Los últimos días del PRI

Los últimos días del PRI
Por:
  • raudel_avila

He dedicado toda mi vida profesional a militar en el PRI, trabajar con sus gobiernos y estudiarlo. Escribí mi tesis profesional sobre su más importante ideólogo: Jesús Reyes Heroles.

Las elecciones del domingo dejaron el peor resultado electoral en la historia del partido con mayor implantación territorial y mayor número de militantes. El candidato presidencial del PRI quedó en tercer lugar, 37 puntos abajo del ganador, derrotado en todos los distritos. Se perdieron 100 por ciento de las gubernaturas en disputa. Se pasó de ser la primera a la quinta fuerza en la Cámara de Diputados, superado por partidos como el PES (que perdió el registro) o el PT.

La debacle tiene numerosas causas externas. Grandes escándalos de corrupción, inseguridad desbordada, etcétera. Quiero invitar también a una reflexión sobre las causas internas, es decir, los errores de la dirigencia priista. Primero, la tecnocracia no sabe nada sobre elecciones. No es lo mismo armar gráficas en un escritorio, que salir a la calle y obtener votos. Meade no ganó ni su propia casilla. Ni sus vecinos lo consideraron apto para la Presidencia.

Segundo, la integración del equipo. ¿Quién consideró que era buena idea incorporar a los panistas Javier Lozano y Alejandra Sota en la campaña presidencial? Compañeritos de escuela privada que no eran priistas (como el propio candidato o Enrique Ochoa) ocupaban puestos decisivos teniendo una experiencia electoral nula. Amistad por encima de la capacidad. Una corte de aduladores rodeando a los líderes, aplaudiendo sus decisiones por estúpidas que fueran.

Tercero, el más absoluto desprecio a la militancia. Decía Jesús Reyes Heroles que el PRI nunca debía convertirse en un partido de clase, sino aspirar siempre a ser un partido de clases. No representar un solo grupo social, sino a todos los que fuera posible. Hace un par de años, entregué a mis superiores en el partido los resultados de grupos de enfoque donde la militancia del PRI protestaba. Ninguno de los miembros del gabinete o los candidatos venía de una clase social que no fuera adinerada. Hijos de, parientes de. No se identificaban con el “Nuevo PRI”.

La farsa de la Asamblea priista en 2017 no permitió la autocrítica. A quienes expresamos públicamente opiniones disidentes, nos llamaron “políticos de café”. Un dirigente seccional decía: “El candidato presidencial no es priista. El presidente del partido tampoco. Y el candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México tampoco. ¿Qué institución entrega todas sus posiciones clave a puras figuras externas? ¿Qué mensaje mandaron a los militantes que llevamos 15 o 20 años buscando una candidatura? ¿Crees que quiero hacer campaña a su favor?”. Cavaron la tumba priista. Dieron la espalda a su militancia y ésta les regresó la cortesía con creces.