The Economist cardenista

The Economist cardenista
Por:
  • guillermoh-columnista

Michael Reid, redactor de la columna “Bello” en The Economist, publicó un artículo la semana anterior en el que regaña a AMLO por no entender el legado de Lázaro Cárdenas. Quizá Reid tenga algo de razón. La llamada “izquierda mexicana” nunca ha comprendido correctamente ese legado y por eso se ha hecho tantas bolas al querer interpretar las acciones de su gobierno. No se ha escrito aún, me parece, el gran libro sobre el cardenismo.

Según Reid, AMLO tiene mucho qué aprender del general Cárdenas. El periodista inglés sostiene que el Tata no fue populista, como el líder de Morena. Reid argumenta que Cárdenas nunca fomentó la división social. Por el contrario, otorgó la amnistía a miles de opositores. Además fue un constructor de instituciones: logró que el PRM tuviera más de cuatro millones de miembros y en vez de reelegirse o de imponer un candidato radical, apoyó a uno moderado. En cambio, añade Reid, López Obrador llamó “pirruris” a manifestantes vestidos de blanco y ha socavado las instituciones democráticas del país con sus reclamos poselectorales.

Aparte de que resulta extraño que una revista de derecha como The Economist critique a AMLO desde lo que aparenta ser el cardenismo más puro, me parece que los informantes de Mr. Reid no le contaron la historia completa del régimen del Tata. Más allá de si sea o no correcto calificar al cardenismo como un populismo, no se puede sostener a la ligera que el General haya trabajado para “reducir las divisiones sociales”. Digámoslo con todas sus letras: la sociedad mexicana nunca estuvo más dividida en el siglo XX que durante el cardenismo.

Cárdenas estaba convencido de que tocaba al Estado encauzar la lucha del proletariado para arrebatar a los propietarios el control de los medios de producción. También tenía la convicción de que el Estado debía formar un nuevo tipo de ciudadano apto para el socialismo y que, para ello, había que acabar con la influencia perniciosa de la Iglesia, el empresariado y la familia burguesa. Con el fin de unir fuerzas, todos los sindicatos obreros, las agrupaciones campesinas e incluso los elementos del Ejército debían formar parte de un gigantesco frente único encabezado por el partido de Estado. Los partidos opositores serían tolerados siempre y cuando aceptaran las premisas de esta dialéctica de la historia social mexicana.

Si no estalló una guerra civil —como en España—fue porque distintos elementos dentro y fuera del sistema actuaron contra las tendencias del Presidente que —no podemos negarle ese mérito— supo rectificar a tiempo. La candidatura de Ávila Camacho fue la derrota del programa cardenista más duro. Lo que perduró fue la estructura autoritaria y corporativista del partido de Estado que luego fue llamado PRI, instituto al que —¡vaya sorpresa!— The Economist se refiere con nostalgia por haber dado a México “décadas de estabilidad política y crecimiento económico”.