El cisma de Greenpeace

El cisma de Greenpeace
Por:
  • larazon

Foto Especial

Hace 40 años, cuando la rebeldía de los movimientos estudiantiles y la euforia del movimiento hippie se habían extendido por Europa y Estados Unidos, un grupo de desertores de la guerra de Vietnam refugiados en Vancouver, tuvo la idea de detener las pruebas nucleares que el gobierno de Richard Nixon estaba realizando en las costas de Alaska, con un golpe mediático espectacular: llegar en barco al lugar de los hechos para exponer su propio pellejo y lanzar al mundo un grito de paz y amor a la naturaleza. Así nació Greenpeace.

El barco era un pequeño pesquero con una tripulación que combinaba las canciones de los Beatles con tragos de cerveza y sorbos de mota. Hubo toda clase de mareos y disputas a bordo, y antes de alcanzar su destino en Amchitka, una de las Islas Aleutianas que se extienden desde Alaska hasta Rusia, un guardacostas norteamericano los detuvo y les impidió seguir su cabotaje.

El fracaso de esa empresa fue su triunfo. Como a bordo iban dos periodistas que narraban las peripecias del viaje por la radio, el resto de los medios se encargó de llamar la atención de todo el mundo, y el grupo llegó a la fama en cuestión de días. Greenpeace se dio a conocer como un puñado de guerreros contra la guerra, y su popularidad creció con sus campañas. Sus medidas de protección radical de la naturaleza encandilaron los ojos de los niños. En una serie de lances que fascinaron a los medios, la organización empezó a proteger a las ballenas, se lanzó contra la matanza de focas, denunció la contaminación de las aguas y puso el dedo en los destrozos de la civilización.

Sus miembros y simpatizantes tuvieron un crecimiento vertiginoso. Sus recursos se multiplicaron sin cesar. Su bandera se convirtió en una marca.

En una publicación reciente,* Patrick Moore —uno de los fundadores del grupo, que fue tomando distancia con el paso del tiempo—, describe los logros, las limitaciones y los alcances de la organización. También, de paso, la fuerza internacional de sus mentiras.

Moore se separó de Greenpeace por una diferencia de fondo: el grupo no consideraba ni se mostraba dispuesto a atender los problemas más apremiantes de los países pobres o en vías de desarrollo. Para Greenpeace lo importante siempre ha sido la protección de las especies y conservar la belleza prístina de la naturaleza. Los problemas del hambre, la desnutrición, la ignorancia y el atraso de los pueblos son secundarios.

Más aún, aunque en su declaración de principios y en sus conferencias se dicen adalides del conocimiento científico y presumen sus nociones en terrenos de la química, la biología, la generación de energía, los fenómenos atmosféricos y la medicina, en sus acciones se revelan como detractores intransigentes de los avances de la ciencia y la tecnología.

El amor y respeto a la naturaleza es una idea que vende mucho. No requiere de mucho esfuerzo. Da respeto y autosatisfacción. Nunca se cuestiona. Lava culpas que vienen de otros campos.

Para Moore, el desarrollo económico y social de las naciones pobres es un derecho. No es un fuero para la devastación. Se trata de un desarrollo sustentable, que produce beneficios para la comunidad conservando y reproduciendo los recursos naturales.

Las sociedades no pueden, para conservar los árboles, renunciar al uso de la madera. Tampoco es posible renunciar al desarrollo de la energía nuclear en aras de los principios. Aunque se haya creado un prejuicio gigantesco sobre ella para recaudar fondos.

*Confessions of a Greenpeace Dropout: The Making of a Sensible Environmentalist by Patrick Moore (Kindle Edition - Apr. 17, 2011)