Leyes y laberintos

Leyes y laberintos
Por:
  • larazon

Gamés daba paseos pequeños por el amplísimo estudio con las manos cruzadas en la espalda y el ceño fruncido. Leyes, reformas, legisladores. Gil lo dice rápido: no entiende ni jota. La Ley de Seguridad Nacional resulta ser una amenaza a la democracia, un llamado al autoritarismo, una enorme roca que baja la colina —y abajo estamos nosotros—. Lo dicen propios y extraños.

En su periódico El Universal, Pedro Salazar dice que lo que proponen los diputados del PRI y el PAN equivale a ensartarse en la navaja (“Seguridad Nacional: la Puerta Falsa”. 28 de abril, 2011). Ensartarse en la navaja, algo grave, medita Gilga. “La reforma arroja dos bolas de fuego al corazón constitucionalista”. Madre mía, fuego en el corazón legal del país.

“Constituye un paso hacia la perpetuación de la excepcionalidad militarizada en la que estamos viviendo”. Éste es el resumen de la reforma de marras (gran palabra). “México, hoy, es una brasa ardiente”, escribe Salazar. Gil está de acuerdo, si no fuera ardiente sería sólo una ceniza, y no es el caso. Ya en serio: si lo dice Pedro Salazar, jurisconsulto de fuste y fusta, no puede sino guardar razones serias.

Gil Gamés se ha impuesto como disciplinada tarea no creerle ni una palabra a Porfirio Muñoz Ledo. Pero ni una, ni por escrito (es un decir) ni en sus históricas alocuciones republicanas. Resulta entonces que para el tribuno Muñoz el gran peligro de la Ley de Seguridad Nacional “es que en un estado de militarización se dé poder al Ejército que está anunciando cómo se quiere gobernar”. Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y meditó: aquí hay problemas. Si Gamés considera atendible la opinión de Pedro Salazar y gelatina yellow los argumentos de Muñoz Ledo, esto quiere decir que ha ocurrido una colisión cognoscitiva (oh, sí: co-co). Es cierto que además el Tribuno le pone crema a sus tacos: “entregar el poder al Ejército es entregárselo por debajo de la mesa al poder militar estadounidense. Sin embargo, Estados Unidos no gana nada, absolutamente nada, con que México sea un incendio”. ¿Ya vieron por qué no hay que creerle nada a Porfirio? Genial el Tribuno:

Estados Unidos nada gana con un incendio en un país con el que comparte una enorme frontera. Pues no, la verdad es que no sólo no ganaría nada, más bien perdería algo. El Tribuno zahiere (grandísima palabra) como pocos: “los diputados del PAN no se están dando cuenta de que el compromiso con el ejército va a ser con Peña”. Talán, talán, talán: Muñoz Ledo le ha entregado la presidencia a Peña Nieto. Pero no nos desviemos.

No hemos terminado con la Ley de Seguridad Nacional. Rosario Ibarra de Piedra escribe en su periódico El Universal: “Estas reformas pretenden institucionalizar lo que venimos diciendo desde hace más de cuatro años: un estado militarizado (con claros tintes pinochetianos), mal conducido, en el que no se soluciona el terrible problema de la inseguridad y en el que se atropellan cotidianamente las libertades públicas”. Cof, cof: ¿Augusto Pinochet? El militar que derrocó a Salvador Allende e impuso una dictadura en Chile, ¿de eso habla la señora Ibarra? Gil no sabe cómo hemos llegado hasta aquí, lo que sí sabe es que esa Ley de Seguridad es una rara flor de unanimidad: todos están en contra. Por lo que toca a Gilga, se dedicará a estudiar en la Escuela Libre de Derecho, más tarde realizará un posgrado en Italia y un doctorado en Berlín, pues ya para entonces hablará alemán. Entonces tendrá una opinión sobre esa ley.

Ya lo saben: los viernes Gamés va a tomar la copa con amigos verdaderos. Antes de entrar en materia, es decir platicar de mujeres y sexo, Gil le permitirá presentarse a la frase de Séneca: “Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad”.

Gil s’en va

gil.games@3.80.3.65