Tatic

Tatic
Por:
  • larazon

Gamés no cabe en su asombro: unidos por palabras encomiásticas, curas, periodistas de fuste y fusta, hombres de la izquierda, muchos hombres de izquierda, activistas ansiosos, supuestos defensores de indígenas, múltiples miembros de diversas organizaciones no gubernamentales y más curas le dijeron adiós a Samuel Ruiz. En los periódicos, la radio y la televisión la noticia corrió como fuego en la paja: el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, mejor conocido por sus hijos indígenas como Tatic, dejó este mundo víctima de complejos males puestos en los 86 años de su edad.

El presidente Calderón afirmó que su muerte era una gran pérdida para México. “Un hombre que hizo escuela”, dijo José Narro. El rector de la UNAM no explicó por cierto qué clase de escuela, pero es dable pensar que no era necesario. Hasta Hillary Clinton metió su cuchara y le dedicó algunas palabras de reconocimiento.

Desde luego, su periódico La Jornada tiró la ventana por la casa, o como se diga. El diario fue un largo obituario, un río de elogios, una esquela dolida, una oración fúnebre, la elegía tremebunda, una lamentación: “Se fue el Tatic”. A Gilga se le puso la piel de gallina cuando leyó estas palabras en la nota de Arturo Cano: “‘La Plegaria a un Labrador’ despide a Samuel Ruiz, el mediador, ‘el obispo de la teología con rostro indio’. Pero los amigos y seguidores que han hecho la larga espera del cuerpo se niegan al remate del ‘amén’ que dice la canción de Víctor Jara. Y entonces se desempolva otra vieja consigna: ‘Queremos obispos al lado de los pobres’”. Gil tuvo un ataque de ansiedad, le sudaron las palmas de las manos, le dolió el epigastrio y se le nubló la vista. Lectora y lector:

después de un viaje más o menos largo hemos regresado a la caverna.

Nunca mejor dicho: Dios de bondad.

De inmediato, Gamés abandonó el mullido sillón y se dirigió al ático. Buscó y rebuscó en el baúl. Sus manos temblorosas extrajeron el poncho, el bombo y la zampoña y entonó una estrofa de “La plegaria a un labrador”: “Líbranos de aquel que nos domina en la miseria, tráenos tu reino de justicia e igualdad, sopla como el viento la flor de la quebrada, limpia como el fuego el cañón de mi fusil, hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra”, y etcétera, etcétera, ZZzzzzz. Cuando despertó, Gilga pensó que había tenido un sueño: miembros conspicuos de la izquierda cavernaria y no tanto se arrodillaban ante la figura de Tatic, el obispo grillísimo de San Cristóbal que metió el pie hasta el cuello en aquel año de 1994, cuando Marcos y el EZLN tomaron las armas en Chiapas y se propusieron derrocar al mal gobierno.

Plegaria, iglesia, obispo, recompensa de los justos, diócesis, profeta Jeremías, la pregunta que Dios nos hará al final. ¿No es un poco demasiado este lenguaje de sacristía, esta jerigonza de confesionario? Lo que sigue es que estos representantes de la lucha por los indígenas (mjuu, como ño) comulguen con el cuerpo y la sangre de Cristo y se arrodillen a orar por los obispos revolucionarios. Oigan estas palabras del obispo Raúl Vera antes de irse a hacer sus cosas, por favor: “Dichoso tú, Tatic Samuel, que fuiste objeto de injurias y calumnias, de vituperios por la causa de Jesús, que es la plenitud de la vida para todos los seres humanos”. Como se decía antes: ahí se ven, que les aproveche la cruz del obispo y sigan cantando a Víctor Jara.

La frase de Chesterton reveló su contenido cuando se oyó la última letra de “La plegaria a un labrador”: “La iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza”.

Gil s’en va

gil.games@3.80.3.65