Clara Obligado rompe cánones de la novela y el cuento

Clara Obligado rompe cánones de la novela y el cuento
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  • carlos_olivares_baro

A Clara Obligado (Buenos Aires, 1950) usted la puede reconocer por su sonrisa sardónica y provocativa: sobresale por los gestos de apariencia escrupulosa sostenidos en una mirada inquisitiva. Es una de las grandes cuentistas sudamericanas de la actualidad. Exiliada política de la dictadura militar, desde 1976 reside en Madrid donde imparte talleres de escritura creativa en varias instituciones culturales. Su novela, La hija de Marx, Premio Femenino Lumen en 1996, se ha convertido en un libro de culto.

El compendio elaborado por Obligado: Por favor, sea breve (1, 2), constituye una referencia ineludible para el discernimiento del desarrollo y actualidad del microrrelato en la literatura castellana. Imposible desdeñar los volúmenes de narrativa breve, Las Otras vidas (2005) y El libro de los viajes equivocados: IX Premio Setenil al Mejor Libro de Cuentos 2012.

El dato: Fue una de las primeras que comenzó a impartir talleres de escritura creativa en España.

La muerte juega a los dados (Páginas de Espuma, 2015), es el más reciente cuaderno de relatos de Clara Obligado: 18 ficciones que proponen “al menos dos itinerarios: el primero es lineal, y en él se percibirá la trama policiaca y la historia de la familia Lejárrega; el segundo lo puede organizar el lector a voluntad, y en él aparecerán historias que tienen algunos puntos en común”, apunta la autora en el pórtico de la publicación.

La sorpresa como un camino para convenir con el lector una espiral de emociones, y configurar espacios de circularidades promiscuas (mixtas, mestizas, intertextuales...): la escritura de la autora de la exitosa novela Si un hombre vivo te hace llorar (1998) se sustenta en incidentes recurrentes y en coincidencias de pluralidades que rompen pautas narrativas establecidas por el canon.

El dato: 32 Años tiene de exiliada política la escritora argentina

“Escribir es religar posibilidades: es terrible sentarse frente a la página en blanco y decir: ‘voy a escribir un cuento o voy a iniciar una novela o un ensayo’. Hay, más que todo, la presencia de unos personajes que buscan refugio en una determinada encrucijada. De esas circunstancias nace la ficción. Es posible que las fronteras de los géneros sean intersecciones, amagos de una cosa y de otra. En ese sentido, estoy muy apegada a Felisberto Hernández y, por supuesto, a Borges y a Cortázar”, comentó a La Razón, Clara Obligado.

[caption id="attachment_796603" align="alignleft" width="187"] La muerte juegaa los dados.[/caption]

¿Por qué la presencia de desarraigos, exilios, marchas, encuentros y desencuentros en sus relatos? Esos temas recurren en mi escritura porque la desventura y la simulación, lo real y lo irreal conforman esas apariencias de nuestras vidas. En Las otras vidas me detengo en esas particularidades, en esa otredad con la que convivimos.

¿Y, en este libro, por qué la muerte juega a los dados? Quizás este libro sea el más lúdico en toda mi obra. Hay muchas apropiaciones, citas, intertextualidades, referencias, dedicatorias a propósito, autoplagios, influencias... Todo en un juego en que se desdibujan los géneros: ideas para una novela o cuentos que se entrometen en la estructura de la novela. Me interesaba edificar una atmósfera entre policial y metafísica. Lanzo los dados y vaya usted a saber qué sucede.

¿Un tejido de incidentes propio de la novela? Pero, no olvide usted que a fin de cuentas es un conjunto de cuentos. Ahí está la provocación: arrastrar al lector hacia nuevas vertientes.

Huellas, guiños a Borges, Carver, Alice Munro, Cortázar, Chéjov,

Rilke...: ¿Sus padres literarios? Escribo dentro de un río: la tradición. Leo y releo a autores que me gustan: me los aprendo casi de memoria, los copio. No vivo en la “angustia de las influencias”, de Bloom: vivo en el gozo de las influencias.

“El miedo” cuento de La muerte juega a los dados

Por Clara Obligado

La monja enana vive en la cornisa del patio del colegio, donde anidan los murciélagos, debajo del reloj. Cuando murió, la pusieron en la capilla, con el féretro sin tapa, la toca almidonada, los labios entreabiertos y el aire escapándose con un silbido de globo al final de una fiesta. Entre las ramas de la glicina, la monja enana asoma la cabeza y sonríe, los dientecillos afilados. Yo la quise cuando estaba viva: me acariciaba la cabeza, escondía las sobras de mi plato. Ahora zumba con sus bracitos de élitro, se relame el polen, liba entre los racimos, serpentea como un avioncito de papel. Cuando salgo del colegio me sigue flotando, se enreda en una alegría de velos y faldas negras, salta a la comba con el rosario. De pronto, mira hacia abajo, tuerce el gesto y silabea: ya-te-mor-de-ré.