Contradicciones de la prohibición

Contradicciones de la prohibición
Por:
  • l._m._oliveira

En estas páginas voy a defender la legalización de la producción, trasiego y venta de la marihuana. Y de paso diré que me parece absolutamente irracional continuar con la guerra contra las drogas.

Déjenme comenzar mi argumento con esta historia que es bien conocida: la noche que transcurrió entre el 23 y el 24 de agosto de 1572 los habitantes de París masacraron a varios cientos, si no es que miles, de hugonotes. La matanza fue posible gracias a que al repicar de campanas de la iglesia de Saint-Germain l’Auxerrois, que se encuentra a un costado del Louvre, la nobleza católica cercana al rey Carlos ix y a la reina madre Catalina de Medici, expulsó del palacio a los calvinistas para ver cómo los linchaba la turba. Todo aquella noche de San Bartolomé. Alexandre Dumas escribió una novela sobre el asunto: La reina Margot, hay varias películas.

Los eventos de esas horas se volvieron incontenibles y las matanzas se expandieron a otras ciudades del reino como Lyon, Burdeos u Orleans. La sangre derramada incitó la furia de los hugonotes y causó el inicio de la cuarta guerra de religión francesa que entre treguas y refriegas no halló sosiego hasta que un nuevo rey, el protestante convertido en católico Enrique iv (“París vale una misa”) subió al trono y decretó el edicto de Nantes en 1598. Ahí quedó establecida la libertad de conciencia y cierto grado de libertad de culto para los calvinistas.

Casi un siglo después, en su famosa epístola sobre la tolerancia, John Locke, reconocido como padre del liberalismo, sostuvo que necesitamos distinguir la esfera civil de la religiosa, que en una nos dediquemos al bien de la comunidad y en la otra a la salvación de las almas. Para ello es fundamental la libertad de creencias. John Rawls, uno de los grandes teóricos del liberalismo político, escribió: “el origen histórico del liberalismo político (y del liberalismo en general) es la Reforma y sus consecuencias, con las largas controversias acerca de la tolerancia religiosa en los siglos XVI y XVIIi. Algo parecido a la comprensión moderna de la libertad de culto y de pensamiento empezó entonces”.

Déjenme ponerlo así, para sintetizar este inicio que podría parecer titubeante: el liberalismo tiene en su raíz la idea de defender la neutralidad del Estado frente a las distintas ideas de vida que podemos escoger las personas. Esto, ante las terribles evidencias de los Estados que promueven una idea de cómo se debe vivir y no sólo oprimen a los que piensan diferente sino que tarde o temprano conducen, si no a la guerra civil, sí a que los campos y los ríos se llenen de sangre, sí a una profunda crisis de legitimidad.

El liberalismo

Ahora intentaré explicar en unos cuantos párrafos la estructura fundamental de las sociedades liberales. Esto nos ayudará más adelante a entender los argumentos alrededor de la ilegitimidad de la prohibición del consumo, la producción y la venta de marihuana.

Junto con Rawls, quizá uno de los liberales más importantes de finales del siglo xx fue Ronald Dworkin. Este filósofo hace una distinción entre dos tipos de compromiso moral: por un lado, todos tenemos visiones sobre cuál es la finalidad de la vida, sobre lo que es bueno y le da sentido; unos son musulmanes, otros católicos, a unos nos gusta la literatura, otros atesoran el oro. A estos compromisos Dworkin los llama “sustantivos”. Por otro lado, también reconocemos el compromiso de lidiar de manera justa e

igualitaria con los demás, al margen de cómo entendemos nuestros fines (esto, por supuesto, si nos detenemos a pensar cómo debemos vivir). A este compromiso lo llama “procedimental”. Dworkin asegura que una sociedad liberal es la que como proyecto cooperativo no adopta ningún punto de vista sustantivo sobre los fines de la vida. Así pues, se encuentra unida no por un compromiso sustantivo sino por uno procedimental: el intento de tratar a las personas con igual respeto. Esta postura entiende que la dignidad humana se compone básicamente de autonomía, es decir, de la posibilidad de cada quien de determinar por sí mismo una postura sobre la buena vida. Así, es claro que desde el liberalismo la idea de dignidad está menos asociada con una postura particular de buena vida, de tal forma que las opciones o preferencias de cualquier persona no le restan dignidad, y se abre la posibilidad de que cada quien escoja cómo quiere vivir.

Entonces, una sociedad liberal debe permanecer neutral con respecto a la buena vida y restringirse a asegurar que, sin importar cómo vean las cosas, los ciudadanos se traten de manera justa y el Estado lidie con ello de manera equitativa.

