Sonríe, ya perdieron

Sonríe, ya perdieron
Por:
  • Carlos Urdiales

Las elecciones del pasado 4 de junio dejaron una certeza política rumbo a 2018: AMLO es capaz de perder, su triunfo es probabilidad, no certeza.

El Estado de México marcó derroteros estratgicos para los detractores del tabasqueño; primero fragmentar a la oposición, para lo cual López Obrador ayuda con su mesiánico sectarismo. El líder de Morena, en términos prácticos, contribuyó al triunfo de Alfredo del Mazo. Puede repetir.

La morralla política puso los votos faltantes al PRI para que la delfina de AMLO naufragara antes de alcanzar la orilla y, con el operativo federal, todos unidos con el primo, la faena se hizo realidad.

Ahora los terremotos de septiembre introducen una nueva y poderosa variable. No se trata del mal humor social conocido y descontado, tampoco del desprestigio de políticos con todos sus membretes.

Ni del desempeño presidencial y/o gubernamental por ausencia o por indolencia, ya que la imagen presidencial se ha revaluado entre emergencias, aunque ello alcance para ser una inercia propulsora de candidato priista cualquiera. Por el lado de Los Pinos, no hay ganancia, ni merma relevante.

Se trata del ánimo colectivo despolarizado, momentáneamente cohesionado (circunstancia adversa para AMLO, que, de la división, pueblo bueno, pueblo malo, hace su roncha). Hablamos de una circunstancia distinta a las cíclicas emergencias nacionales, donde la población más vulnerable es la favorita de cuanta desgracia nos ocurre, de huracanes a sequías, de capos a zonas expropiadas a la legalidad.

Los terremotos que destruyeron partes de Chiapas y Oaxaca y para cuya rehabilitación México deberá invertir 6 mil 500 millones de pesos, más los estragos en CDMX, Morelos y Puebla fundamentalmente, que demandan de otros 10 mil mdp sólo en casas habitación, han tocado a una franja poblacional influyente, informada, conectada, proactiva, organizada y capaz de organizarse más todavía.

La devastación parcial de colonias asiento de clases medias y medias altas por excelencia en la capital, como la Del Valle, con el mayor ingreso per cápita del país y la muy millennial, cosmopolita y hípster Condesa-Roma, pega, como no ocurrió con el terremoto original del 19-S, en un punto neurálgico, temible para partidos y políticos.

Hoy como nunca, bajo ninguna otra calamidad nacional, y ésas nunca escasean, los partidos políticos, todos, se apresuran a ser generosos, razonables, a renunciar a lo que nunca han soltado, el dinero público para alcanzar sus fines, más que sus principios.

Hoy a los membretes partidistas les urge convencernos de que han extraviado su voracidad, avaricia y opacidad; ahora pelean por robar una iniciativa ciudadana y legislar sobre las rodillas, de cara a la tribuna, altruismo de pirotecnia, caravanas con sombreros ajenos.

La masa crítica que puede provocar una clase media urbana herida, cambia las estimaciones políticas. El escenario se modifica y el espacio para figuras no imaginadas se abre. Los temblores se concentran ahora en las sedes partidistas, en todas por igual.