El día en que Gabo y yo nos quedamos sin comer

El día en que Gabo y yo nos quedamos sin comer
Por:
  • Homero Aridjis

Desde el café Tirol en la calle de Hamburgo, en la ciudad de México, que Gabo y yo frecuentábamos, además de otros escritores, en los años sesenta del siglo pasado,  me tocó asistir al desarrollo de su novela. Amigos comunes me mantenían informado de las lecturas privadas que hacía él de ella, y de de sus devociones literarias de esa época, como de las novelas de William Faulkner y Juan Rulfo (de quien se cumplió este 16 de mayo cien años de su nacimiento.

Yo había escrito ya Mirándola dormir y había ganado el Premio Xavier Villaurrutia en 1964. También era por entonces Jefe de Redacción de la revista Diálogos. Ramón Xirau, director de la revista, solía invitar a comer cada semana a un escritor al restaurante La Mansión o al Hoyo 19,  situados en la interminable Avenida de los Insurgentes. Un jueves, el invitado fue Gabo, quien en su haber tenía ya Los funerales de la Mamá Grande y El coronel no tiene quien le escriba, pero eran difíciles de conseguir en las librerías del DF.

El caso es que cuando llegué al restaurante hacia las 2 pm, Gabo ya estaba esperándonos, pero Xirau no estaba. Pasó un rato y los dos nos quedamos parados a la entrada aguardando la llegada del director. Xirau, media hora después, no daba muestras de vida. Así que delante de Gabo le hablé por teléfono a su casa. La sirvienta me dijo que el Sr. Xirau se había ido a comer con su suegra. Le pedí el número de teléfono y cuando le hablé me contestó que, como yo ya sabía, su esposa era una mujer autoritaria y había tenido que acceder a ir a comer son su mamá. Me dijo que lo invitara yo a comer. Le contesté que yo no tenía dinero, pues precisamente él me iba traer mi sueldo mensual, mil pesos, que yo usaba para pagar la renta de mi departamento en Río Elba. Xirau me dijo que entonces le pidiera a Gabo que pagara la comida y que luego él le daría el dinero de la cuenta después. Le contesté que Gabo tampoco tenía dinero. Entonces Xirau me dijo que le dijera que yo no había podido localizarlo. Le dije que eso era imposible, porque Gabo estaba parado delante de mí y estaba oyendo la conversación, y no podía mentirle.

“Así que qué vaina», me dijo Gabo. “Pues nada”, le dije, “que tenemos que irnos a comer cada uno a su casa”. “El problema”, me dijo, “es que Mercedes se fue a comer con una amiga sabiendo que yo comería con ustedes”. “Lo mismo me pasa a mí”, le conté, “mi esposa Betty se fue a comer con Erika Carlsson, a quien conoces, de manera que no hay comida en casa”. “Al menos vámonos juntos en el camión”, me dijo. “En Insurgentes, yo me bajo”. ‘Hey”, le dije, “cómo va tu novela”. “Me va a costar cien años escribirla, así que espero vivir para contarlo”, contestó. “¿Te la publicará la editorial Mortiz?”, le pregunté. “Creo que el director no está interesado”, replicó. “Se arrepentirá, porque el libro será como una llamarada en las letras hispanoamericanas”.

“Eso espero”.

*Poeta y escritor

Ha sido presidente del Pen Club

Internacional, que es la asociación mundial de escritores