Mandar, lo que se dice mandar

Mandar, lo que se dice mandar
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

Camino por la Avenida Parque Lira, al cabo de un rato empiezo a sentir que me molesta la decoración. Me doy cuenta de que es absurdo, y me detengo a mirar. Eso que parece decoración es una campaña publicitaria, un cartel insistente, repetido, en todas partes, en las paradas de autobús, en los postes, en banderolas, siempre la misma imagen sobre un intenso azul turquesa con vivos de un amarillo poco saludable, letras en cerúleo oscuro sobrepuestas a unas sombras de figuras color lila. El resultado es una luminosidad indescriptible. Incomodísima.

A primera vista, parece anuncio de una marca de ropa, o de relojes: un hombre joven, de barba primorosamente recortada, gesto pensativo, mediasonrisa, mirada profunda y lírica: interesante —como para vender relojes caros. Pero no. Es la campaña para anunciar el primer informe del delegado de la Delegación Miguel Hidalgo, el señor Víctor Hugo Romo, que se presenta con dos frases: “Cumplimos contigo. ¡Tú pagas, tú mandas!”

Es eso que tanto entusiasma a los politólogos y los locutores, y que llaman: “rendir cuentas”. El señor presentará su informe, que será en un teatro, con clientes, amigos y acarreados, o en un estadio de futbol si se siente con ánimos. Y anuncia masivamente que va a presentar su informe. El rizo tiene su chiste: una campaña publicitaria para anunciar un acto publicitario.

Me llama la atención el lema: “¡Tú pagas, tú mandas!”. En los últimos tiempos, esa parece ser la definición radical de la democracia entre nuestras elites.

Pagamos impuestos, tenemos derecho a exigir eficiencia, servicios públicos.

Bien: es indudable, hay un nexo que vincula ciudadanía, impuestos, representación, autoridad, servicios públicos. Pero me parece que hay un uso abusivo de la idea, sobre todo cuando se queda como único argumento, y según de quién. A veces, en boca de algunos, “mis impuestos” suena casi como “mi gobierno” —y yo oigo, como música de fondo, el grito infame: “¡asalariado de mierda!”.

La fórmula es de una vulgaridad ofensiva. Casi obliga a preguntar, automáticamente: ¿y quien paga más, manda más? Tú pagas, tú mandas. La relación política, de representación, es sustituida por una relación económica —ya no cívica, sino doméstica. La que tiene uno con sus empleados.

Dejo de lado la demagogia, porque es irrelevante: “tú” es cualquiera, que querría “mandar” cualquier cosa, y no habría dos que mandasen lo mismo. En teoría, la autoridad es de los ciudadanos, pero no porque paguen. En este mundo, en este tiempo, asimilar así la política a una operación mercantil es remachar todavía más la autoridad del dinero —y en serio: no es eso, no es eso.