Muletas tecnológicas

Muletas tecnológicas
Por:
  • guillermoh-columnista

Recuerdo con nostalgia aquellos dependientes de librerías que sabían exactamente cuáles títulos tenían en su establecimiento y dónde estaban colocados. ¡Con qué autoridad el tendero respondía sin dudar que tenía o no un volumen! ¡Con qué potestad se dirigía directamente a donde estaba el tomo y nos lo entregaba en mano!

La semana anterior llevé a mi hija a comprar unos libros que le pidieron en la escuela. Un par de obras clásicas de la literatura universal y otro par de textos escolares. Nada extraordinario. Le pasé la lista a un empleado y en vez de ir directamente a los estantes, fue a la computadora para revisar si los tenía “en existencia”. Estuvo largo rato frente a la pantalla, intentando descubrir si los tenía en su inventario. Desesperado, yo mismo fui a las secciones correspondientes y en un dos por tres encontré los libros. Cuando dejé el establecimiento, después de pagar los productos, el desdichado dependiente seguía buscando los títulos en su computadora.

Este muchacho trabaja en un espacio reducido y, sin embargo, no sabe moverse dentro de él sin la ayuda de la información que le provee el catálogo digital de su pantalla. ¿No le parece, estimado lector, que hay algo que está mal con esa impotencia?

Algo semejante sucede con los programas que dictan instrucciones para llegar a alguna dirección. Los conductores de Uber, y demás compañías afines, los usan para moverse por la ciudad. Reconozco que estos instrumentos digitales tienen ventajas. Ya no tenemos que dirigir al chofer a nuestro lugar de destino. Pero lo que me parece triste es que el conductor se convierta en una especie de animal de tiro que obedece instrucciones. El teléfono le dice: “dé vuelta a la derecha en doscientos metros” y el chofer acata la instrucción como si fuera un autómata carente de criterio y voluntad.

El conductor de Uber circula por toda la ciudad, pero al igual que el dependiente de la librería, no es amo y señor de su espacio. Para moverse de un lado a otro necesita un instrumento que le diga a dónde ir y cómo llegar. ¡Qué diferencia de aquellos taxistas que tienen un mapa mental de la ciudad, que conocen todos los atajos, todas las rutas alternas!

Por culpa de las tecnologías digitales, el maquinismo se apodera cada vez más de nuestras vidas. Ya  lo advertían los viejos teóricos marxistas: los artefactos industriales nos hacen la vida más sencilla, pero también nos esclavizan. No sólo dependemos del instrumento específico que utilizamos, sino del sistema económico-tecnológico que es el dueño de la máquina, o de la patente, o del software. Vistas así las cosas, los seres humanos perdemos cada vez más autonomía. Vivimos con la ilusión de que cada vez somos más libres, pero, en realidad, cada vez somos más dependientes.

Podemos caminar con nuestras piernas, pero preferimos usar muletas.