Galardonado con el Premio Juan Rulfo 1993

Centenario de Eliseo Diego, el poeta de la cotidianidad

El también narrador destaca por obras como En la Calzada de Jesús del Monte y Por los extraños Pueblos; pasó los últimos años de su vida en la CDMX

El poeta Eliseo Diego.
El poeta Eliseo Diego.Foto: Especial
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Eliseo Julio de Jesús de Diego Fernández-Cuervo (La Habana, 2 de julio, 1920–Ciudad de México, 1 de marzo, 1994): Eliseo Diego, poeta, traductor, ensayista y narrador cubano que hoy jueves, cumple cien años. “Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas”.

Cofundador de la revista Orígenes (1944-1956) —dirigida por José Lezama Lima—, integrada por Cintio Vitier, Fina García Marruz, Octavio Smith, Julián Orbón, Gastón Baquero, Agustín Pi, Ángel Gaztelu, Lorenzo García Vega, Virgilio Piñera y justo Rodríguez Santos. Uno de los grupos poéticos más trascendentales de la lengua española, que cuaja en un Movimiento Literario significativo y categórico de la cultura cubana de presencia determinante con publicaciones emergidas entre 1937 y 1944 (Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía...), las cuales cristalizan en la “revista más importante del idioma” (Octavio Paz). Orígenes se publicó en La Habana durante doce años (1944–1956).

Eliseo Diego inicia su carrera literaria a los diez años de edad cuando rasguea sus primeros cuentos infantiles; a los 22 da a conocer el volumen de relatos En las oscuras manos del olvido (1942), que asombra a su amigo, el poeta Cintio Vitier. En la Calzada de Jesús del Monte (1949) constituye uno de los más preciados tesoros de la lírica cubana. “Por la Calzada de Jesús del Monte transcurrió mi infancia, de la tiniebla húmeda que era el vientre de mi campo al gran cráneo ahumado de alucinaciones que es la ciudad”. La recordación entretejida con iconografías de la niñez desde una modulación que es cántico y, a la vez, confidencia: “Escribo todo esto con la melancolía de quien redacta un documento”.

El transcurrir y la existencia, la muerte y la extrañeza, la tregua y los sigilos, el desamparo y el deseo, la nostalgia y el tiempo, la ciudad y la naturaleza, el polvo y los afanes: el autor de “Comienza un lunes” configuró iconografías límpidas que el lector acoge con naturalidad afectiva y las hace suyas: estrofas cordiales en que la verdad cotidiana es el “relumbre bermejo de la sangre”. Designar los sucesos en el albor de la intemperie para que no se confundan con los sueños, sino con lo que es la vida en el agasajo del viento: ficciones tejidas en el “sacramento gozoso de la lluvia”.

Gráfico
Gráfico

Por los extraños pueblos (1958): bitácora de nostalgias que ascienden en los retumbos de la memoria. La familia como reafirmación de identidad y asimismo, inmediación con lo cotidiano (la “real belleza de las cosas”): el domingo y los festejos, los trenes y los paseos, las piedras y los templos, el circo y los espejos, los colores y las cenizas, la sed y la fiebre, los lienzos y las murmuraciones: “Vamos a pasear por los extraños pueblos / ungido con la sombra leve de los jazmines / y el olor de la noche como un recuerdo”. Discurso poético que se nutre del esplendor que late en los misterios de las rutinas: “El sitio donde gustamos las costumbres, / las distracciones y demoras de la suerte, / y el sabor breve por más que denso, / difícil de cruzarlo como fragancia de madera”.

