Regulación no es prohibición

Regulación no es prohibición
Por:
  • valeria_lopez_vela

El tiroteo en Texas, del fin de semana pasado, fue el más reciente eslabón en la cadena de asesinatos sin sentido que cruza la vida de los norteamericanos. Pero no el último.

La discusión sobre la venta de armas tiene largo tiempo en la agenda del país vecino; es un problema que traspasa administraciones, pero que ha encontrado en los tiempos de Trump un ecosistema favorable: un ambiente propicio para que el odio florezca. Sólo en 2017 se han perdido 117 vidas y ha habido 531 heridos.

Hace cinco años, tras los ataques en la preparatoria Sandy Hook, escribí en La Razón que la segunda enmienda garantiza a los norteamericanos el legítimo derecho a la defensa que se traduce en la venta legal de armas con la intención de “proteger el derecho natural de repeler una agresión”. Así, la posición que sentencia desde el púlpito cuán sencillo sería prohibir la venta de armas carece de análisis, de profundidad y de comprensión de las líneas rectoras del constitucionalismo norteamericano.

La venta de armas —tal y como está señalada en la Constitución de 1791— no busca “el aplastamiento del débil” ni promueve “el daño a la inocencia”. El objetivo es otro: la legítima defensa frente a un ataque. Por ende, es indispensable iniciar el camino hacia la regulación de la venta de armas; un catálogo razonable de requisitos en la compra podría ser el primer paso de una solución media que prevenga tantas muertes sin razón.

Prohibir la venta de algo —alcohol, armas o drogas— sabemos que abre las puertas del mercado negro y el tráfico. Esto, lejos de solucionar el problema, lo complicaría. Hay que dejar atrás las posturas maniqueas: no es sano que se puedan adquirir con tanta facilidad armas y municiones, sin restricción o control alguno; pero tampoco es sabio prohibir absolutamente la compra de cualquier artículo, porque defensa no significa, necesariamente, violencia.

Ni las oraciones de la primera dama ni las del presidente previenen la muerte de inocentes; una regulación a la venta de armas, sí.

La retórica del desprecio que mantiene la Casa Blanca, aunada al silencio frente a las manifestaciones racistas, el rechazo hacia los inmigrantes y los comentarios misóginos crean las condiciones suficientes —aunque no necesarias— para que los actos violentos salgan a la luz. Por ello no sorprende que el primer año de la administración Trump haya sido, también, el que más muertes ha cobrado en balaceras en contra de civiles sin aparente motivo.

Justificar la venta irrestricta de armas y culpar a entes metafísicos —el mal, la locura— es no respetar la vida de los ciudadanos. Y ésa es la actitud que ha mantenido la Casa Blanca pues la poderosa Asociación del Rifle fue un donante importante en la sospechosa campaña que llevó a Trump al poder. Así las cosas, mucho me temo que veremos más desgracias como la de Texas.