Dios y yo

Dios y yo
Por:
  • larazon

Digamos que Dios existe o existió —todos los dioses, cualquier dios— y que le atribuimos el poder de haber creado todo a su antojo. Él es responsable de que el mundo sea como es, al menos en el planeta Tierra. Sin duda fue un gran inventor: a partir de la nada (léase Heideger y Sartre) le dio forma, cuerpo y diseño a una jirafa, una cebra, un caballito de mar y un ajolote, por no hablar de los colores que presumen muchos peces que viven en la oscuridad del fondo marino sin que nadie los pele. La pitahaya, el brócoli y el rambután. Los tornados, las esmeraldas y Saturno. Sólo puedo imaginármelo muy divertido en esos tiempos pre-pre-pre-históricos con varias copas consumidas de eso que nosotros llamamos bebidas espirituosas, con los pies sobre una especie de escritorio, con un habano entre los dedos (que se apresuró a crear antes de inventar lo demás) y con la sonrisa a flor de boca: “ahí les va un hipopótamo, una jacaranda y el Everest”. Y de inmediato la carcajada, que tan solo le dio ánimos para añadir: “ahí les va también la pampa, la escherichia coli y los tréboles de cuatro hojas”. ¿Por qué no le dio vida a un árbol que diera frutos parecidos a una berenjena amarilla con espinas alucinógenas y carne con sabor a detergente y vitamina c? Seguramente se aburrió de tanto inventar.

Habría que añadir ahora que también se le ocurrió crear a los seres humanos —o evolucionarlos (léase Darwin)—, que son los únicos capaces de poner en cuestión sus obras y venerarlas o deplanamente declararlas inexistentes (léase Nietzsche). Esa fue su primera gran equivocación. Ya antes había inventado a esos animales de gran formato, conocidos genéricamente como dinosaurios (véase Spielberg), y tuvo que desaparecerlos del mapa porque no podían compartir el mismo espacio con esos otros animales más pequeños, que andan en dos patas y que, según ellos mismos, tienen inteligencia. Debieron haber sido largas y muy divertidas las jornadas en las que Dios se puso a inventar el mundo y sus cosas.

Hay algo que todos los dioses que existieron, existen o existirán comparten: necesitan ser adorados. Sé que hablar de narcisismo en cuestiones divinas no es un término que se pueda aplicar de la misma manera que se hace con Cristiano Ronaldo o Vicente Fernández, ya que ellos solo ven las muestras de admiración de sus fans e ignoran a sus detractores. En cambio los dioses castigan sin piedad a quienes no están pendientes día y noche de su bienestar. Así son Ellos.

Mi relación con Dios ha sido muy complicada. No sé qué piense Él del asunto —dado el caso de que exista y de que le interese mantenerse en contacto conmigo—, pero para mí no creo que haya una posible reconciliación. A pesar de que hace mucho rompimos —gracias al esmero que hicieron por satanizarlo los lasallistas con los que me eduqué—, con frecuencia surge el tema de su existencia en películas, libros, saludos y despedidas (“gracias a Dios”, “que Dios lo bendiga”, “Dios mediante”) y noticias en la prensa. Estas últimas son terrenales y totalmente humanas, pero siempre se esconden tras la palabra de Dios. El Papa Francisco declara, por ejemplo, que el divocio no significa excomunión (o sea que hasta ahora me entero que no estoy excomulgado por tercera vez a pesar de ser agnóstico, léase Kierkegaard) y que el Vaticano no será indulgente con los curas pedófilos, como sí lo fueron sus predecesores con el sacerdote millonario Marcial Maciel, pese a que tenía una gran cantidad de demandas en su contra. No sabemos si Dios los respaldó, pero al menos aquí la pgr sí lo hizo, al igual que Norberto Rivera, cardenal mexicano otrora papable, y otros cuantos obispos y arzobispos que al parecer próximamente serán juzgados en un tribunal de la santa sede por el delito de encubrimiento.

Del cajón de tuits: Ya no beba tanto, padre, luego se pone usted muy pederasta.