Arte y pandemia

El COVID-19 y los libros de arte: respiración de boca a boca

Sin darme cuenta, el arte se había encargado de llevar a tope mi oxigenación; en los momentos de tranquilidad, el virus nos ofrece solaz

"Naturaleza muerta con Biblia", de Vincent van Gogh
"Naturaleza muerta con Biblia", de Vincent van GoghEspecial
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Día 9. Cómo más de ciento seis millones de seres alrededor del mundo, estoy contagiada de COVID-19. Al respecto, les confieso: me sentiré muy feliz y agradecida de qué, cuando este texto salga a luz, y ustedes decidan brindarme el privilegio de su lectura, yo continúe respirando, esté viva, bien, y en el mejor de los casos, escribiendo una siguiente entrega para La Razón.

El confinamiento obligado nos muestra de cerca nuestros demonios y nos sume en una tremenda preocupación. Y eso que pertenezco al grupo de los afortunados, de los que tienen la suerte de vivir el encierro bajo techo, con comida, medicinas y la tranquilidad de que ninguno de los míos morirá de hambre y frío si no trabajo durante quince días. Formar parte de los elegidos que cuentan con Internet y la facilidad de conectarse, no me ha liberado del constante enfrentamiento con la duda. No consigo zafarme del terrorífico estupor que causa la más ligera falta de aliento, tampoco de la frustración de no saber lo que sobrevendrá al día siguiente. Nada puede salvarnos, no hasta que esto se acabe: los contagiados nos la pasamos visualizando dramas y tragedias, finales desastrosos y hasta las palabras que quisiéramos ver talladas en nuestra lápida.

"Vuelo de Brujas", de Goya
"Vuelo de Brujas", de GoyaEspecial

Hay que reconocerlo: en los momentos de tranquilidad, el virus nos ofrece solaz. En mi caso, uno que no había gozado en casi trece meses de pandemia. El reposo me permitió explorar escritos felices -como las cartas de amor dedicadas a mi amado-, también un fajo de textos —ya carcomidos— de mi licenciatura en Historia del Arte en la Ibero. El confinamiento me permito hurgar en mis trabajos universitarios sobre Goya, Turner y uno que otro artista del Siglo XIX, un puñado de composiciones inexpertas que me hicieron apreciar aún más la vida y el presente, de cara al dramático concepto de la muerte en el pensamiento romántico.

Me dediqué también a hojear libros de arte, y, aunque el cansancio, la falta de aire y la certeza de poder descubrir lo mismo navegando entre hipervínculos estuvieron a punto de hacerme desistir, al final ganaron los poderosos volúmenes de los cuerpos de los dioses inconclusos de Saturnino Herrán, las coloridas faldas de las mujeres del baile de Istmo de Rivera y los proféticos enunciados sobre igualdad de género de un jovencísimo Abraham Ángel. Sin darme cuenta, el arte se había encargado de llevar a tope mi oxigenación.

Tan absorta estaba en la contemplación que mi compañero en el encierro empezó a gritar, alarmado: ¡No haces ruido…! ¿Cómo vas? ¿Estás respirando bien?... SÍ le respondí con más aliento que nunca: Los libros me están dando respiración de boca a boca.

Dedico este texto a los lectores, al arte y a la completa sanación de todos los enfermos de COVID-19. Aprovecho para exigir a nuestros dirigentes una masiva compra de vacunas y una vacunación responsable y digna e igualitaria.