Zeitgeist

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Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

El mes pasado, tras visitar una planta de General Electric, Barack Obama improvisó un breve discurso en defensa de las carreras técnicas y la formación profesional. Más o menos dijo: “Les aseguro que la gente puede hacer mucho más, potencialmente, con entrenamiento industrial o con un oficio que con una licenciatura en historia del arte”. Y dijo después algunas otras cosas en el mismo tenor —nada serio.

El comentario no cayó muy bien entre los profesores de historia del arte, como es natural. Anne Collins Johns, de la Universidad de Texas, envió un mensaje al presidente para pedirle que no se olvidara de lo que ellos hacen bien, de la importancia de que los estudiantes piensen, lean, escriban con criterio. Obama respondió de inmediato con una nota manuscrita en que pedía una disculpa por la expresión, y le explicaba que sólo había querido hablar sobre las características del mercado de trabajo, y no sobre el valor de la historia del arte —que había sido su materia favorita en la preparatoria: “quería animar a los jóvenes que no tienen disposición para cursar los cuatro años de una carrera universitaria, para que piensen en una formación técnica, que puede permitirles una carrera honorable”.

Es un incidente ridículo, pero no enteramente trivial. El intercambio, con todo y la operación publicitaria, dice mucho del espíritu del tiempo. Se entiende muy bien que el señor Obama quisiera hacer un elogio de las carreras técnicas, es razonable —lo que es revelador es el término de comparación que escogió para eso. Podría haber dicho que la gente puede hacer mucho más con una carrera técnica que con una licenciatura en derecho o en economía, o en administración, o medicina. Y sería igual de cierto. Pero hubiera sonado muy raro, porque esas son carreras serias, de cuya utilidad no se puede dudar. No obstante, es difícil imaginar a alguien que dude entre estudiar metalurgia o química industrial, y estudiar historia del arte, o que elija historia del arte para estar bien situado en el mercado laboral. En otras palabras, la comparación es un desahogo populista, gratuito.

Intervino el senador Marco Rubio, con un hipido: “La disculpa de Obama a la profesora de historia del arte es patética. Necesitamos más titulaciones orientadas hacia el empleo”. Y tiene detrás el sentido común del nuevo siglo, que aplaude ese realismo macho, sin complejos, orgullosamente antiintelectual, oportunista y cínico. E incorregiblemente miope.

Me cuesta trabajo imaginar la absoluta fealdad del mundo en que vive el señor Rubio. Y que les desea a los demás. Pero pienso en los modernizadores de nuestro sistema educativo, en los programas, leyes, reglamentos repletos de productividad, eficiencia, rendimiento, vínculos con el sector productivo, y caigo en la cuenta de que es el mismo paisaje. Algo feo, muy feo —y al final, con todo su ostentoso pragmatismo, inevitablemente estéril.