Siguiendo a Rawls, y ojo, que resulta complicado enunciar toda una teoría en unas líneas, el liberalismo político defiende la primacía de la justicia sobre otros ideales políticos. Es decir, dado que la sociedad está compuesta de una pluralidad de personas, cada cual con sus propios fines, intereses e ideas del bien, podemos decir que se encuentra bien ordenada cuando se rige bajo principios que no presuponen ninguna concepción del bien. ¿Y en qué se basan estos principios? En un procedimiento imparcial de construcción política, pero para simplificar los términos, digamos que en una forma imparcial y razonable de llegar a acuerdos. Todo esto, sin duda, tiene una carga teórica que aquí no tengo espacio para detallar. Sirva añadir que en el centro de todo se encuentra la autonomía de los individuos y las libertades para ejercerla. Eso es lo que ha de proteger el Estado: el conjunto más amplio de libertades que todos podamos gozar por igual.

Paternalismo

Según la definición clásica, el paternalismo consiste en restringir la libertad de una persona por su propio bien bajo condiciones que violan su autonomía. Así, cuando el Estado se comporta de manera paternalista, lo que está haciendo es imponerle a los ciudadanos una idea de vida buena que muchos podrían rechazar y esto, por supuesto, viola los principios básicos del liberalismo que acabamos de señalar, por ejemplo que su compromiso moral ha de ser procedimental y no sustantivo.

Los liberales más kantianos suelen ser muy estrictos no sólo en el punto de que la neutralidad es fundamental, sino también en la inviolabilidad de la autonomía de las personas. Pero cabe señalar que el asunto no es tan sencillo. Por ejemplo, hay defensores de que lo que importa moralmente para juzgar una acción son sus consecuencias; en ese sentido, si el paternalismo, pese a violar la autonomía, trajera consigo mejores resultados, sería bueno. El tema se complica más todavía porque en la literatura filosófica se reconocen varios tipos de paternalismo. Quizá la primera distinción es la que hay entre paternalismo suave (soft) y duro (hard). Así lo indica la Enciclopedia de Filosofía de Stanford: el paternalismo suave defiende que las únicas condiciones bajo las cuales se justifica el paternalismo del Estado ocurren cuando es necesario para determinar si la persona cuyo acto será interferido actúa de manera voluntaria y con el conocimiento adecuado.

Pensemos, por usar el ejemplo de John Stuart Mill, en una persona que está a punto de cruzar un puente colgante dañado con quien no podemos comunicarnos pues habla una lengua que nos es extraña; un paternalista suave lo detendría antes de cruzar para averiguar si sabe de la condición del puente. Si supiera y aún así quisiera cruzar no habría más ­elementos para detenerlo. En cambio, un paternalista duro diría que algunas veces es permisible evitar que una persona cruce el puente aunque quiera hacerlo bajo su propio riesgo. Por supuesto, el paternalismo suave es mucho más fácil de justificar, pues incluso podríamos decir que la autonomía no se puede ejercer plenamente si no se tiene suficiente información a la mano. El Estado es paternalista suave cuando obliga a las compañías de cigarros a poner frases de los daños que ocasiona el cigarro. Es paternalista duro cuando prohíbe el comercio de marihuana.

También existe el paternalismo moral que interviene en pos de los intereses de la persona por la que se actúa, para promover su bienestar moral. Supongamos que una mujer se prostituye, sin caer en la trata de personas (es un ejemplo) y que no arriesga su salud pues la protección es infalible. El paternalista moral podría decirle que pese a que no se daña físicamente ni daña a otros, la prostitución la corrompe moralmente y le falta el respeto a su humanidad. Todo esto, claro, desde un punto de vista moral que considera degradante intercambiar dinero por sexo. Un ejemplo claro de un Estado paternalista moralmente hablando, es cuando no permite los matrimonios entre personas del mismo sexo por considerarlos moralmente perniciosos para la moral pública (lo que eso sea).

La carga moral

de la prohibición

No es difícil encontrar textos que señalen que la prohibición de la marihuana, pero también de la cocaína, la heroína y en su momento del alcohol tuvo como trasfondo el intento organizado de un pequeño grupo de personas para imponer una visión del mundo, personas que lograron poner sus dogmas detrás de la legislación internacional adoptada por 188 países. En su libro Drogas, caminos hacia la legalización, aún en la mesa de novedades, el doctor en Derecho de la unam Jorge Díaz Cuervo dice lo siguiente al citar la convención de la onu que prohíbe las drogas:

Sólo para ilustrar el argumento y sin olvidar el tono de los discursos de quienes impulsaron el prohibicionismo que ya referimos antes, baste citar algunos enunciados del Preámbulo de la Convención de 1961 que es norma vigente: las partes, preocupadas por la salud física y moral de la humanidad [...] reconociendo que la toxicomanía constituye un mal grave para el individuo y entraña un peligro social y económico para la humanidad [...] conscientes de su obligación de prevenir y combatir ese mal... Como se aprecia, el legislador define el mal sin ambigüedades y postula la verdad pura y absoluta: las drogas son un mal grave que se debe combatir.

