Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas

Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas
Por:
  • miguel_angel_munoz

Madrid. España. Las salas de la Fundación MAPFRE Recoletos en Madrid presenta una exposición que explora la amistad de tres grandes artistas del siglo XX: André Derain (1880-1954), Balthus (Balthasar Klossowski) (1908-2001) y Alberto Giacometti (1901-1966). Las miradas de estos tres artistas, nunca antes confrontadas, coinciden en la misma exigencia de lo que debe ser la obra de arte. Mucho más allá de la admiración mutua y el sincero afecto que les unieron durante toda su vida, la profunda comunidad estética que existe entre ellos es el hilo conductor de la exposición. La muestra, con cerca de 240 obras, cuenta con el generoso apoyo de numerosas colecciones particulares e instituciones internacionales entre las que destacan la Fondation Giacometti, París; Musées d’Orsay y de l’Orangerie, París; Albright Knox Art Gallery, Buffalo; Minneapolis Institute of Art; The Pierre and Tana Matisse Foundation, Nueva York; Hirshhorn Museum and Sculpture Garden, Washington D.C.; Musée Picasso, Antibes; Musée National Picasso, París; Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris; Tate, Londres; Fondation Beyeler, Basilea o Kunsthaus, Zúrich. La exposición, fue concebida por el Musée d'Art Moderne de la Ville de Paris, Paris Musées, se ha organizado con Fundación MAPFRE. Comisariada por Jacqueline Munck, Conservadora Jefe del Musée d’Art moderne de la Ville de Paris.

[caption id="attachment_744521" align="aligncenter" width="510"] André Derian y Alberto Giacometti[/caption]

Todavía recuerdo con asombro la magna exposición de Balthasar Klossowski de Rola, conocido como Balthus (1908- 2001), que se presentó en el Palazzo Grassi de Venecia en 2001 y que tuve la oportunidad de ver al lado del poeta y crítico de arte francés Jean Clair. Digo "magna" porque era la primera vez se reunían 250 obras, no sólo porque Balthus produjo poco, y siempre fue cortejado por una selecta clienta que le quitaba todo lo pintado, sino porque también es cierto que siempre fue muy difícil lograr cuadros suyos para las escasas muestras individuales que permitió organizar, la primera el año 1924 en París y una de las últimas en 1996, organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, con apenas un centenar de obras magistrales entre dibujos, bocetos y telas. Por ello, la exposición de Venecia fue un acontecimiento inédito pues se pudo ver casi un inventario de toda su producción, para lo cual se contó con la curaduría de Jean Clair y un montaje de la prestigiosa arquitecta Gae Aulenti.

[caption id="attachment_744522" align="aligncenter" width="510"] Balthus[/caption]

Este artista exigente, caprichoso, fue apadrinado por algunos de los más grandes creadores del siglo xx. El primero fue el poeta Rainer Maria Rilke —que prologó en 1931 una compilación de sus dibujos—, con quien mantuvo una relación cercana. Otros poetas que lo alentaron fueron Artaud, Bataille, Malraux, Camus, René Char, Yves Bonnefoy, Eluard, Tristan Tzara, o grandes historiadores y críticos del arte, como Rewald, Clark, Lord, Cooper, Calvo Serraller, Hess, etcétera. Y desde luego, no hay que dejar de lado la fuete simpatía que producía su obra en pintores como Bonnard —que tuvo sobre él una fuerte influencia hasta 1930—, Braque, Giacometti, Mondrian y Picasso, que al principio de la carrera de Balthus le dijo: "Eres el único de los pintores de tu generación que me interesa. Los demás quieren ser como Picasso. Tú no". Aun con todo este maravilloso telón de fondo, la obra de Balthus no ha sido de fácil asimilación para el gran público, a pesar de su orientación literaria y figurativa, que es lo que se suele alegarse como requisito imprescindible para agradar al mundillo de la frivolidad. Es cierto, logró pasar casi inadvertido durante las tres cuartas partes de su existencia. Nunca le interesaron los medios de comunicación, ni mucho menos las grandes exposiciones de su obra. Balthus fue un pintor que amó y entendió la pintura clásica. No sólo la entendió, sino que también dedico tiempo preciso para mirar y dialogar con Giotto, Masaccio, Piero della Francesca, Rafael, Ingres, Carot, Poussin o Cézanne. Por otra parte, fue un artista que estuvo vinculado a la vanguardia artística y cultural del siglo xx. Estuvo cercano al surrealismo "maldito" y a la vez muy ligado con figuras claves de la vanguardia histórica, como André Derain. Fue un solitario, un "independiente", que vivió en los márgenes más radicales de su tiempo, pero siempre dentro de una complaciente cercanía.

[caption id="attachment_744523" align="aligncenter" width="700"] Dinner Party, Andre Derain, Balthus y Alberto Giacometti, en Paris[/caption]

En su libro Balthus. Memorias (Éditions du Rocher, 2006), nos deja descubrir no sólo su prodigiosa memoria, sino todo su pensamiento sobre el arte, la poesía y la vida. Este pequeño volumen no es un mero juego empalagoso de erudición, sino algo inquietante, cargado de misterio. En sus telas se fija el tiempo, se inmoviliza el curso de su mundo; en sus escritos congela los gestos, las emociones, el cruce sagrado de detener al mismo tiempo la mirada y la palabra. En cualquier caso, Balthus poseía un mundo propio, conservó desde su juventud hasta el último día de su vida una energía y una intensidad casi violentas en el aspecto creativo. Asimiló como pocos —quizás tanto como Antoni Tàpies— el arte oriental y lo llevó al extremo en su vida. Aunque en su pintura afloraba el mal, lo prohibido que se desvanece en sus figuras lánguidas, cotidianas, núbiles, adormecidas, el tiempo parece suspendido en cada trazo, en cada imagen creada.

