El Cervantes, para el hombre que lleva el humor en el ADN

El Cervantes, para el hombre que lleva el humor en el ADN
Por:
  • celia_maza

Eduardo Mendoza asegura: “la simpatía que uno despierta rara vez es de manera deliberada”. “El humor no es terapéutico, no lo elijo en función de las circunstancias. Sencillamente forma parte de mi ADN. Es una manera de estar en el mundo, una manera quizá demasiado fácil de afrontar realidades injustas, pero no puedo ser de otra forma”, explica. Cuando uno tiene oportunidad de conocerle en persona da fe de ello.

El escritor se mostró de lo más entrañable en el encuentro con la prensa que se celebró ayer en el Instituto Cervantes en Londres, tras conocerse el fallo. “De verdad que ha sido toda una sorpresa”, señaló. Prueba de ello es que ni siquiera sabía que el galardón estaba dotado con 125 mil euros (dos millones 700 mil pesos).

“¿De cuánto?”, preguntó de nuevo con asombro cuando los propios periodistas le decían la cantidad. “La verdad es que lo último que leí hace tiempo es que no había presupuesto para esta edición y me dije a mí mismo que ya sería mala suerte que me lo dieran en este año... pero ahora que sé la cantidad tengo que pensar bastante qué voy a hacer con ello”, bromeó.

Sí, el humor es seña de identidad para Mendoza. Pero, en cualquier caso, el autor consideró que “el humor no es una manera de dejar la búsqueda de la excelencia”. En este sentido, recordó todo lo que sintió al leer por primera vez El Quijote, cuando aún no había empezado la universidad. “Lo empecé con poco entusiasmo y asustado por el volumen. Pero pronto quedé completamente abducido. Entendí que se puede escribir literatura sin perder la sonrisa, estando a gusto con las personas, que no ha de forzarse uno por ser un luchador marginal, un maldito... Muchos lo intentaron y se quedaron en maldecidos.... pero Cervantes fue maestro de la sencillez y la elegancia. El lema sería esto”, apuntó.

Al igual que Shakespeare y Quevedo, Cervantes ha tenido para él una influencia “muy importante como escritor y persona, dos cosas inseparables”. “El humor hasta hace poco ha estado mal valorado. Siempre se ha pensado, sobre todo en la novela, que se tenía que ser dramático. Y era inútil recordar que los grandes de la literatura como Cervantes, Quevedo, Moratín o Dickens eran grandes escritores de humor. Pero pesaba mucho la tradición del siglo XIX de la novela trágica”, explicó.

Éste no es el primer premio que recibe el novelista. Ayer bromeó con esta idea y, en un guiño, dijo: “Si Cultura se empeñara en premiar a todos los catalanes que escriben en castellano se quedaría sin presupuesto”. El Cervantes ahora corona una lista de reconocimientos que incluye el Planeta, recibido en 2010 por Riña de gatos, y el José Manuel Lara, por Mauricio o las elecciones primarias, en 2007. Pero este galardón es especial, ya que, tal y como explicó, cierra un ciclo. “Estoy en un momento a modo de conclusión. No es que no vaya a hacer nada más, pero considero que esto es un premio a la trayectoria”, matizó. “Mi primera novela recibió el Premio de la Crítica de manera inesperada porque era un auténtico desconocido. Hizo que mis principios fueran casi violentos porque estaba catapultado, se esperaban muchas cosas sobre mi. Y ahora este premio, también inesperado, quiere decir que la cosa ha ido bien”, concluyó.

3

Sólo tres días antes la oferta le había parecido una magnífica oportunidad de cambiar un aspecto de su vida que se le había hecho insufrible. Cuando estaba solo tomaba la firme determinación de poner fin a su aventura con Catherine; luego, al encontrarse con ella, le flaqueaban las fuerzas y adoptaba una actitud dubitativa y atormentada que convertía el encuentro en un drama absurdo: ambos incurrían en el riesgo de ser descubiertos y a cambio sólo obtenían un rato de desazón, plagado de reproches y silencios agrios. Pero cuanto más evidente se le hacía la necesidad de terminar con aquella relación malsana, más lóbrega se le presentaba la imagen de la normalidad recobrada.

Catherine era el único elemento sugestivo en una vida construida con tanta compostura que ahora, a los treinta y cuatro años de edad, estaba condenado a no esperar nada, salvo una rutina tanto más agobiante cuanto que a los ojos del mundo pasaba por ser la culminación de sus deseos y sus ambiciones.

Fragmento de Riña de Gatos