Morir en Tierra Blanca

Morir en Tierra Blanca
Por:
  • bibiana_belsasso

Los jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca, en Veracruz, el 11 de enero pasado, fueron detenidos por policías estatales que los consideraron “sospechosos” porque iban con placas del DF; fueron interrogados, después entregados a un grupo criminal que los torturó, asesinó y luego los calcinó, a fin de desaparecer sus cuerpos.

No es diferente a lo sucedido en Iguala y Cocula en la noche del 26 de septiembre de 2014, cuando los normalistas de Ayotzinapa fueron secuestrados, interrogados, asesinados y calcinados para hacer desaparecer sus cuerpos.

Tampoco es distinto de lo que ha ocurrido con miles de personas desaparecidas en nuestro país, en el contexto de la brutal lucha de los grupos criminales por controlar distintos territorios. No comprenderlo es no entender la dinámica de la violencia criminal en México y querer manipular la información para encontrarle una justificación ideológica sencillamente inadmisible.

Pero en realidad se trata todavía de algo más grave. Cuando quienes dicen representar a los familiares de los jóvenes desaparecidos en Iguala dicen: “fue el Estado”, cuando los integrantes del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) dicen que no hubo incineración de cuerpos, están tratando de ocultar una verdad que se ha repetido una y otra vez a lo largo y ancho del país, y es una forma, aunque sea involuntaria, de ocultarle a la gente cómo funciona realmente el crimen organizado en el país. Es una manipulación de la realidad que en poco ayuda a comprenderla.

Roberto Campa, el subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, ha explicado ampliamente lo que han señalado los policías detenidos sobre la situación de los jóvenes de Tierra Blanca, tan claro como lo fueron las declaraciones de los policías y sicarios detenidos por la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa, ignorados por representantes de los familiares y miembros del GIEI.

En Tierra Blanca éstos no son ni remotamente los primeros secuestrados ni desaparecidos, tampoco los normalistas lo fueron en Iguala. Son decenas en ambas ciudades los que han sido asesinados, antes y después de los hechos, que concitaron la atención pública. Pero no ha sido diferente lo ocurrido en distintas épocas en Tijuana, en Ciudad Juárez, en Matamoros; así fueron asesinados y desparecidos centenares de migrantes en toda la frontera norte. En ocasiones son simplemente enterrados en el desierto, en otras destruidos sus cuerpos con químicos, en algunas más los cuerpos se queman. La idea es desaparecerlos para frenar las investigaciones policiales y los procesos judiciales. Pero también para generar terror en la población, entre los adversarios y entre las propias fuerzas de seguridad que no están coludidas con los criminales, ése es el efecto de las desapariciones.

El caso de Tierra Blanca, que no está, por lo menos hasta ahora, contaminado ideológicamente como el caso Iguala, puede servir para demostrar y explicar esta realidad a la mayoría de nuestra gente. Es una tragedia, pero puede ser útil para acabar con el mito de la excepcionalidad del caso Ayotzinapa, y para confirmar que detrás de ese crimen atroz está la misma dinámica de la violencia, que ha acabado con la vida de miles de mexicanos, algunos inocentes, otros adversarios y miembros de grupos criminales rivales, pero todos hombres y mujeres que no merecían terminar su vida de esa manera tan brutal.

bibibelsasso@hotmail.com

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