Sin duda estamos ante un caso irrefutable de paternalismo moral, ejercido desde el órgano multilateral más importante, gracias a las presiones de Estados Unidos: la versión de un mal diabólico que la humanidad ha de enfrentar incluso declarándole la guerra. Nixon lo dejó clarísimo, lo cito del libro de Díaz Cuervo: “homosexualidad, drogadicción, inmoralidad en general. Esos son los enemigos de sociedades fuertes”.

La contradicción

que hace relucir

la carga moral

Sobran datos de cómo el tabaco y el alcohol son más dañinos para la salud que la marihuana. Cito una fuente de las muchas que podemos encontrar en revistas científicas: en enero de 2015, Dirk W. Lachenmeier y Jürgen Rehm publicaron un estudio en la US Library of Medicine donde plantean una nueva técnica para intentar establecer el riesgo que conlleva el uso de distintas drogas. El método, llamado margen de exposición (margin of exposure), analiza la proporción entre una dosis que implica efectos adversos y la cantidad de la sustancia que la gente usa típicamente. Los autores revisaron el margen de exposición de estas drogas: alcohol, nicotina, cocaína, heroína, marihuana, mdma, anfetamina y metadona.

Reportan los siguientes resultados: en cuanto al riesgo individual, cuatro sustancias resultaron ser de alto riesgo: alcohol, nicotina, cocaína y heroína. Con respecto al riesgo que implica para la sociedad el uso que hacen de estas drogas los individuos, resultó que sólo el alcohol es de alto riesgo. Según los resultados del estudio, el uso de marihuana es más de cien veces menos mortal que el alcohol. Esto, por supuesto, no quiere decir que beber una copa de vino es más peligroso que usar heroína, lo que nos dice el estudio es que el uso que los individuos hacen del alcohol es el más peligroso de entre todas las drogas en cuestión (y sin embargo es legal y a las botellas no le ponen fotografías de hígados destrozados por la cirrosis ni autos accidentados gracias a la conducción del borracho).

Volvamos a la historia del puente colgante que nos ayuda a mostrar lo que quiero: imaginemos que en lugar de

un puente ahora tenemos tres: el puente alcohol, el puente tabaco, y

el puente marihuana. El Estado sabe que el

puente alcohol está en una condición bastante débil y es riesgoso. Así nos lo informa y nos deja pasar. Lo mismo sucede con el puente tabaco: es bastante peligroso cruzarlo, quizá un poco menos que el puente alcohol, pero es de alto riesgo. Nos lo informa con imágenes tremendas, pero si aún lo queremos, nos deja pasar. Con respecto al tercero, el puente marihuana, sabe, porque ahí están los datos, que es el menos peligroso de los tres y, sin embargo, ése es intransitable. El Estado dirá que lo suyo es paternalismo duro y que lo hace por nuestro bien, porque es peligrosísimo cruzar ese puente, pero en realidad parece más paternalismo moral: no cruces porque es moralmente denigrante, porque quienes fuman marihuana han tomado la vía de la degeneración (o algo así). Y claro, como señalé desde el principio, esto es un atentado a las bases mismas del liberalismo: el Estado que sacrifica su neutralidad en pos de una idea del bien sólo genera inestabilidad a su interior, pues los que no estamos de acuerdo con esa idea del bien dejamos de verlo como legítimo.

Derecho

al desarrollo

de la personalidad

El 9 de julio de 2013, los integrantes de smart (Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante) presentaron una demanda de amparo indirecto en la que sostenían que la Ley General de Salud vulnera “los derechos a la dignidad humana, identidad personal, derechos de la personalidad, propia imagen, libre desarrollo de la personalidad, a la autodeterminación individual, libertad personal y corporal, así como el derecho a disponer de la salud propia”, entre otras cosas. Pero me quiero centrar en la idea del libre desarrollo de la personalidad, y es que al leer la ponencia del ministro de la Suprema Corte (hasta ahí llegó el amparo), Arturo Zaldívar, que concedió el amparo a los miembros de smart que lo solicitaron, me queda la impresión de que toma la defensa de este derecho como motivo central para concederlo. Cito algunos fragmentos que son casi una cátedra de liberalismo:

