El más universal de los mexicanos

El más universal de los mexicanos
Por:
  • larazon

Ilustración Juan Carlos Ramírez y Carlos López La Razón

Eran las cinco de la mañana cuando se levantó de la cama con un dolor en el esófago. Sabía que algo no estaba bien... Se dirigió al baño y se metió a la regadera. Adentro de su cuerpo, un mar púrpura se desbordaba. Minutos más tarde entró en shock.

“Las voces más cercanas no se escuchan. Si abro los ojos, ¿podré escucharlas?”. Allí, tendido en la cama de ese hospital sentía como los párpados le pesaban como plomos, los párpados de Artemio Cruz ahora eran los suyos. Carlos Fuentes estaba a punto de morir.

Una parte de la novela del soldado porfirista se transformaba en su historia, no eran dos médicos los que se asomaban a la puerta, era uno: Arturo Ballesteros, quien llegó minutos después a la casa de la calle Santiago, en San Jerónimo, y al ver al novelista desmayado decidió trasladarlo al Hospital Ángeles del Pedregal.

El hombre inconsciente en esa ambulancia era el que tenía la bien ganada fama de poseer la resistencia de un atleta: a sus 83 años viajaba por el mundo y se daba tiempo para recoger premios, impartir conferencias y dar autógrafos, como lo hizo la semana pasada en la feria del libro de Buenos Aires, Argentina, donde sonriente anunció que acababa de enviar a Alfaguara el último borrador de Federico en su balcón.

Ayer, en la sala de emergencias, Fuentes mantenía su lucha contra el tiempo en honor a sus propios dichos, según los cuales mientras tuviera proyectos no se sometería a la rutina de la muerte. Pero estaba a punto de ser sorprendido por ella, a pesar de la lista de trabajos, entre los que estaba El baile del centenario, la que sería su siguiente novela y que había empezado a redactar este lunes.

A las doce con 15 minutos de ayer su corazón dejó de latir. Ese órgano que empezó a fallar en 1997 pero que resistió incluso el dolor de la muerte de sus hijos Carlos y Natasha —uno por una enfermedad genética que le causó un paro cardiaco a los 25 años, y otra, de sólo 30, quien fue encontrada sin vida, tras varios días de búsqueda, en una vecindad del Centro Histórico—, quienes eran su mayor felicidad personal.

Ese mismo músculo que se mantuvo hasta ayer como el motor que lo llevó a recibir los máximos galardones de las letras hispánicas.

Incluso su médico de cabecera, con gesto compungido aclaró: “No fue el corazón”. El deceso lo ocasionó una úlcera y esa iba a ser la noticia que sobre Carlos Fuentes comenzaría a hervir en las redacciones de los medios.

El personaje que le dio un rostro nuevo a las letras mexicanas, el dandy intelectual, se ha ido. “Una de las energías más poderosas de la literatura nacional se ha llamado Carlos Fuentes, ese nombre responde a la más completa obra narrativa de las letras mexicanas, ambas dan cuenta de una actitud ante la cultura y ante la vida”, señaló a La Razón el escritor Rafael Pérez Gay, tras saber del deceso.

BIOGRAFÍA COLECTIVA. Para entonces se alistaba un féretro color caoba sobre el cual se derramarían lágrimas por la partida de uno de los más destacados exponentes del boom latinoamericano, que heredó su genio literario desde el nombre: el hermano de su padre se llamaba Carlos y en su honor el niño hambriento de letras fue bautizado así.

En los medios y en las redes sociales se evocaba su legado y se comenzaba a construir su biografía colectiva: el narrador se encontró con el libro El Quijote de la Mancha a los 16 años, para releerlo cada año. A los 21 se convirtió en escritor. “Fue en Zurich, al cenar junto al lago, cuando vi a Thomas Mann cenando junto a mí”, reveló el autor en una entrevista publicada en el diario británico The Guardian.

La tradición diplomática lo llevó a estudiar derecho en la UNAM, pero la fuerza de su pluma lo hizo producir más de 30 libros, entre novelas, ensayos y textos históricos.

La vida cosmopolita del autor de La muerte de Artemio Cruz lo convirtió en un hombre elegante, inteligente, “un ser atractivo al que le sobraban las admiradoras”, destacó Julissa, la hija de su primera esposa, Rita Macedo —una chica Buñuel, de aquel director que Fuentes admiraba tanto.

Conoció a Rita en el rodaje de la película Nazarín, en 1958, pronto se casó con ella y se hizo amigo entrañable de su ídolo del séptimo arte.

Cecilia, la “Fuentecita”, como le llamaba Buñuel, fue la primogénita del autor; con el nacimiento de esa niña surgió su primera novela (y segundo libro) que lo llevó al reconocimiento literario: La región más transparente, en 1957.

Ayer, a las 19:00 horas, una carroza blanca que cruzó como bólido el Periférico, custodiada por policías en motocicleta, transportaba el cuerpo de Carlos Fuentes. Llegó a Gayosso de Félix Cuevas, donde lo prepararon para la despedida final, la más larga y multitudinaria.

Para alistar el adiós al trotamundos que descubrió la ruta para participar en la vida política y social a través de sus escritos, con los que dio cuenta del tiempo que le tocó vivir y con los que muchas veces se inconformó, queda huella en Terra nostra, La nueva novela hispanoamericana, Una familia lejana, Agua quemada...

“Fue un hombre generoso con las generaciones emergentes”, aseguró Carmen Boullosa, escritora aprendiz desde su juventud de la obra de Fuentes. Y así es. Con el paso de los años el también diplomático mexicano se convirtió en autoridad para los nuevos escritores.

Marisol Schulz fue editora en Alfaguara y trabajó con el autor de Aura por 17 años, tiempo en el que se convirtió en amiga, aprendiz y asesora del hombre que admiró desde que leyó Los días enmascarados. “Fue una enorme responsabilidad, un reto para mí, trabajar con el maestro, enfrentarme a la obra de la persona que más admiraba”, señaló en entrevista desde Estados Unidos.

Anoche las condolencias llovían tanto o más que los reconocimientos que logró en 62 años como creador de paisajes literarios. El Premio Cervantes, el Rómulo Gallegos, el Xavier Villaurrutia, el Príncipe de Asturias, el Alfonso Reyes... Sólo le faltó el Nobel, pero no necesitó para convertirse en un imprescindible de la literatura universal.

Ayer, la muerte le llegó intempestiva al más universal de los escritores mexicanos, aunque en sus textos ya la había visualizado, era perenne.

“Espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala, al más cobarde, al más pobre, al más feo. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es”, escribió.

Fuentes también narró, hace 50 años, en 1962: “Artemio Cruz está enfermo. El otro... ayer Artemio Cruz, el que sólo vivió algunos días antes de morir, ayer Artemio Cruz... que soy yo...”

“La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es”

Carlos Fuentes