[caption id="attachment_744524" align="alignleft" width="225"] Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas[/caption]

Balthus. Memorias es un libro imprescindible para entender los grandes senderos de este creador fundamental del siglo xx, y nos da la oportunidad de comprobar el alcance estético de su obra a través de la intensidad de la palabra. Quizás por eso, en esos mismos días finales, marchándose en silencio, sin impostar la voz, le dictaba a Alain Vircondelet: "He vivido."

Pintor primero, escultor más tarde y dibujante cerebral siempre, ya que este proceso creativo fue para Alberto Giacometti (Stampa, Suiza, 1901-Coira, Suiza, 1966), algo más que una apresurada síntesis formal, para convertirse en la radiografía siempre borrosa del progreso imaginativo del artista. Su padre, Giovanni, había sido pintor de querencia tardoimpresionista, que orientó a Alberto hacia la disciplina de la academia: École d’ Arts et Métiers en Ginebra, y un año entero en Florencia copiando imaginativamente el naturalismo de manual para aventurarse después en la experimentación. A partir de 1925 se instala en París, y comienza la búsqueda de un lenguaje sensible personalizado de incuestionables influencias de época: las planimetrías cubistas que configuran el valor visual del volumen y el descubrimiento del arte tribal – no sólo africano – de potente impronta en la emancipación creativa de la escultura moderna temprana. Si Torso (1925) acusa la mirada de Laurens, The Couple (1926), parece explicar una estética cubista sometida a los imperativos expresivos del artista. Hombre y mujer traducidos a figuraciones formales estilizadas a través del relieve que acentúa su frontalidad.

Dice el poeta portugués Eugénio de Andrade:

En el ritmo sordo aún sin forma

de un verso

surge un cuerpo abierto al sol

de mi mano…[1]

Y sí, cada escultura de Giacometti el ritmo es forma, el espacio materia. Un aliento estético pudoroso que se impone con delicada fuerza. Spoon Woman, sin embargo, deja ver su clara desviación del simplismo decorativo ancestral, absorbido sobre todo en el Musée de I’ Honme. La estela casi artesanal de Lipchitz ocupa los años 1926 – 1927, cuando se fundamenta la armonía constructiva que connotan los primeros bocetos figurativos. Búsqueda de “conjuntos”, en efecto, dijo David Sylvester, pero persecución casi monotemática de un equilibrio sensible exclusivamente formal. Sin duda Cubist Composition (1928) es un buen ejemplo. Desde entonces la talla y el modelo definen el campo de acción en el que se afirma el trabajo escultórico de Giacometti. Siempre entre oscilaciones bruscas hasta alcanzar esas poéticas figuras – solitarias o en conjuntos de presencia coral – que han definido la visión del artista. Pero, con todo, Giacometti es un genial “destructor” del espacio escultórico. Su obra quiere ser un hábil ejercicio de composición, de transformación. Giacometti entiende que la escultura, el dibujo y la pintura deben nacer de la memora ancestral, de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la “presencia de lo sublime, que habita el proceso de la creación.

[caption id="attachment_744525" align="alignright" width="196"] Andre Derain visto por Balthus.[/caption]

“Creo que para comprender bien el trabajo – dice el poeta francés Yves Bonnefoy- de Giacometti es preciso advertir, de entrada, que encontramos en él siempre viva y activa la preocupación por el Otro: entiendo por esta palabra a cualquier persona, conocida o desconocida, que aparezca en el campo de nuestra existencia o esté ya en nuestra memoria. Una persona, por ello, real. A Giacometti no le interesaban en absoluto las figuras imaginarias; como no le interesaba tampoco, por otra parte, esa presencia ficticia que es, para el artista, en la mayoría de los casos, su modelo: ese rostro, esos rasgos, ese cuerpo al que observa e imita de modo sobrecogedor, a veces, pero sin vincularse no obstante, a lo que son, en su vida privada, el hombre o la mujer que van a posar para él. Todos los que conocen, por lo que sea, el arte de Giacometti, perciben en él, naturalmente, ese interés por el Otro; y saben incluso hasta qué extraordinario grado de intensidad lo llevó en muchos de sus cuadros y de sus esculturas”.[2]

En fin una relación de amistad íntima entre Giacometti y Balthus, que en estilo pueden diferir por completo, pero que es el hilo narrativo que sigue la Fundación Mapfre en Derain/Balthus/Giacometti. Una amistad entre artistas, una muestra que se salta los guiones establecidos para acercarse a sus obras desde una perspectiva novedosa e inusual.

[1] En el ritmo sordo Eugénio de Andredade. Publicado en Materia solar y otros libros. Galaxia Gutenberg, Barcelona, España, 2000.

[2] Alberto Giacometti, Yves Bonnefoy. Éditions Assouline, 1998, París. Traducción del francés de Miguel Ángel Muñoz