Miterrand, 30 años después

Miterrand, 30 años después
Por:
  • larazon

Hay una escena en El paseante del Campo de Marte (2005), una película sobre los últimos meses de vida de Francoise Miterrand, en la que éste, casi desde el Olimpo, dice convencido que él fue el último gran presidente de la República Francesa: “después de mí llegaron los contadores”, pontifica.

Miterrand, cuyo triunfo electoral justo ha cumplido esta semana treinta años, y al que los socialistas franceses han desenterrado para convertirlo en ícono y Le Monde celebra dedicándole siete páginas enteras, es quizá el último “príncipe clásico” de la política occidental.

Como gran estadista, con sentido de la historia y el Estado, gobernó catorce años sin entrar en los detalles, las nimiedades o las vulgaridades que ahora se han vuelto tan naturales entre quienes desempeñan una función pública. Jamás le habría pasado por la cabeza ser un político mediático aunque su diálogo con el mundo intelectual tuviera ciertamente un efecto periodístico ni mucho menos instalado tan cómodamente como ahora en la superficialidad ideológica.

Acostumbraba, eso sí, el juego de máscaras tal vez para ocultar, o cambiar según fuera necesario, su verdadero retrato.

Para Miterrand la política, es decir, la conquista y la conservación del poder, era un fin superior al que valía la pena dedicarse. Casi al final de sus mandatos reflexiona: “lo maravilloso del poder, según mi definición, es que sigue permitiendo influir sobre las cosas y sobre la vida”.

Éstos son precisamente el razonamiento y la motivación que parecen haber desaparecido en la política actual. No hay un sentido de propósito.

La chabacanería ha reemplazado la majestad, en el mejor sentido de la palabra. La ocurrencia ha sustituido la idea. El facilismo y la inmediatez opacan la visión del largo plazo. La frivolidad inunda la vida política.

Miterrand fue un hombre de poder pero no exento de vivir en la tensión casi existencial entre convicción y responsabilidad. Ni intelectual estéril, como le pasa a muchos que brincan sin éxito de las aulas a la acción, ni político bárbaro, que condensa su misión en el desprecio al pensamiento, a las ideas, a la elegancia.

Mitterrand, escribe Tilo Schabert, gobernaba realmente en esa aparente paradoja. “En el caos y no contra el caos. Gobernaba con él. Y así gobernaba eficazmente. Creando a la vez que admitía el caos. Mitterrand se rebelaba contra aquella realidad que, como la fortuna de Maquiavelo, podía someterle y transformarle en un juguete de sus caprichos. Y se rebelaba también contra aquel poder que, como el eros de las enseñanzas de Platón, era capaz de seducirle y hacerle desear, cada vez más, la posibilidad de influir sobre el mundo. Se mantenía en un punto medio de ambos extremos, entre realidad y poder, entre caos y forma”.

Nunca será un desperdicio que alguien les enseñe a nuestros políticos dónde radica la esencia del poder. En la escena, en el gesto, en la memoria. Por eso hoy se recuerda a Miterrand.

og1956@gmail.com