Rigoberto y Carolina

Rigoberto y Carolina
Por:
  • julian_andrade

Aún recuerdo cuando Rigoberto Aranda llegó a la redacción de La Crónica de Hoy. Eran las primeras semanas del proyecto encabezado por Pablo Hiriart, hace ya más de 20 años.

Yo coordinaba la sección Ciencia y Academia. Era un reto porque los diarios no solían ocuparse de esas dos grandes afluentes como no fuera de modo esporádico, en general respaldados por agencias informativas en los asuntos científicos y concentrados en agendas académicas, sin poner ojo a la densidad política de los centros de enseñanza, aunque con notables excepciones, por supuesto.

Se requería talento para combinar el oficio periodístico con el rigor técnico y Aranda lo tenía, ya que había estudiado medicina, pero su vocación lo llevó a escribir en diarios y revistas. Fue una ganancia doble, porque tuvimos un doctor que además hacía reseñas científicas.

Aranda hizo notar que la violencia era uno de los problemas centrales de la salud pública y no sólo asunto de policías y ladrones.

En los noventa, la seguridad o su ausencia, empezaban a permear en la vida cotidiana e iba lanzando mazazos que marcarían a generaciones enteras.

Aranda también trabajó en la administración pública, donde tuvo un paso destacado en la Secretaría de Salud y sobre todo en el Consejo Científico Consultivo de la Presidencia de la República.

Hablamos dos días antes de que lo internaran por un accidente vascular. La idea era vernos pronto, con esas posposiciones que lamentamos cuando ya no es posible corregirlas.

Murió en abril dejando una estela de trabajo, proyectos y amigos, como sólo pueden hacerlo los veracruzanos.

Carolina de la Peña Cetto murió a los 45 años. Toda muerte es inoportuna, pero ésta quizá lo sea más.

Carolina se dedicó a la historia, la ciencia y el arte. Con pensamiento enciclopédico siempre estuvo navegando entre esos mares, a veces en paz y en ocasiones en guerra.

Al final se impuso su visión artística, con la que cabalgó entre el dibujo, la pintura y la fotografía.

Ante todo tenía una vocación por la experimentación y se ocupaba de ir avanzando en proyectos visuales bastante interesantes.

Mantenía posiciones de izquierda, pero ajena a los dogmas y hasta se divertía con algunas de las ocurrencias que imperan en nuestra vida pública.

Participó en el CEU de los años ochenta, y lo hizo en las corrientes que promovían el diálogo y el acuerdo. Quizá eso la preparó para comprender el tiempo largo de la política y los esfuerzos que se requieren para construir proyectos y apuntalar esperanzas.

La última vez que la vi y conversamos fue en el viejo Palacio del Ayuntamiento, hará de ello algunos meses, poco antes del temblor del 19 de septiembre. Con la mirada al Zócalo la vida parecía robusta y hasta eterna.

Murió un domingo, el 15 de abril, para prolongar el golpe de lo absurdo. Dos amigos que se fueron en un triste abril.