Pedaleando en Pekín

Pedaleando en Pekín
Por:
  • jaume

China ha estado en las noticias en días recientes y eso me ha suscitado algunos recuerdos. Visité ese país por vez primera en 1981. En aquella ocasión tuve una experiencia que quisiera compartir con ustedes.

En su libro Masa y poder, Elías Canetti sostuvo que la masa humana debe tener dirección, densidad e igualdad interna. Uno de los tipos de masa que examinó Canetti es el que denominó masa rítmica, que posee un ritmo como elemento aglutinante. Esa primavera en Pekín yo fui parte de una masa rítmica.

En 1981 había muy pocos autos en Pekín y ni siquiera había muchas motocicletas. La mayoría de la población, que aún vestía de manera uniforme, se transportaba en bicicletas, en millones de ellas. El hotel en el que me alojé estaba sobre una ancha avenida. De los cuatro o cinco carriles que había en cada dirección sólo uno estaba destinado a los automóviles, los demás estaban cubiertos por un río incesante de ciclistas. Averigüé que era posible rentar una bicicleta en el hotel y decidí dar una vuelta por la ciudad.

Cuando entré al ancho río de bicicletas noté casi de inmediato que algo no estaba bien. Un hombre me rebasó y masculló algo en su idioma. Me di cuenta de que los demás ciclistas me evitaban, de que se hacía una especie de hueco a mi alrededor. Entonces caí en cuenta de lo que estaba sucediendo: todos los ciclistas, hombres, mujeres, jóvenes, viejos, pedaleaban exactamente con el mismo ritmo. Nadie iba más rápido ni más lento. Estaba dentro de un torrente uniforme de seres humanos que se movían de manera perfectamente sincronizada.

Cuando entendí mi error lo enmendé de inmediato. Entonces empecé a disfrutar el paseo. El paisaje a mi alrededor parecía estar complacido con mi rendición a la masa. Sentí que los edificios me sonreían, que los árboles a lo largo de la avenida movían sus hojas para saludarme. Una sensación de enorme tranquilidad empezó a inundarme. Mi yo se había reducido a lo mínimo: era parte de un todo más grande. Me hallé hermanado con cada una de las personas que pedaleaban a mi lado: con la mujer que acababa de dejar a su hijo en el colegio, con el anciano que había luchado en contra de los japoneses, con el muchacho de mi edad que se dirigía a la universidad, con el hombre que cargaba la provisión de verduras para su casa.

Me detuve a un lado del arroyo para reflexionar sobre lo que me estaba sucediendo. Sin demora volví a zambullirme en la corriente, pero ya no pude recobrar la vivencia. Mi yo había entendido el mecanismo y se resistía a perderse en medio de la multitud. Mi autoconciencia impidió que se repitiera ese nirvana pasajero. Nunca más he vuelto a sentir algo parecido.

guillermo.hurtado@3.80.3.65

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