UN CÚMULO DE BUENAS INTENCIONES

Un cumulo de buenas intenciones
Un cumulo de buenas intenciones
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El reloj marcaba las 3:47 y Morfeo seguro estaba nadando de muertito en el río Estigia esperando llegar a Lete sin mover un dedo. La pandemia trastocó completamente mi reloj biológico, ahora no sirve la alarma y cucú salió volando cuando supo que se cerraría todo a cal y canto. Si logro dormirme, lo haré máximo una hora y tendré que salir para llegar al trabajo en una ciudad que no sabe si el pico del virus fue ayer, es hoy o será mañana, nos han dado tantos “picos” que parece que se picaron haciéndolo, después de la tercera llamada gritando falsamente “fuego”, los siguientes ya ni los extintores tomábamos para el “nuevo pico”, ya nadie creía en ello. En un país donde “güey” y “pinche” eran palabras de uso diario, “Pinche güey” adjetivo cariñoso, las malas palabras eran “diputado” o “político” y “ahorro” era apenas un poco más usada que “paranguatirimicuarotrestristetigrano” solo nos quedaron dos opciones, o moríamos de contagio o de hambre por falta de ingreso, así que, en un arranque de pragmatismo pre revolucionaria antes de que alguien nos gritara “que coman pastel”, decidieron quitar la cuarentena y nosotros, obedientes como solemos ser, hicimos lo que siempre hacemos, cerramos los ojos y el monstruo bajo la cama dejó de existir, al fin y al cabo, si nos devoraba en la noche no se perdería nada, nadie nos lloraría y por supuesto, nadie nos velaría “por precaución”.

Las 4:15, es inútil, me levanto sin haber pegado un ojo, me lavo la cara y me preparo un termo de café, la diferencia de de salir 4:45 en lugar de las 5:00 a.m. es abismal, las calles aún permanecen desiertas y se siente más frío que lo que puede proteger la porosa y ochentera chamarra de mezclilla que no importa la caducidad en estilo, sigue siendo mi favorita, además, nadie, nunca, se fija en alguien que lleve una chamarra de mezclilla y el anonimato en la ciudad siempre es garantía de seguridad, aunque, de un tiempo para acá, todos somos extraños, tenemos la distancia, el miedo y cubre bocas que son pedazos de tela con jaretas para ocultar la jeta y creer que nos protegemos, antes éramos rostros difusos entre multitud, ahora somos medio rostro difuso entre la multitud.

El metro es inmune a las pandemias y ríe de Susana, nos apretujamos a tal punto que mi aliento, incluso con la tela cubre rostro, se hermana con el de a lado, inhala mi exhalación mientras yo inhalo la de alguien más. En esta nueva normalidad, no hay nada más normal que dejar todo en manos de Dios y poner a nuestro ángel de la guarda a punto de entrar al sindicato de seres divinos guardianes de dobles de riesgo, deportistas extremos, viciosos irredentos y trabajadores en tiempos de Covid.

La vida se emborrona cuando sientes que un puño de miedo te atenaza las entrañas y como si fuera un maelstrom todo te arrastra al centro, el miedo hace que te estreses, este baja tus defensas, te da una influenza estacional y todo mundo te ve como apestado, el hospital no te recibe, no puede, no hay camas, el amigo del amigo de tu primo, dijo que en el hospital privado debes dejar un depósito de cien mil, ¡carajo! Si tuviera esa cantidad me hubiera podido quedar en casa. Siento que me falta el aire, la comida no me sabe, me duele el estómago, no sé si una cosa llevó a otra, si la influenza mal atendida es ahora una neumonía atípica o si es el bicho, no sé nada y nadie quiere acercarse. Ahora entiendo a los leprosos y porque sus hogares estaban fuera de la ciudad, fuera de la vista de las “puras y nobles almas”.

El haber enfermado me costó el trabajo, son muy hábiles, por las medidas de higiene me mandaron a casa pero, para pagarme, me pidieron un comprobante médico y solo pude conseguirlo en los consultorios a lado de la farmacia... alegaron que para eso me pagaban seguridad social y que ese comprobante era apócrifo, al tercer día, mientras esperaba que alguien se apiadara y me diera cita, fui notificado por abandono laboral sin explicación alguna.

