Rubén Salazar Mallén y el 68

Rubén Salazar Mallén y el 68
Por:
  • rafaelr-columnista

En estos días que releemos la historia del 68 mexicano vale la pena acercarse a los argumentos de la derecha de entonces, es decir, los defensores de la represión. En la retórica de aquella derecha, que sentía amenazado el régimen político mexicano por las movilizaciones estudiantiles, se plasma la más clara aproximación de México al autoritarismo de la Guerra Fría. México tuvo la fortuna o la sabiduría de eludir las dictaduras militares anticomunistas de los años 60 y 70, pero buena parte de la élite política del país aceptó, en 1968, el razonamiento básico de la derecha latinoamericana de entonces.

 

“México tuvo la fortuna o la sabiduría de eludir las dictaduras militares anticomunistas de los años 60 y 70, pero buena parte de la élite política del país aceptó, en 1968, el razonamiento básico de la derecha latinoamericana de entonces”

 

Dicho argumento se lee en los artículos del escritor Rubén Salazar Mallén en El Universal. El importante narrador mexicano había militado de joven en el comunismo, pero tras su desencanto en 1933, muy bien reflejado en la novela Cariátide, parcialmente publicada en la revista Examen de Jorge Cuesta, derivó a una mezcla de fascismo y anarquismo que en tiempos de la Guerra Fría comulgaba con el anticomunismo. Algunos pasajes de Cariátide, en los que los personajes, militantes comunistas, hablaban la lengua popular de la Ciudad de México, provocaron la “consignación” de Examen y sus editores, que fueron acusados de publicar “obscenidades”. Guillermo Sheridan reconstruyó de manera admirable esta historia en su libro Malas palabras. Jorge Cuesta y la revista Examen (2011).

En el otoño de 1968, Salazar Mallén era editorialista del periódico El Universal. Sus artículos sobre el movimiento estudiantil son un buen compendio de las fobias del discurso oficial. Lo de menos es que Salazar Mallén suscribiera la tesis del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz de que los estudiantes estaban encabezados por agentes del comunismo internacional, que querían imponer a Heberto Castillo en la presidencia y construir una dictadura de izquierda. Hasta Lázaro Cárdenas compartió esa tesis, como se lee en unas declaraciones del general, el 6 de octubre en el periódico El Día: “elementos antinacionales y extranjeros que responden a intereses ajenos, bien caracterizados por sus métodos de infiltración y descomposición, en momentos en que consideran propicios emplean las armas y el terror con vista a la desintegración nacional”.

[caption id="attachment_802769" align="aligncenter" width="1052"] las protestas de los estudiantes durante agosto de 1968 desbordaron el Zócalo de la Ciudad de México.[/caption]

El verdadero terror, que fue el del ejército en Tlatelolco, era justificado por Salazar Mallén a partir del comportamiento “colérico” de la juventud. Lo más peligroso, a su juicio, del movimiento estudiantil era que, al carecer de “bandera”, era fácilmente manipulable, ya no por agentes extranjeros, sino por una situación incontrolable de violencia social: “no escogieron ese camino (el de la ley) los estudiantes, sino el de la violencia, como si esperaran una oportunidad para desbordarse, para llegar a la cólera. Pudo pensarse que la cólera querían y no la sanción a un agravio”.

Salazar Mallén contaba las gotas que iban cayendo poco a poco en el vaso de la paciencia oficial, hasta derramarlo. José Revueltas, con su respaldo al movimiento, sumaba “gotas” y los lemas que la juventud importaba de Francia, como “la imaginación al poder”, también colmaban la supuesta prudencia del régimen. El conflicto universitario, que pudo ser tratado como una “tempestad en un vaso de agua”, había trascendido en forma de conflicto social y la solución no podía ser otra que la represión.

 

“Salazar Mallén contaba las gotas que iban cayendo poco a poco en el vaso de la paciencia oficial, hasta derramarlo”

 

Llama la atención que Salazar Mallén despreciara ese “movimiento sin bandera” por lo mismo que lo admiraban Octavio Paz y Carlos Monsiváis, es decir, por su autonomía y espontaneidad. Sin embargo, aquel matiz dentro del discurso oficial, que introducía el novelista, era abandonado después de Tlatelolco, cuando suscribe la tesis del complot internacional: “el movimiento estudiantil ha dejado de serlo, para tomar características de una conjura comunista, en la que los incitadores, con tal de encumbrarse, no dudan en sacrificar a la gente”.