Los locos años veinte

Los locos años veinte
Por:
  • claudia_guillen

Sabemos que la comunicación se da a través de distintos lenguajes y que cuando éstos se unen podremos encontrar una forma, aún, más efectiva de trasmitir un mensaje. En el caso de las disciplinas artísticas se han dado diversos ejercicios que interactúan entre sí y con ello se logra, en la gran mayoría de los casos, un ejercicio estético de gran calidad.

En esta misma idea la editorial Mirlo se ha dado a la tarea de recuperar clásicos de la literatura universal para traducirlos además de invitar a un artista plástico para que ilustre la historia que se enuncia. Es decir, llevan a cabo un diálogo, por demás afortunado, entre el lenguaje plástico y el lenguaje narrativo de ficción.

Gracias a esta colección podemos reencontrarnos, o encontrarnos, con una de las novelas más representativas del siglo XX: El gran Gatsby, de Scott Fitzzgerald, libro que abre con el prólogo, del también escritor Gerardo de la Torre: texto por demás atinado que nos permite transitar de manera más cercana por aquel mundo que construyó Fitzzgerald de aquellos locos años veinte que estaban dejando atrás una guerra que marcó un antes y un después en la forma de vida.

De igual forma, y por ser una edición de perfil multidisciplinario, el lector tendrá la posibilidad de contemplar imágenes concebidas y creadas para esta empresa por el pintor Javier Areán. El resultado de este maridaje de estos lenguajes es que se logra constituir un relato visual que va de la mano del relato escrito para conformar un libro-objeto que se puede apreciar desde distintas formas y en distintos tiempos.

Quien esto escribe leyó, por primera vez, esta novela cuando apenas rebasaba la segunda década de vida. Y en aquellos años sus protagonistas, que rondaban la tercera década de vida, me mostró cómo “la gente mayor” llevaba su vida social de una forma un poco desordenada y divertida lo que motivó mi deseo de contar con más años para poder parecerme a ellos, por lo menos, en algo. De igual forma, la prosa perfecta del autor me internó en ese mundo en donde el glamour y la aparente despreocupación por la vida los hacían personajes, en la mayoría de los casos, entrañables.

Hace unos días hice una relectura de esta pieza literaria, y si bien es cierto que la edad ya no fue un tema, sí lo fue reencontrarme con un relato sólido e impecable: por su estructura, su historia y su forma ser contado. Esta experiencia que les comparto no puede ser mejor descrita que como lo hizo Italo Calvino y que cito a continuación:

“Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial que consigue hacerse olvidar como tal, pero que deja su simiente.”

Por lo anterior, confirmo que El gran Gatsby es un clásico que relata la historia de amor idílico que siente, Gastby, el protagonista por Daisy, de quien se había prendado cinco años atrás, -es el verano de 1922 donde trascurre la mayor parte de la historia-, y ese amor se interrumpe porque él tiene que ir a combatir a la Primera Guerra Mundial. Es la guerra la que rompe con las intenciones de este joven y la de quienes vivían en esa época. Sin embargo, cuando ésta termina parece que dota de una libertad muy particular para los que la vivieron y padecieron para transformarlos en supervivientes de un pasado inmediato al que querían borrar del todo semejante a lo que hizo Gatsby con su propia vida.

En el caso de esta fábula, el autor escoge como personajes a hombres y mujeres muy adinerados que pueden viajar por el mundo y elegir cualquier destino que se les antoje seguir. Daisy está casada con un hombre que tiene ideas conservadoras con respecto a la raza, pero no tiene empacho en ser amante de la mujer de un mecánico.

Por su parte Gatsby ha logrado crear una leyenda a partir de las grandes fiestas que ofrece y a las llegan propios y extraños: donde no hay ningún reparo para ofrecer alcohol, música y cobijo para quien quiera tomarlo. Las legendarias fiestas de este personaje se comentan hasta en Nueva York. Al tiempo que se la sociedad va construyendo varias leyendas en torno a su persona pues desconocen cuál ha sido biografía: asesino, contrabandista, espía alemán, primo hermano del diablo, entre otras tantas.

Dejando a un lado que en realidad la historia de este personaje es huidiza por naturaleza, pero por su origen humilde y para lograr el amor de aquella mujer que lo ha mantenido aferrado a un destino que no le pertenece y que lo deja en una suerte de orfandad indentitaria.

Esta novela es un retrato de esa época y un retrato del gran mosaico que forma las conductas humanas. La capacidad de Fitzzgerlad para recrear atmosferas es asombrosa pues no deja que ningún detalle distraiga la atención del lector. Con esta nueva salida editorial y las ilustraciones del maestro Javier Arián tenemos la oportunidad de internarnos en la estética y la vida de quienes habitaron ese mundo erótico como una muestra de su ruptura con el pasado de la Gran Guerra.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

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