El derecho al libre desarrollo de la personalidad brinda protección a un “área residual de libertad” que no se encuentra cubierta por las otras libertades públicas [...] estos derechos fundamentales protegen la libertad de actuación humana de ciertos “espacios vitales” que de acuerdo con la experiencia histórica son más susceptibles de ser afectados por el poder público, sin embargo, cuando un determinado “espacio vital” es intervenido a través de una medida estatal y no se encuentra expresamente protegido por un derecho de libertad específico, las personas pueden invocar la protección del derecho al libre desarrollo de la personalidad. De esta manera, este derecho puede entrar en juego siempre que una acción no se encuentre tutelada por un derecho de libertad específico [...] el derecho al libre desarrollo de la personalidad comporta “un rechazo radical de la siempre presente tentación del paternalismo del Estado, que cree saber mejor que las personas lo que conviene a éstas y lo que deben hacer con sus vidas”, de tal manera puede decirse que este derecho supone “la proclamación constitucional de que, siempre que se respeten los derechos de los demás, cada ser humano es el mejor juez de sus propios intereses”.

Y claro, bien recalca el ministro: este derecho “no es absoluto, pues encuentra sus límites en los derechos de los demás y en el orden público”. Como puede observarse, se trata de límites externos al derecho que funcionan como cláusulas que autorizan al legislador a intervenir en el libre desarrollo de la personalidad para perseguir esos fines.

Así pues, si el legislador no logra demostrar que el consumo de marihuana pone en riesgo los derechos de los demás ni tampoco el orden público, la ley que lo prohíbe sobrepasa los límites que el Estado puede establecer para las personas en una sociedad liberal. Lo mismo sucede con la producción y el comercio: se argumenta que la salud de los individuos es un bien tutelado por el Estado y que por ello prohíbe la producción y venta de marihuana, pues son conductas que ponen en riesgo la salud de terceros (los consumidores).

Pero claro, con ese argumento, el Estado tendría que prohibir la producción y venta ya no digamos sólo de alcohol y tabaco, sino también de comida chatarra y de todo aquello que ponga en un riesgo mayor del aceptable (no sé dónde está el límite) la salud de terceros, seguramente las motocicletas y las tablas de surf entrarían en esa categoría. La contradicción es evidente.

Argumento pragmático

Déjenme terminar con un argumento pragmático. Para ello explico brevemente lo que entendía al respecto Perelman, el estudioso de la retórica: un argumento pragmático valora una acción, un evento, una regla, en términos de que sus consecuencias sean favorables o desfavorables. Parte del valor de las consecuencias se transfiere a lo que sea que se considere que las causa o las evita. Mi argumento es éste: la regulación del consumo, la producción, la venta y el trasiego de marihuana produciría un incremento en las arcas de la hacienda pública, esto sin contar todo el dinero que dejaríamos de gastar tratando de mantener la prohibición. Todo esto es un punto a favor de la legalización.

No pude encontrar algún estudio que nos diga cuál podría ser el impacto estimado en las finanzas públicas mexicanas de los impuestos recaudados por todo el comercio que se generaría alrededor del mercado de la marihuana. Lo que es claro es que no sólo se vendería hierba, pues la cantidad de productos que se pueden hacer a partir del cáñamo son impresionantes: desde helados hasta sillas. La revista Pacific Standard publicó a mediados de mayo un artículo sobre el asunto, pero con respecto a Estados Unidos. Según el artículo, la Tax Foundation estima que los estados y la federación están dejando escapar 28 mil millones de dólares al año en impuestos. Colorado recaudó en 2015 el doble por venta de marihuana que por la de alcohol. El estado de Washington recauda 2 millones de dólares diarios en impuestos a la venta de marihuana. Las ciudades de Colorado invierten los ingresos generados en programas de corte social. En México hay estados terriblemente endeudados como Coahuila y Veracruz a los que no les vendría mal recaudar impuestos por venta de productos de marihuana.

Termino así: es completamente irracional matarnos y tirar el dinero a la basura por una idea del bien que ni siquiera tiene un sustento sólido. Si estamos en guerra contra las drogas, mañana mismo deberíamos firmar un armisticio unilateral. Si el puente de la marihuana no es más peligroso que los demás (y aunque fuera igual de peligroso) el Estado no debería prohibirnos cruzarlo: además de ser ilegítima, con la prohibición estamos desperdiciando (literalmente) una oportunidad de oro. Vamos tirando dogmas al olvido.