El cronista en mí

El cronista en mí
Por:
  • larazon

Mi incursión en la literatura se produjo de manera accidentada. No se presentó a través de un clásico, o como le ha sucedido a indeterminadas promociones de narradores de nuestra lengua, por medio de un título representativo de la literatura latinoamericana. No soy producto del trópico ni del cosmopolitismo. El libro que me indicó que me convertiría en escritor fue Trópico de Cáncer de Henry Miller, prohibido en Estados Unidos hasta 1964, acusado de obscenidad. Por tal razón me asumo como un producto de corrientes marginales. Mis acercamientos anteriores a la literatura me habían desilusionado profundamente. Con tal flagrancia que me alejé de los libros algunos años. Fue hasta el descubrimiento de Miller que me asoló el existencialismo americano.

Trópico de Cáncer es la Gran Novela Americana. Que no se desarrolle en Estados Unidos carece de importancia. Es la representación del espíritu de que se puede conquistarlo todo. Un sentimiento noble, que como afirma el mismo Miller, se retorció en nombre de la pesadilla de aire acondicionado. En un ensayo Vargas Llosa aseguró que Trópico de Cáncer no era una novela. Debido al sustrato descaradamente autobiográfico. Concepción errónea, la de Vargas Llosa. Trópico de Cáncer es El Gran Gatsby en París. Con la bohemia que esto le significa. Pero al mismo tiempo que es la Gran Novela Americana es también una crónica excepcional sobre el trabajo del escritor. Vargas Llosa descalificó el debut de Miller como novela porque es un texto que se lee como una crónica. Si la época hubiera tenido la conciencia de sí misma como la tiene ahora, Trópico de Cáncer habría sido el primer libro de no-ficción.

Henry Miller no figura dentro de la plantilla de cronistas. Por su escueto acercamiento al periodismo. Sin embargo, es un antecedente indiscutible del Nuevo Periodismo o del Periodismo Gonzo. Trópico de Cáncer me convirtió en cronista. Sin sospecharlo. A los 19 o 20 años, mientras atravesaba por un apasionadísimo crush con la obra de Miller, leí Pesadilla de aire acondicionado. La crónica de un viaje que realiza Miller por Estados Unidos en coche. Como corresponde a todo desposeído, al no tener la oportunidad de conservarlo tuve que devolverlo. La edición estaba descatalogada. No podía comprarlo tampoco en inglés. Mi fiebre por Miller va y viene. Lo releo cada dos o tres años. Antes de mi encuentro con las drogas era capaz de recitar de memoria las primeras páginas del Trópico de Cáncer.

Esta semana me topé en una librería Una pesadilla con aire acondicionado (Navona, 2013). La nueva traducción del título cambia el sentido del original. Miller se refiere al alto costo del espíritu que significa la comodidad del aire acondicionado. Me bastó leer el prefacio para cerciorarme de que haber comenzado a escribir crónicas desde 2012 no había sido producto del azar o del boom que experimentamos por el género en la actualidad. Éste último factor que coincidió con el surgimiento del cronista en mí. Pese a que Navona tiene una colección de no-ficción, Una pesadilla con aire acondicionado está inserto en ficciones. Esto habla de que tenemos a Miller ubicado únicamente como novelista. En una entrevista Jorge Carrión afirma que el ensayo es una consecuencia de la novela. Me atrevería a agregar que la crónica también. Y el ensayo sobre el proceso creativo. Y la crónica sobre el proceso escritural. Ahí radica el origen de la crónica de Miller.

Sonará cursi, pero en ocasiones no es el cronista el que busca la crónica, sino a la inversa. Es la crónica la que acude al cronista. Un ejemplo: en cierta feria del libro a la que fui invitado, a diferencia de todos los autores, me hospedaron en un hotel en la zona roja de la ciudad. A dos cuadras del epicentro de travestis local. La crónica me llama. Por ahí me enteré que no fui invitado a un encuentro de escritores porque acudiría a los peores sitios de la ciudad sede y escribiría sobre ellos y preferían ahorrarse la mala imagen.

Como cronista necesito más mi reputación que invitaciones a encuentros de escritores o ferias de libro. El cronista es un apestado. No importa cuanto éxito coseche. En ocasiones resulta peor para el cronista ganar notoriedad.

Es una invitación al odio, por parte de otros cronistas, de ciertos lectores, y de los protagonistas de sus crónicas. Los directos y los indirectos.

Jack Kerouac puso en marcha el mito del poeta-novelista (sólo tiene un libro de relatos). Hoy existen el poeta-cronista, el novelista-cronista, el ensayista-cronista. La crónica ha dejado de ser un artículo exclusivo. No es labor del especialista. La crónica ha recobrado su papel de bien común. La pesadilla de aire acondicionado está ahí afuera para que todos salgamos a contarla.