Pero antes de que se instrumente este nuevo programa alguien debería de mirar a Tabasco y aprender, aunque fuera de manera tardía, la lección: no hay memoria de lo que trajo consigo la inundación de finales de 2007. Los gobiernos de entonces nunca hicieron un manual sobre esa tragedia. Entonces llegó dinero a raudales y todo eso se lo engulló la trampa y la corrupción. Hoy discutimos, por ejemplo, cómo fue que se compraron los terrenos, lejanos y sin servicios, que se dieron a los tabasqueños damnificados: unos se enriquecieron y otros siguieron igual o más jodidos que antes.

Llegan las lluvias y recordamos qué gran soporte tenemos en el Ejército y la Marina. Y también, en estas ocasiones, surgen raros protagonismos: ¿qué hacía el comisionado Manuel Mondragón “recibiendo” personalmente ayer a turistas que eran por fin trasladados a la ciudad de México? ¿Era lo mejor que podía hacer en medio de la emergencia nacional?

Seguro que hay otro sistema para no pasarnos buena parte del año lamentando de que las presas están vacías y luego preocupados porque en tiempos de lluvias varias están a punto de reventar. Y en medio de estos diluvios, deberíamos discutir qué hacemos con la dispersión geográfica de tantas poblaciones, que las condena una marginación perenne.

La lluvia deja al descubierto algunos de nuestros defectos y, también es cierto, algunas de nuestras virtudes. Ojalá parte de las segundas fuera que de una vez por todas planificáramos cómo mitigar al máximo posible el impacto de eventos ciertamente no tan impredecibles.

salvador.camarena@razon.mx

Twitter: @salcamarena