Trump o cómo "masiosó" un –conocido- enemigo

Trump o cómo "masiosó" un –conocido- enemigo
Por:
  • horaciov-columnista

La desventaja, querido lector, de escribir columnas semanales, es que algunas veces —no pocas— al analizar ciertos temas parecería uno quedar demasiado lejos de la coyuntura. Con todo, el hecho de la visita de Donald Trump al país es tan trascendente que es inevitable abordarlo, así pueda quedar algo “viejo”.

 4º Informe. Derivado de las disposiciones electorales vigentes, el presidente de la República —entre otras autoridades electas— sólo tiene un periodo de días previos y posteriores al día de su informe para difundir abiertamente sus logros de gobierno. Los interesados en temas de comunicación política esperábamos —al menos yo— con curiosidad, y hasta con cierto morbo, el camino discursivo a elegir este año (el de las reformas ya está muy “choteado”; el mea culpa ya fue tímidamente explorado hace poco —en ocasión de la presentación del sistema nacional anticorrupción— y pésimamente evaluado por la opinión pública; una vía grandilocuente tipo “hemos hecho las cosas bien y compromiso cumplido” mataría de risa y cólera a la audiencia; el “todavía nos falta mucho por hacer”, si bien es cierto —porque apenas han transcurrido el 62% del sexenio—, no tendría empatía, porque todo mundo está ya en la lógica de la sucesión presidencial de 2018). No quedaban muchas alternativas. Se optó por eso de “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. No parecía una mala estrategia, considerando que el gobierno tenía que intentar separar los temas del “mal humor social” y comunicar las acciones, que, en efecto, ha realizado: sigue (como es su deber) entregando becas, construyendo hospitales, reparando caminos, etcétera. Pero igual el hilo discursivo resultó polémico. Algunos lo tomaron como “berrinche”: aunque no me lo quieran reconocer (y pongo énfasis en ello y por eso lo digo al principio), sí hago cosas valiosas. En fin: con campaña lista para salir al aire, y cuando se creía que no se podía estar peor, vino uno de los errores más garrafales del gobierno peñista.

 La leyenda y el indeseable. Cosas del destino, en el levantamiento de la veda para comunicar logros, la atención pública la atrajo el fallecimiento del ídolo popular Juan Gabriel, eclipsando la campaña informativa gubernamental. El ofrecimiento de homenajes en Bellas Artes sonó oportunista, por más que pueda ser merecido, y no podemos olvidar tampoco que el finado cantautor coqueteó en varios momentos con el régimen tricolor (es de suponerse que lo único de sus composiciones que de seguro pasará al olvido es ese horrendo tema de apoyo a Labastida en las elecciones presidenciales del 2000). Por otra parte, la coincidencia de la destitución definitiva de la presidente de Brasil generó no pocas envidias entre algunos sectores de la población mexicana. Y así llegamos, el 30 de agosto, a la confirmación de que al día siguiente el indeseable candidato presidencial republicano visitaría el país.

 Torpeza inexplicable. Atendiendo el nivel de odio que nuestro país siente por Trump —directamente proporcional a las descalificaciones que ha hecho en contra de los mexicanos como leitmotiv de su campaña— traerlo a México era una apuesta en extremo delicada para el gobierno. La única manera en la que podía salir bien librado era acordar una declaración del candidato en la que ofreciera una contundente disculpa pública por la retahíla de ofensas proferidas y el anuncio de que se desistiría de construir en la frontera sur de Estados Unidos un muro a pagar por México. No menos que eso. Pero no. Ya no digamos que llegó tarde a su cita con el jefe del Estado mexicano; vino la bizarra conferencia de prensa y con ella el daño irreparable: Peña no dijo lo que debía decir, lo que dijo lo dijo mal, y Trump se volvió a burlar del país en nuestra propia casa. Y unas pocas horas más tarde, en Phoenix, utilizó como trapo lo que quedaba de nuestra ya muy deslucida investidura presidencial para sacarle lustre a su abyecta plataforma antimexicana. No existe palabra en el idioma castellano, ni concepto en diccionario político alguno, con el que se puedan justificar las decisiones tomadas. Los resultados están a la vista: desprestigio del gobierno —sí, aún más—, y la certeza de empezar mal con quien gane las elecciones estadounidenses en noviembre: con Trump ya estábamos mal y la visita no sirvió de nada para arreglar o mitigar eso, y del otro lado, si había alguna duda de que el show presidencial había enemistado al gobierno mexicano con la candidata puntera (quien, según los especialistas del tema y los corredores de apuestas, tiene entre un 70% y un 80% de probabilidades de ganar la elección), su contundente rechazo a la invitación de Peña Nieto lo terminó dejando clarísimo. Sin duda la bochornosa anécdota (por ahora, ya que puede detonar cosas muy delicadas) del visita-gate pasará a la historia como uno de los episodios más desafortunados de nuestra historia (particularmente si se le juzga con el fervor nacionalista que nos caracteriza) y de las relaciones, siempre complejas, entre México y Estados Unidos.

 ¿Cuál informe? Y para rematar, el “mensaje a la Nación” del 1º de septiembre quedó reducido a una curiosa sesión de preguntas y respuestas, dizque en formato town hall, pero —al modo— sin réplicas. Tal vez el performance les habría salido bonito en ocasión de, por ejemplo, el Día Nacional de la Juventud; pero quedó muy, muy lejos del necesario mensaje político que el presidente tendría que dirigir al país al menos una vez al año.

Ahora sí que —como diría un clásico— todo mal, todo mal, todo mal.

hvives@itam.mx

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