Muchas lágrimas, poca reflexión

Muchas lágrimas, poca reflexión
Por:
  • larazon

Desde el 12 de enero todo el mundo se levanta y se acuesta con las tremendas imágenes de un pueblo machacado por un terremoto devastador. Y, sin embargo, muchos siguen sin saber por qué Haití es, y seguirá siendo por largo tiempo, el país más pobre de América.

Decenas de televisoras, radios y periódicos han despachado a sus reporteros a Puerto Príncipe para vender emoción y morbo. La dimensión apocalíptica de la tragedia les ha permitido cumplir su misión con creces: no hemos podido librarnos de la fascinación macabra de esas imágenes de ruinas, polvo, sangre y cuerpos aplastados. Todos hemos seguido con un nudo en la garganta las operaciones de rescate de los pocos sobrevivientes atrapados bajo toneladas de cemento. Ocurrió lo mismo en la ciudad de México, en 1985, y en tantos otros lugares del planeta donde las placas tectónicas se encargan de recordarnos, de vez en cuando, nuestra fragilidad humana.

En cambio, los enviados especiales y la mayoría de los comentaristas no han sido muy sagaces en sus intentos de explicar el trasfondo de la crisis permanente que padecen, desde mucho antes del seísmo, los 10 millones de haitianos, siempre al borde del caos y de la hambruna. Según sus convicciones personales o sus prejuicios, cada cual aporta su explicación: las decisiones insondables de Dios, el colonialismo francés o el imperialismo estadounidense. Casi ninguno, sin embargo, señala la grave responsabilidad de las propias élites haitianas, que se dividen entre una clase política cleptocrática y el exilio confortable en EU, Francia y Canadá.

Con la excepción de las supuestas cóleras divinas, que estallan sin preaviso y se inscriben en la eternidad, las otras explicaciones han perdido vigencia hace tiempo. Han pasado más de dos siglos desde la derrota de las tropas napoleónicas a mano de un ejército de esclavos que se rebelaron contra la odiosa explotación practicada por los dueños de las plantaciones de caña de azúcar, el oro blanco de entonces. Es cierto que, durante décadas, la joven república negra tuvo que pagar enormes indemnizaciones a Francia por las tierras confiscadas a sus ciudadanos, pero el subdesarrollo endémico de Haití no es consecuencia de esa injusticia histórica.

En cuanto a la ocupación estadounidense, entre 1915 y 1934, se puede discutir sobre su legitimidad, pero no hay duda sobre su objetivo: Washington mandó sus tropas para restablecer el orden en un país situado dentro de su zona de influencia, después de que varios presidentes fueran asesinados por golpistas. Sin que se pueda hablar de invasión, como lo acaban de hacer el siempre previsible Hugo Chávez y un ministro francés bastante despistado, lo que está ocurriendo ahora es muy similar a lo que pasó hace casi un siglo. Los marines han llegado para evitar que la anarquía y los delincuentes se apoderen de Haití e impidan la distribución urgente de la ayuda internacional. Van a sustituir temporalmente a las autoridades locales, incluyendo la policía, que han sido diezmadas por el terremoto.

Unos pocos haitianos han criticado el desembarco masivo de ese ejército extranjero. No es, sin embargo, el sentir de la mayoría de la población, que pedía a gritos la presencia del único país capaz de aliviar su sufrimiento.

¿Por qué Barack Obama ha desplegado sus tropas en Haití y gastado cientos de millones de dólares en una operación que no va a dar ningún beneficio económico a EU? Allí no hay petróleo, como en Irak. No hay nada. Sólo hay 10 millones de haitianos paupérrimos deseosos de lanzarse al mar, como sea, para llegar a Miami. Y ése es el problema que quieren atajar en Washington. Es un asunto de seguridad nacional. De paso, Obama demuestra que, además de hacer la guerra, su país puede actuar con generosidad con uno de los pueblos más desdichados de la Tierra, con el cual el presidente comparte raíces africanas.

La comunidad internacional no va a sacar a Haití del subdesarrollo. Sólo los haitianos lo pueden hacer. Queda por ver si sus élites quieren hacer el esfuerzo necesario. Muchos pueblos han sufrido desgracias en su pasado. Algunos las han sobrellevado y otros, como los mayas, han desaparecido porque no había entonces ONU, ONG y ayuda internacional para paliar las deficiencias propias. La globalización ha creado redes de seguridad alimenticia que permiten enfrentar todo tipo de catástrofes, desde las hambrunas africanas hasta los tsunamis asiáticos. Sin embargo, si los haitianos no se encargan ellos mismos de su destino, con o sin Plan Marshall, como el que acaba de proponer el FMI, no tendrán mucho futuro como nación.

bdgmr@yahoo.com

agp