"El Tigre" falleció a los 93 años

Eduardo Lizalde: 5 poemas fundamentales para recordarlo

El poeta mexicano fue acreedor del Premio Internacional Carlos Fuentes de Creación Literaria; su primer libro, “La mala hora” lo publicó a sus 27 años

Recibió en 2016 un premio internacional por: "ser el poeta vivo más importante en México y uno de los más notables de la lengua española".
Recibió en 2016 un premio internacional por: "ser el poeta vivo más importante en México y uno de los más notables de la lengua española".Foto: Cuarto Oscuro/ Graciela López
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Eduardo Lizalde, reconocido poeta y ensayista mexicano y quien falleció este miércoles, es autor de poemas que han quedado en la memoria de sus asiduos lectores.

Cinco poemas imprescindibles de Eduardo Lizalde

“Grande es el odio”

Grande y dorado, amigos, es el odio.

Todo lo grande y lo dorado

viene del odio.

El tiempo es odio.

Dicen que Dios se odiaba en acto,

que se odiaba con fuerza

de los infinitos leones azules

del cosmos;

que se odiaba

para existir.

Nacen del odio, mundos,

óleos perfectísimos, revoluciones,

tabacos excelentes.

Cuando alguien sueña que nos odia, apenas,

dentro del sueño de alguien que nos ama,

ya vivimos el odio perfecto.

Nadie vacila, como en el amor,

a la hora del odio.

El odio es la sola prueba indudable

de la existencia.

“El amor es otra cosa, señores”

Uno se hace a la idea,

desde la infancia,

de que el amor es cosa favorable

puesta en endecasílabos, señores.

Pero el amor es todo lo contrario del amor,

tiene senos de rana,

alas de puerco.

Mídese amor por odio.

Es legible entre líneas.

Mídese por obviedades,

mídese amor por metros de locura corriente.

Todo el amor es sueño

—el mejor áureo sueño de la plata—.

Sueño de alguien que muere,

el amor es un árbol que da frutos

dorados sólo cuando duerme.

“El Tigre”

Hay un tigre en la casa

que desgarra por dentro al que lo mira.

Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,

y sólo puede herir por dentro,

y es enorme:

más largo y más pesado

que otros gatos gordos

y carniceros pestíferos

de su especie,

y pierde la cabeza con facilidad,

huele la sangre aun a través del vidrio,

percibe el miedo desde la cocina

y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:

coloca su cabeza de tiranosaurio

en una cama

y el hocico le cuelga

más allá de las colchas.

Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,

de muro a muro,

y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,

como a través de un túnel

de lodo y miel.

No miro nunca la colmena solar,

los renegridos panales del crimen

de sus ojos,

los crisoles de saliva emponzoñada

de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,

para que no me mate.

Pero sé claramente

que hay un inmenso tigre encerrado

en todo esto.

“No sirve de otro modelo”

No importa que sea falso:

cuando tú quieras verme unos minutos

vive conmigo para siempre.

Cuando simplemente quieras

hacer bien el amor

entrégate a mi cuerpo

como si fuera el tuyo

desde el principio.

De otro modo, no sirve:

sería como prostituirse

el uno con el otro;

haríamos de todo esto

un gratuito burdel de dos personas.

“Lamentación por una perra”

La perra más inmunda

es noble liro junto a ella.

Se vendería por cinco tlacos

a un caimán.

Es prostitua vil,

artera zorra,

y ya tenía podrida el alma

a los cuatro años.

Pero su peor defecto es otro:

soy para ella el último

de los hombres.

FBPT