El final de la realidad

El final de la realidad
Por:
  • raul_sales

La última de las tiendas minoristas cerró sus puertas, a nadie le importó, ni siquiera llegó a mencionarse en el diario digital, a nadie le importaba, era un anacronismo en un tiempo en el que todo se hacía en el terreno virtual y las compras, esas ni siquiera entraban dentro de las preocupaciones actuales, se hacían de manera automática cuando los refrigeradores y alacenas inteligentes veían una disminución de su stock. No a nadie le importaba que las personas de la tercera edad, aquellos que su único acercamiento con la tecnología había sido los aparatosos teléfonos celulares de pantalla táctil y que por mucho que lo intentaran, no entendían como los jóvenes podían cerrar los ojos para trabajar, como podían estar horas sin moverse y no obstante, estar corriendo un maratón del otro lado del mundo. No, los viejos también estaban fuera de su tiempo en todo sentido, personas que no pudieron adaptarse al rápido cambio de la tecnología y que no supieron entrar en ese “mainstream” hasta que, olvidados, se secaron en la orilla yerma de la sociedad. Yo soy uno de esos viejos y apenas, cumpliré 50.

Apenas hace una década, mi vida era perfecta, tenía la titularidad de la cátedra de historia, mis publicaciones eran solicitadas y peleadas en revistas especializadas que ahora, estaba extintas porque nadie las adquiría. El trabajo de mi vida, el libro que suponía se convertiría en libro de texto y consulta obligada, el análisis histórico comentado que me había dado la posibilidad de rechazar editoriales por no ser tan grandes y poderosas, yacía olvidado pues, los filtros editoriales no existían más, ahora cualquiera subía un texto, publicaba su libro de manera digital, se sentía autor y lo que antes era una proeza y un reconocimiento a la excelencia, de pronto, era ahora, cuestión de 15 minutos y un pago de $19.99.

En un lustro la vida cambió, la realidad aumentada terminó comiéndose la realidad, la inmersión sensorial acabó con los viajes y las universidades sufrieron también, lo que antes era una opción adicional, se convirtió en la única existente, los campus fueron los primeros en cerrar ante la falta de alumnos y si antes eras un profesor respetado en tu comunidad, ahora competías con los más grandes especialistas en el mundo, clases de miles de estudiantes con un sistema algorítmico que le brindaba respuestas y atención personalizada a cada uno y donde los profesores especialistas se transformaron de facilitadores de la educación a capturistas de sus conocimientos y todos estaban felices, por cada alumno, te tocaba un porcentaje en transferencia y si no tenías, no cobrabas. La vida en tiempos modernos nos dijeron mientras cerraban las puertas, así es la nueva economía mencionaron mientras nos dejaban en la calle, hay que renovarse fue la instrucción antes de desecharnos por obsoletos.

De un día para otro, la historia fue historia y los profesores de historia solo fuimos la mancha de pizza en la nota de página de un libro que, no se abriría nunca más.

De la cresta de la ola a revolcarme en la arena de una sociedad que cambiaba un día sí y el otro también, lo intenté, se los puedo jurar, tomé cursos, le pedí a los pocos jóvenes con los que tenía contacto que me enseñaran, me gasté todo lo que tenía en los artilugios de última generación pero, fue inútil, lo que natura no da, Salamanca no presta, podía hacer una síntesis de un libro, leer fluidamente el griego y el latín, podía debatir por horas acerca de los temas más diversos pero, por alguna extraña razón, el galimatías de ese incomprensible mundo me estaba vetado, todo mi entrenamiento de estudio, todas las horas invertidas en mi preparación, eran ahora inútiles, tiempo desperdiciado en entender el tiempo.

El único trabajo que conseguí fue en la tienda minorista que, entre sus beneficios estaba el descuento a empleado en los productos caducos o a punto de hacerlo y cuando apenas obtienes el ingreso mínimo, lo que sea, literalmente, lo que sea, es bienvenido.

Las calles permanecen vacías, nadie necesita salir, todo, absolutamente todo, o al menos, todo lo que se considera importante, se mueve en ese universo virtual mientras que, en esta realidad obsoleta, quedamos los viejos y las máquinas limpiadoras. Oh, claro que viven, claro que conviven, de vez en vez vemos escuchamos música y risas, olemos carnes asadas de parrilladas y entrechocar de cervezas, vemos a los adolescentes entrar a tugurios que están en un limbo que toca la realidad para introducirse sustancias que hagan más intensa la virtualidad y ese es el problema, la interacción social en la realidad, tiene como punto de coincidencia ese universo del que estamos fuera, uno al que ya, ni queriendo podemos entrar, uno que por los biowearables terminó de aislarnos y nos convirtió en la versión obsoleta y no compatible de la vida diaria.

Los viejos, los olvidados, los que en este momento no servimos para nada y no obstante, aquí seguimos, como las piedras de los sitios arqueológicos que ahora se pudren dentro de la selva, los sitios antes prueba del orgulloso recuerdo, ahora olvidados ante un simulador interactivo de inmersión... La era digital y ya ni el tacto se usa.

Los viejos, no en edad, el más joven de nosotros tiene 38, su epilepsia le impide ser parte de esta nueva página en la historia; el tuerto, hombre fuerte de 45 que por la lesión en que perdió su ojo, su cerebro no acepta el biowearable; Doña Zo, un día solo la dejaron en un callejón y se fueron, su alzheimer es lo único que permite que aún se  le pinte una sonrisa en el rostro y otras decenas de hombres y mujeres que acabamos de perder el último de nuestros trabajos y no podemos ni siquiera quejarnos pues también, las oficinas gubernamentales funcionan en la red.

No nos queda opción que tomar lo que no es nuestro, de reclamar la dignidad que nos arrebataron mientras nos apropiamos de lo que ellos mismos despreciaron, puede que sea el fin de la realidad, puede que terminemos mal, que nos cacen, que nos persigan, que nos acosen y créanme, nada de eso será peor que la invisibilidad y la inutilidad en la que estamos, hemos decidido vivir en la clandestinidad mientras ellos retozan en su virtualidad. No sé que nos depare el destino, tal vez seamos solo el zumbido de una mosca pero esa es nuestra realidad.

No, no los atacaremos, ellos no se tienen la culpa, es ese maldito universo virtual el que nos robó la humanidad, cierto, nosotros lo construimos pero, si nosotros lo hicimos, quizá estos pocos ancianos olvidados seamos los que aglutinemos a todos los otros seres humanos que ya no son considerados así y entonces, por el bien de nuestro futuro como especie, para reconquistar la realidad... bajaremos el switch.