Los papas, la polémica y la agenda

Los papas, la polémica y la agenda
Por:
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Horacio Vives Segl

Evento sin precedentes en una de las instituciones más longevas y trascendentes en la historia de la civilización occidental. Fueron canonizados dos pontífices, Juan XXIII y Juan Pablo II, en presencia de otros dos, el Papa Francisco y el Emérito Benedicto XVI. Así, la Iglesia Católica incorpora a su cielo a dos nuevos santos. Más allá de sus méritos espirituales —discusión en la que no me voy a meter— comento aquí algunos aspectos históricos sobre la actuación de los recién declarados santos, no como líderes religiosos, sino en su doble carácter de jefes de Estado y de líderes de opinión.

Juan XXIII. A pesar de lo relativamente breve de su pontificado (1958-1963), inició uno de los cambios más significativos tanto en la doctrina como en la liturgia católicas, con el propósito de acercarse a las masas, en una época de creciente desapego. Con el Concilio Vaticano II —cuyas definificiones serían completadas por su sucesor, Pablo VI— la Iglesia Católica reconocía la necesidad de cambiar y adaptarse al mundo contemporáneo, establecer un diálogo con otras iglesias cristianas (en particular las ortodoxas) y otras confesiones religiosas, así como simplificar el culto (a partir de entonces, por ejemplo, las misas se dejaron de celebrar en latín y de espaldas a los fieles). Por otra parte, al tratarse de un pontificado en pleno auge de la Guerra Fría, uno de sus documentos centrales fue la encíclica Pacem in terris (1963), que respondió a sucesos recientes tan relevantes como la construcción del muro de Berlín, la crisis de los misiles en Cuba y el inicio de la guerra de Vietnam.

Juan Pablo II. Caso contrario, su pontificado (1978-2005) ha sido el tercero más largo de la historia de la Iglesia Católica, y además fue el primer papa no italiano en 455 años. Durante esos casi 27 años el polaco Wojtyla fue uno de los líderes políticos más influyentes del mundo. Políglota y carismático, determinó “sacar al papado de Roma”, haciendo numerosos viajes por el mundo con el propósito de que la inmensidad de creyentes que no tenían la posibilidad de viajar al Vaticano pudieran ver, en sus países de residencia, a su líder espiritual. Cronológicamente, fue actor y testigo del ocaso de la Guerra Fría y del surgimiento de un nuevo orden internacional. Por contar sólo algunas de sus intervenciones activas en ello: la regularización de la Iglesia Católica en países del bloque comunista, el triunfo de Solidaridad en Polonia, la visita a Cuba, la mediación entre Argentina y Chile por el conflicto del canal del Beagle, la condena a la invasión de Estados Unidos a Irak. Aunque cedió en cuestiones tales como el reconocimiento de errores cometidos por la Inquisición (como la condena a Galileo por sus “heréticas” teorías heliocéntricas), fue esencialmente conservador en la doctrina, condenó la Teología de la Liberación y, anacrónicamente, ante el surgimiento y expansión del SIDA y la explosión demográfica —especialmente en África—, mantuvo intactas las restrictivas normas católicas de moral sexual. La parte más polémica de su canonización tiene que ver con los múltiples escándalos de pederastia cometidos por sacerdotes, difundidos hacia el final de su pontificado (que en México tuvieron especial resonancia por el caso Maciel, y por cierto, para abundar en esa controversia, habrá que ver la reacción que genera la película Obediencia perfecta, de Luis Urquiza, que se estrena en nuestro país este fin de semana).

Benedicto XVI y Francisco. En comparación con su predecesor, el pontificado de Benedicto XVI fue breve (2005-2013) y sufrió la resaca del largo periodo juanpablista, tanto por lo que se refiere a las acusaciones sobre pederastia, como en lo relativo a las pugnas intestinas en la curia, que acabaron por llevar a Ratzinger a la renuncia. En contraste, el papado de Bergoglio —primer pontífice americano de la historia, y también el primer jesuita— ha brillado desde un principio, con potentes aires de renovación y gran fuerza discursiva, marcada por la restauración del argumento de la “opción por los pobres”, así como una cierta liberalización y tolerancia. Gracias a ello, y por supuesto a su innegable carisma, en poco más de un año Francisco ha ganado una gran cantidad de adeptos y todo tipo de reconocimientos, incluso más allá de la grey católica. Las acciones para atender a las víctimas de los abusos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia y castigar a los agresores, las declaraciones de tolerancia hacia los homosexuales, los divorciados y otros grupos hasta hace poco tan satanizados, la austeridad con que se conduce, y el inicio del que puede ser un interesante proceso de renovación de las estructuras de la curia vaticana (incluyendo sus oscurísimas tripas financieras), lo han convertido rápidamente en un líder respetado y, al mismo tiempo, cercano a la gente. Las portadas de Time, Life, Forbes y sorprendentemente hasta Rolling Stone, entre muchas otras, dan cuenta de la diversidad de audiencias que ha cautivado Francisco. Será interesante ver si las acciones y posicionamientos iniciales del argentino lograrán, en realidad, cambios significativos en los dogmas y en las prácticas de la milenaria institución que conduce, y en esa medida, esperar que, por ejemplo, partidos políticos y asociaciones de inspiración católica sigan sus enseñanzas y experimenten, también, un proceso de apertura y tolerancia.

hvives@itam.mx

Twitter: @HVivesSegl