El oscuro esplendor (1966) y las pausas extendidas donde un “niño distraídamente solitario empuja / la domada furia de las cosas, olvidando / el oscuro esplendor que me ciega y él desdeña”. Canciones, salmos, silencios y tinieblas desplegados sobre la ingenuidad antigua del sol. Espirales de ocasos que conversan con la noche: los abuelos revisan los armarios con la prudencia piadosa del desvelo. Aquí el poeta se “aventura en un diálogo cara a cara con su entorno” (Rafael Rojas). En este cuaderno aparecen varios de los poemas cardinales de la poesía cubana del siglo XX: “Todo el ingenuo disfraz, toda la dicha”, “Acerca de la luna”, “Y cuando, en fin, todo está dicho”, “Tú te inclina despacio a la tristeza”, “Toda la sombra”, “Oración para toda la familia”, “En un roce inocente con la luz”... / El poeta enumera sus “Tesoros”: “Un laúd, un bastón, / unas monedas, / un ánfora, un abrigo // una espada, un baúl, / unas hebillas, / un caracol, un lienzo, / una pelota”.

Versiones (1967), Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña (1967), Los días de tu vida (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), Soñar despierto (1988), Cuatro de oros (1991): acuarela en que la realidad se columpia en los perfiles verticales de paisajes recónditos: el verbo, nunca enigmático, desglosa los vínculos con la experiencia del mundo. “Adentrándose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas”: María Zambrano.

Poeta que emprendió una Conversación con los difuntos y nos regala las voces de sus amigos en traducciones al español que evocan una sensación de fragancia lingüística deslumbrante: Andrew Marvell, G. K. Chesterton, Joseph Blanco White, Walter de la Mare, William Butler Yeats, Thomas Gray, Langston Hughes, Robert Browning, Coventry Patmore, Ernest Dowson, Rudyard Kipling, Edna ST. Vicent Millay: la traducción como un juego de naipes sobre una mesa de cristal que convierte en relámpago los acasos.

Cuadernillo de Bella sola o una declaración de amor bajo las frondas del sol jubiloso: un bolero de cadencias radiantes o un vals con ondulaciones de plegaria. “Ya te miro venir, ligera y leve, / volando las escalas del teatro, / la boina al sesgo de tu pelo lacio, / radiante y feliz, hecha de aromas. / Das a amigo un libro, me sonríes, / después te vuelves y tu esbelta espalda / escaleras abajo es una música / y es una puertecita hacia la dicha”. Un hombre enamorado que se dejó embrujar por la niña Bella: “tan niña a vida pura”.

Galardonado con el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1993 de la FIL de Guadalajara, sus relaciones con México se vislumbran en algunos gestos que coinciden con la visión de Alfonso Reyes en cuanto a una poética en que la categoría de lo humano se compendia en la concepción de un presente vinculado con las raíces de la identidad. José Emilio Pacheco tiene marcadas contigüidades con Diego, sobre todo en las pesquisas del transcurrir humano. Poetas como Vicente Quirarte, Hernán Bravo Varela, Francisco Hernández. David Huerta, Coral Bracho o Blanca Luz Pulido —lectores fervorosos del origenista— han dialogado con el seductor cosmos del autor de “Nostalgia de la tarde”, quien tenía un lazo espiritual con la cultura mexicana. Pasó los últimos años de su vida en la Ciudad de México, donde murió en la primavera del año 1994.

Eliseo Diego, aferrado a los amarraderos del lunes (“La eternidad por fin comienza un lunes / y el día siguiente apenas tiene nombre / y el otro es el oscuro, el abolido”), nos dejó su “Testamento”: “Habiendo llegado al tiempo en que / la penumbra ya no me consuela más / [...] / decido hacer mi testamento / Es / éste: les dejo / el tiempo, todo el tiempo”.

Eliseo Diego
  • Nació: 2 de julio de 1920, en La Habana
  • Murió: 1 de marzo de 1994, en la CDMX
  • Profesión: Poeta, traductor, ensayista y narrador
  • Otros premios: Máximo Gorki en 1979; Nacional de Literatura de Cuba en 1989, de la Crítica en 1988 y 1989, por Soñar despierto y por Libro de quizás y quién sabe, respectivamente