Sólo noventa minutos

Sólo noventa minutos
Por:
  • larazon

Relatos breves de futbol

Las campanadas por la televisión mezcladas con las de la iglesia contigua a su departamento no dieron tregua alguna. Era primero de enero de 2010, tan frío como la cena misma, intacta sobre la mesa. Un nuevo año.

Cuetes. Fuegos artificiales. Inicio. Principio. Comienzo. Sin mayor misterio que el encuentro consigo mismo. Cambio. Transformación. Inventiva.

Deseo. Ilusión. Sueños rotos: En veintitrés semanas Johannesburgo estaría de fiesta. Ese día fue ayer.

Propósitos versus acciones. Jugadas planeadas. No tiene ni quiere nada.

Piensa en no volver a las canchas. Le duelen las rodillas. Está cansado de las preguntas innecesarias. De las exigencias del Director Técnico. De dormir en hoteles y que su apartamento no sea más que una estación de paso en el que sólo hay trofeos y artículos promocionales de “su” equipo o La Selección, aun cuando le da emoción revivir los goles de tal o cual partido. De tal o cual final. De tal o cual mundial. Nunca de este Mundial.

Sus fetiches. Sólo tiene fetiches. Una habitación repleta de ellos.

Recuerdos de un tiempo pasado tan muerto, como su carrera. Los mensajes no han dejado de entrar al celular. No contesta ninguno. No quiere hablar con nadie ni de ningún tema en particular, incluido el fútbol.

Teme al mes, a ése que ahora ha puesto el balón en marcha. Ha comenzado y le siguen 30 días. Empieza a tachar el calendario entre frustraciones: él no es más un jugador con posibilidades. No fue llamado.

Ha perdido el toque. Su toque. Aquella pasión con la que salía a la cancha hace ocho, cuatro años, ha desaparecido. Se cansó de jugar al fútbol. De jugar a la vida.

Con la mirada recorre cada uno de los recuerdos que, en su departamento, igual penden de las paredes que de las repisas. Se detiene en el vestidor. Entra en él al tiempo que fija la mirada en el cuadro de la pared: Su jugada maestra, de pizarrón, detallada e infalible. Tiene que ejecutarse rápido. A balón parado y posibilitando el pase hacia atrás e invariablemente con un enganche. Aunque ya los DTs no lo quieran. Al enganche. Implica concentración y cuidado. La jugada.

Esboza una sonrisa. Vuelve a su memoria aquella primera vez que la ejecutó: Francia 1998. Durante días hablaron de la jugada. De él que hoy, no siente más deseo ni más pasión por salir a las canchas. Ni naturales ni sintéticas. Ni amistosos ni finales. Ni liguillas ni Mundiales.

Abre el clóset y observa cada uno de los uniformes que guarda ahí. Los shorts, las playeras, los tacos. Su colección de balones mundialistas. Los tiene todos. Desde Uruguay, 1930. Sin embargo, pone énfasis en la caja del fondo en la cual están todos los balones desinflados con los que metió un gol. Hay 300. Cada uno lleva escrita la fecha, la hora, el estadio y el equipo al que le metió el gol.

Está corriendo el juego inaugural. Primer tiempo. No lo mira, observa la caja al tiempo que se acerca a ella. A botepronto, toma la válvula eléctrica y comienza a inflar cada uno de los balones, del primero al último. Su apartamento es ahora esfera. Escoge su uniforme de Seleccionado y se viste lenta y cadenciosamente.

No pronuncia palabra alguna. Está concentrado. Listo para salir a la cancha. Se mira en el espejo. Se peina. Mira nuevamente hacia los balones de colección. Se detiene en México 70. Lo toma entre sus manos.

Juega con él. Vuelve entonces el recuerdo de aquel púber en fuerzas básicas. Mira nuevamente hacia el espejo. Medio tiempo. Con el balón bajo el brazo, mirando de frente, va pateando cada uno de los balones que ha inflado. Camina erguido, orgulloso. Abre la puerta y, sin mirar atrás, sale a la calle dejando sólo su estela tras de sí.

Segundo tiempo. Mira al cielo. Acomoda el balón. Lo detiene. Le busca posición. Se acomoda y se prepara para chutar. Dispara. Sin seguir la trayectoria del balón e ignorando su destino final, camina hacia el lado contrario del disparo y como un chiquillo va gritando gol hasta que el eco de su voz se pierde en el horizonte. Marcador final.

fdm