Quisiera poder decirles que todo mejora pero, no, aquí con 39º C estoy siendo desalojado por atrasarme en la renta, supliqué, lo hice una vez más y en cada súplica siento que escupo un pedazo de dignidad.

Todo salió bien, aquí sigo, quisiera decirles que regresé a casa o que gané el juicio laboral pero no es así, la empresa cerró y ojalá pregonara que fue justicia pero, tampoco es así, la empresa cerró porque estamos dentro de una de las peores recesiones y entiendo que no fuera rentable aunque, tal vez predijeron hacer algo más, no sé, no soy de los que echa culpas, aunque ganas no me faltan, solo tengo un problema... todos son, “somos” culpables, no, no me malinterpretes, la culpa de la enfermedad no es tuya, tampoco el salir a trabajar, tal vez algo, en creer que tu cubre boca era la kriptonita covidesca pero, siempre confiamos en el “no pasa nada”, en realidad la culpa fue que nos dejamos llevar por unos y por otros, nos dividimos en facciones, politizamos la salud y monetizamos la respuesta, nos tiramos al cuello de presas más comprensibles como la eterna polarización de las clases o el echarle la culpa al vecino por la envidia de que tiene una mejor casa, un mejor carro, o solo porque su internet es más rápido y nos lo echa en cara. ¿Verdad que somos un cúmulo de buenos deseos?

Déjese del Covid, ese virus no es tan dañino como el veneno que llevamos dentro ¿yo? No, yo no, yo desde que me curé de la neumonía dejo en este parque todos mi miedos, si, mañana pueden darme matarile, quizá enferme del virus aunque es más probable otra afectación. ¡Pues claro que por la comida! Antes me dicen los de acá, que podías comer maravillosamente gracias a las sobras de los restaurantes pero desde que dejaron de haber comensales, dejaron de haber sobras.

No sé que va a pasar pero tampoco me preocupo, ¿para qué? Cuando creo que ya acabó todo, algo más nos cae. Mire, ¿se acuerda de cuando el norte estaba hablando de independizarse? Pues desde el triunfo de los opositores en el país vecino, seguro que van a querer cobrarse unas afrentas pendientes, además de que fuimos el argumento de ambas campañas...

No’mbre viejo, no se asuste, no estoy loco pero, si quiere que me vaya, solo deposite unas monedas en mi mano y dejo de contarle mi triste historia, al fin, siempre se reduce a esto ¿no? No me mire así, a diferencia de todos los otros en el parque, yo no le estoy echando la culpa ¿cómo que quienes? ¿No ha visto como lo he conducido? ¡Vamos! ¡Mire! Somos cientos, este parque es nuestro hogar y usted esta visitándonos. Le digo, yo no le echo la culpa como los otros y mientras esté conmigo, los demás nos dejarán tranquilos. Ande, coopere para la causa compadre y le juro, que le acompaño a la salida. Eso es, ¿vio que fácil se da el libre intercambio? Ahora no solo me ha contratado como narrador sino como guía y protector. Así es, sonría, si ya nos la vimos negras, esto será “un paseo por el parque”. Disculpe, no pude aguantarme. Mire, ya llegamos a la salida y lo hicimos a tiempo, pues ya hablé mucho de mí y ni siquiera le he hecho la pregunta que hacemos todos desde hace años, usted es ¿chairo o fifí? ¿O pues? No se altere, es normal que le haga la pregunta, si quiere le pongo otros adjetivos, bueno o malo, blanco o negro, izquierda o derecha... tranquilo señor, esa reacción es la que nos arrastró a este punto, ¿no hubiera sido más fácil que me contestara mexicano? Pues ya se lo dije antes ¿no? Un cúmulo de buenas intenciones... pura buena intención... ande señor, ahueque el ala, en serio, por su maniqueísmo estamos así, así que jale de puntitas...

Un cúmulo de buenas intenciones, a veces me dan ganas de reclamarles, de señalarlos, de acusarlos pero, de que sirve, eso no cambia en nada, meter el ayer con el presente, a veces vicia el mañana... en fin... mañana será otro día.