ACUERDOS

ACUERDOS
Por:
  • raul_sales

ACUERDO 1: “El pueblo será la máxima autoridad...”

El nombre oficial de mi sentencia era “Exhibición del presunto responsable para aclaración pública”. Cualquiera que no supiera de los “acuerdos de integración ciudadana para la pacificación y la justicia” estaría de lo más tranquilo escribiendo su discurso de defensa en las hojas que se proporcionaban para ello, yo, por el contrario, conocía al dedillo los acuerdos, yo había sido uno de los legisladores que propusieron la iniciativa y lo que había utilizado a mi favor, ahora, como si fuera el cobro del karma, la bofetada de la justicia divina o el atropellamiento de la rueda de la vida, estaba abajo, estaba sentenciado, estaba... condenado a muerte.

ACUERDO 2: “... la defensa será personal e intransmisible...”

El tiempo corre, escucho los murmullos de los cientos que se congregan en la plaza de justicia. Quiero creer que es mi ansiedad la que me hace escuchar un anhelo malsano en los timbres de voz que se entremezclan y no obstante, he visto tantos juicios que lo que escucho, es una certeza, aunque espero, ruego, suplico el estar equivocado.

Es curioso como el tiempo pasa en un suspiro cuando sabes que te queda poco. Escucho al custodio acercarse y siento el aroma del potaje que pedí como alimento especial, para bien o para mal, esta será mi última comida en el reclusorio.

Me quedan escasas horas antes de mi exposición y ni siquiera he tomado la pluma para escribir mi defensa, en cualquier otro momento hubiera improvisado, eso que siempre consideré una de mis fortalezas, era algo en lo que no podía confiar, tal vez, si hacía una gran defensa, podría salir libre, tendría que hacer la mejor exposición del hecho, tocar el lado emotivo, generar empatía, convencer a la masa, en otras palabras, lo que había hecho para vivir, ahora, lo haría para sobrevivir.

ACUERDO 3: “... el juicio solo podrá realizarse una sola vez...”

El crujido de la cerradura lo sacó de la inmersión del escrito, eran pocas cuartillas de una caligrafía perfecta y aunque no era uno de sus mejores discursos, creía que sería suficiente para convencerlos de su no culpabilidad, alegar inocencia sería como jugar a tirar cerillos encendidos mientras estaba sumergido en una tina de gasolina.

El custodio abrió la puerta por completo y le hizo un gesto, tampoco tenía caso resistirse, había participado en juicios donde el presunto responsable se habría resistido desde el inicio y cuando llegaba a la plaza, su rostro era una masa sanguinolenta incapaz de articular defensa alguna y el dicho de “el que calla otorga” era el motivo concluyente.

[caption id="attachment_795926" align="aligncenter" width="3307"] Ilustración: Norberto Carrasco[/caption]

Caminaba en silencio, envuelto en silencio, seguido por el silencio. Se dirigía al inconfundible murmullo de la multitud, su jurado, su juez, su verdugo. Del silencio expectante al ruido definitorio. Al salir a la plaza de la justicia, el grito de la enardecida muchedumbre se sintió como un golpe físico.

ACUERDO 4: “... la defensa solo podrá interrumpirse cuando el jurado llegue a una determinación...”

El podio blanco sobresalía cual piedra de salvación o cadalso por estrenar. Según la esencia de los acuerdos, la probabilidad era igual pues la justicia se basaría en la verdad expuesta y la verdad era imposible de ocultarse ante el pueblo. La esencia, la letra podía decir misa, él la creyó cuando la escribieron y no obstante, estar ahí era totalmente diferente, la hostilidad con lo que lo veían, la satisfacción con la que salían, el circo con que se vivía. Circo, los romanos lo habían entendido a la perfección y él, entre todos, lo perfeccionó a la más eficaz herramienta de control social... “Ave César, los que han de morir te saludan”.

Conforme subo los escalones, los insultos se vuelven más soeces, los escupitajos no llegan hasta mi rostro y agradezco eso junto con que en la plaza no hay un solo objeto para aventarle al presunto responsable. El pitido estridente de 30 segundos ahoga cualquier otro sonido, es mi entrada, es el momento de mi defensa, una arcada involuntaria de nerviosismo me retrasa, las piernas me flaquean, tengo la boca reseca de un terror contenido. Las miradas emiten juicios ya hechos, quizá, con tiempo y de manera individual podría convencerlos, no ahora, no en masa, no cuando necesitan desahogar su frustración y saciar una sed de retribución por años de subyugación. Es irónico, cuando propusimos los acuerdos nos lavamos las manos, le dejamos la absolución al pueblo sabiendo que escogería la condena, sabíamos que de esa forma la justicia por propia mano sería encaminada al servicio de la comunidad, le quitaríamos lo ilícito al desfogue de la presión social, sabíamos que las explosiones violentas controladas y encaminadas dejarían la paz de una sociedad que estaría ahíta de sangre... Era irónico pues nuestro gran logro de cohesión y paz social nos atrapó a cada uno de nosotros, yo soy el último y el golpe estará consumado.

“Amigos míos, compatriotas, hermanos. Hoy comparezco ante ustedes creyendo en la justicia que da el poder y la sabiduría de un pueblo que entiende, que comprende su valía en las decisiones, que sabe que equivocarse no es una opción válida...”

ACUERDO 5: “... la decisión y acción tomada por el pueblo después de escuchar ambas versiones, será inapelable...”

Fue un discurso hermoso, incluso alcancé a ver algunas lágrimas entre los asistentes, dije todo lo que tenía que decir, señalé a los verdaderos culpables, enumeré las mentiras por las cuales estaba frente a ellos, el porqué de que quisieran silenciarme, les dije que yo había sido padre de los acuerdos que hoy los tenían aquí como verdaderos compatriotas, como justos ciudadanos... Ahora vendría la parte acusadora. Ahora sabría si había dado el discurso de mi vida... literalmente.

El pasillo que había sido de una inmaculado mármol blanco, ahora presentaba manchas marrones que se habían fusionado con la piedra, manchas de aquellos presuntos culpables que desfilaron por el pasillo de la salvación.

Al dar el primer paso, el sonido de la plaza empezó a enumerar mis “crímenes” y la lista de propiedades que me endilgaban, cuentas bancarias rebosantes de dinero producto del peculado, la soberbia de mi trato, las escuelas particulares de mis hijos y el costo de su matrícula, los gastos de mi mujer, la falta de compromiso con los más necesitados.  Toda mi vida malinterpretada, presentada desde el más tendencioso y perverso ángulo, con mentiras evidentes pero, lamentablemente, sólo para mí. Yo no había hablado de mis ingresos producto del servicio público, había hablado de acciones, de ideas, de principios, de esperanza, de fe... todo mi hermoso discurso había sido tinta y saliva malgastada.

El primer golpe lo vi venir y lo esquivé, la zancadilla fue cosa distinta y antes de tocar el suelo, sentí como una patada me rompió la mandíbula, un golpe, una patada, un rodillazo, decenas, cientos, lo único que oía eran mis sollozos, el crujir de mis huesos al fracturarse, el silbido del tímpano al reventarse... creí que al menos llegaría a la mitad del pasillo, si lo hubiera conseguido... quizá... debí imaginarlo... así lo planeamos.

ACUERDO 6: “... con este acuerdo final, los abajo firmantes reconocemos la facultad de la sociedad para la integración e implementación de un nuevo sistema de justicia sabiendo de antemano que la mayoría social es incorruptible y por su misma naturaleza, no cometerá errores...”.