Sherlock Holmes en Moscú

Sherlock Holmes en Moscú
Por:
  • rafaelr-columnista

La primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, y su canciller, Boris Johnson, están convencidos de que el gobierno de Vladimir Putin ha envenenado al exespía ruso Sergei Skripal y a su hija, Yulia, en Salisbury, con un gas nervioso, llamado Novichok, que se fabrica en Rusia. Piensan también que Moscú está detrás de la muerte de otro exiliado ruso en Londres, Nikolái Glushkov, colaborador cercano del empresario opositor Boris Berezovski, quien hace algunos años apareció ahorcado en su apartamento londinense.

 

Detrás de esa apuesta de riesgo hay un problema de legitimidad interna, relacionado con el autoritarismo político y la perpetuación del mandatario en el poder. Putin se reelegirá este domingo por seis años más y gobernará hasta el 2024, apropiándose del poder por todo el primer cuarto del siglo XXI

 

Hay una frialdad calculada en las respuestas de Putin y su canciller, Sergei Lavrov, que refuerzan las sospechas sobre el Kremlin. No se insultan los dirigentes rusos con esas acusaciones, simplemente piden que Londres pruebe las imputaciones. Suena casi a reto la contundencia con que los líderes rusos desafían a Occidente, cada vez que aparece en los medios alguna insinuación sobre hackeos o intervenciones en procesos electorales.

Putin y Lavrov parecieran estar convencidos, de antemano, de que se trata de crímenes indemostrables. En las novelas de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes y John Watson se enfrentaban a asesinos con la misma capacidad deductiva de ellos, que era siempre superior a la del inspector Lestrade, los agentes de Scotland Yard y el doctor Mortimer. Jack Stapleton, el barón Gruner y otros criminales retaban constantemente a Holmes para que demostrara sus crímenes.

El verdadero arte de las novelas de Conan Doyle era el del crimen indemostrable. Mientras más enrevesada era la trama del asesinato, mayores virtudes había en el criminal. Algo que se ha vuelto recurrente en las relaciones internacionales del siglo XXI: aviones que desaparecen en el aire, ataques sónicos contra diplomáticos, espías envenenados… El o los responsables de esos crímenes han cubierto, previamente, todos los flancos y hacen de la inseguridad un arma de la política internacional.

[caption id="attachment_713884" align="alignnone" width="696"] La premier Theresa May observa el lugar donde fue hallado el agente Sergei Skripal y su hija, el jueves, en Salisbury, Inglaterra.[/caption]

Es evidente que Vladimir Putin y el gobierno ruso encuentran ventajas en este clima de desconfianza e inseguridad. Detrás de esa apuesta de riesgo hay un problema de legitimidad interna, relacionado con el autoritarismo político y la perpetuación del mandatario en el poder. Putin se reelegirá este domingo por seis años más y gobernará hasta el 2024, apropiándose del poder en todo el primer cuarto del siglo XXI.

El joven periodista ruso Andrei Soldatov ha medido el tiempo de los mandatos de todos los líderes rusos, desde Lenin, y ha concluido que ya Putin está por debajo de Stalin en el récord de permanencia en el Kremlin. Leonid Brézhnev, en la Guerra Fría profunda, gobernó menos tiempo: no pasó de los 18 años. De manera que la tradición autocrática del zarismo ruso se ha recuperado más plenamente después de la caída del Muro de Berlín.

 

La primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, y su canciller, Boris Johnson, están convencidos de que el gobierno de Vladimir Putin ha envenenado al exespía ruso Sergei Skripal y a su hija, Yulia, en Salisbury, con un gas nervioso, llamado Novichok, que se fabrica en Rusia

 

Una atmósfera de desconfianza global, en la que Putin pueda presentarse ante su pueblo como incomprendido u odiado por sus pares occidentales, es más conveniente para esa empresa. La idea de que Occidente mira a Rusia con prejuicios y le atribuye a sus mandatarios un espíritu bárbaro sirve para reforzar, internamente, la imagen de Putin como víctima de Europa. En eso vuelven a conectarse Putin y Trump: ambos serían modalidades de Calibán en las relaciones internacionales del siglo XXI. Como Jack Stapleton en El sabueso de los Basckerville, quien, según Conan Doyle, adquirió sus hábitos criminales en Suramérica, Putin y Trump aprovechan su imagen de “bárbaros” para reactivar el nacionalismo y presentarse como líderes insustituibles. Frente a cualquier acusación, los dos responden lo mismo: “pruébenlo”.