¿Qué hacer con las drogas?

¿Qué hacer con las drogas?
Por:
  • larazon

Ese fue el nombre del simposium que organizó el ITAM los días 8 y 9 de septiembre. El tema se abordó desde las perspectivas científica, filosófica, política, social, económica y jurídica y reunió, entre otros, a Ricardo Tapia, Gady Zabicky, Rodolfo Vázquez, Luis Astorga, Jorge Chabat, Athanasios Hristoulas, Andrea González, Jorge Hernández, Edgardo Buscaglia, Isaac Katz, Samuel González Ruiz, Alejandro Madrazo y el que esto escribe.

Desde todas las perspectivas se arribó a la conclusión de que la llamada “guerra contra el narcotráfico”, en los términos en que ha sido planteada, genera más problemas de los que soluciona.

Se dijo, también, que somos víctimas, en esta materia y en otras, de lo que se conoce como “localismo globalizado”. El enfoque puritano predominante en Estados Unidos rige nuestras leyes.

Se recordó, también, lo que ciertamente es ya un lugar común en las discusiones sobre el tema. La prohibición generó el nacimiento de las mafias.

Habrá que recordar, en este contexto, esa entrevista que dio a la cadena CBS el presidente de Estados Unidos. Se refirió a México y aventuró una frase que parece un elogio. Bien leída no lo es. Es una comparación terrible. Constata la fragilidad de nuestra (su) guerra fallida contra las drogas.

En el programa dominical De cara a la nación Obama dijo lo siguiente: “Él (Calderón) ha enfrentado (a los cárteles) de la misma manera que Elliot Ness enfrentó a Al Capone durante la prohibición (de venta de alcohol) lo que a menudo ha provocado más violencia”.

La ley Volstead, mejor conocida como ley seca, prohibió en todo el territorio norteamericano la manufactura, venta, transporte, importación y exportación de toda clase de licores.

Los “empresarios de la moral” saben bien que en estos terrenos todo es cosa de intercambiar palabras. Cuando se anunció la promulgación de la ley seca dijo el senador Volstead: “Esta noche, un minuto después de las 12, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños”.

Como bien sabemos, el período 1919-1933, en que imperó la prohibición, no se caracterizó precisamente por la proliferación de las sonrisas y el vaciado de las prisiones. Muy al contrario, el alcohol produjo 45 mil reos en Estados Unidos. Basta apreciar que el total de internos en los reclusorios del DF es de 40 mil para advertir los frutos de la buena intención del senador. ¿Acaso disminuyó la violencia? O como el mismo Obama señala: ¿Las muertes se incrementaron? ¿Habrían surgido Al Capone, Dillinger y compañía sin la prohibición misma?

La “salud”, bien jurídico presuntamente tutelado por este tipo de leyes, tampoco se vio muy protegida que digamos. A los muertos generados por la trifulca entre las pandillas hubo que sumar los que fallecieron o perdieron la vista por consumir alcohol adulterado.

¿Y se ganó esa guerra contra el “demonio del alcohol”? ¿Lograron Elliot Ness y sus intocables abatir a la hidra de las mil cabezas? Todos sabemos que no.

Al Capone fue a dar a la cárcel por evasión fiscal. No por envenenador.

En 1933 la ley seca fue derogada. Se admitió que las consecuencias de la cura habían sido terribles: 30 mil muertos por envenenamiento debido a alcohol metílico y otros adulterantes; 100 mil personas ciegas o víctimas de la parálisis; 45 mil personas detenidas por motivos relacionados con la prohibición; 40 por ciento de los agentes encargados con expedientes abiertos por corrupción. Dos secretarios de Estado condenados por su vinculación con las mafias y por delitos de contrabando.

La revista The Economist de la segunda semana de marzo de este año resume su visión sobre el problema con un título contundente: “How to stop the drug wars”. “Cómo detener la guerra contra las drogas”. Ahí señala que la menos mala de las soluciones es la legalización. Y aclara, adelantándose a las críticas de los prohibicionistas, que: “menos mala no significa buena”.

Quizás, en paráfrasis de W. Churchill, habría que decir que la legalización es la peor de todas las medidas, excepción hecha de todas las demás.

rensal63@hotmail.com

fdm