El púas

El púas
Por:
  • raul_sales

Oculto bajo la raída sábana, el pequeño aguantó la respiración y trató de no moverse hasta que la sombra pasara. El olor a alcohol barato que impregnaba sus fosas nasales era indicador que hoy no tendría de qué preocuparse pero, más valía estar quieto, una vez se confió y sufrió una andanada de patadas que lo dejó adolorido e inútil toda la semana y eso sin contar con la vergüenza de que todos en la colonia se rieran de él, aunque pensándolo bien, no recordaba a nadie que se riera y si una que otra mirada de conmiseración por parte de la señora de los tamales, esa semana fatídica en la que no pudo hacer nada por el dolor de sus brazos y su costado izquierdo, la señora de los tamales había dejado caer varios y casualmente, cuando él estaba por ahí.

No se relajó hasta que escuchó el primer ronquido del hombre. Cuando era más joven lo llamó papá una vez y el bofetón que le dio le tiró un diente, hoy a sus siete años, sabía que no era su padre, que el ratón de los dientes era un mito y aunque no estaba seguro si le saldría otro diente como la primera vez que lo perdió, prefería no averiguarlo.

Se escabulló dando pasos lentos, tratando de no mover la sarta de cajas que llenaban la habitación, se detuvo un instante ante la caja de la televisión HD de pantalla plana, cuando el hombre la llevó había pegado un grito de emoción pero cuando lo vio supo que no era para que la pudieran ver, era una más de las cosas que el hombre llevaba para su posterior venta. En fin, decía "el púas" que no tenía caso tener televisión si no siempre había electricidad y que, cuando había, no había señal que entrara.

Los días eran siempre iguales y no obstante, se divertía bastante yendo de avenida en avenida poniendo cara triste y extendiendo la mano en la que casi todo lo que obtuviera iba para el hombre pero, de vez en cuando se escapaban para tomarse una gaseosa o encontraban a un alma caritativa que les invitaba a desayunar en una tienda de conveniencia. Si la semana de las patadas no le hubiera dejado morados y un labio partido, le hubiera tocado hacer de "hermanito" enfermo pero como fue visible, no podían arriesgarse a que llamaran a servicios infantiles y los tuvieran separados así que esa semana, si no hubiera sido por los tamales que casualmente cayeron al piso, seguramente el tronido de su estómago hubiera sido aterrador.

Le tenían miedo al hombre pero no lo odiaban, era justo a su manera pues aunque fuera un cuchitril había techo donde dormir y aunque mal comieran, comían y las pocas veces que uno de ellos se enfermaba, el hombre le pagaba a la vecina que en sus buenos tiempos había sido enfermera para que los curara. Todo funcionaba hasta que el hombre le pidió al "púas" que ayudara a los hombres de la camioneta blanca y ahí todo se fue al carajo, parecía simple, era llevar una mochila de un estacionamiento a un hotel pero al "púas" le entraron los nervios cuando lo pararon en la entrada y soltó la mochila y salió cual alma que persigue el diablo. Los de la camioneta no estuvieron contentos y las patadas que nos daba el hombre se quedaron cortas ante la paliza que le dieron los señores estos. Creo que nunca había visto al hombre llorar y suplicar hasta ese día y ya nunca fue igual, el "púas" desapareció, el hombre nos dijo que había huido pero Pepe dice que vio a los hombres de la camioneta subirlo a la cajuela. "El púas" era más que uno de nosotros, era como nuestro hermano mayor, se rifaba en pleitos con los de la colonia vecina si se metían con nosotros y a veces se gastaba lo que le daba el hombre en unos dulces para nosotros.

Hoy llegaron otra vez los hombres de la camioneta y el hombre casi se tira al piso para que lo usen de tapete, le dieron un fajo de billetes y le aseguraron que si esta vez fallaba le cortaban los "nosequé" y se los hacían tragar.

Tengo miedo, siento ganas de ir al baño y me da miedo sacar las manos del pantalón para que no se den cuenta que estoy temblando, los zapatos me aprietan, eran los más decentes pero no son de mi talla, el hombre me dijo cuando me quejé que con los míos no me dejarían entrar al hotel y que si tanto me apretaban me cortaba los dedos, así que mejor me aguanté y aquí vengo dando pasos que hacen que me duelan los dedos pero creo que me dolería más si me los hubieran cortado.

El señor de la recepción me ve pero no hace ni dice nada, el hombre ya me había dicho que eso sucedería. Me obligó a cerrar la boca para que no se den cuenta de como el lujo del hotel me tiene, me dirijo al elevador y no puedo evitar sonreír, es primera vez que me subo a uno.

Toco la puerta y me abre un viejo sin camisa, me quito la mochila y se la entrego, el viejo me remueve el pelo y sonríe, se hace a un lado y me dice que si no quiero un refresco. No sé que hacer, el hombre sólo me dio instrucciones para entregar la mochila. El viejo me hace un gesto de que pase, hay algo en su mirada que me provoca escalofríos, aunque pueden ser mis nervios, estoy a punto de entrar cuando veo a una sombra aporrearse contra el viejo y escucho un grito -¡CORRE!

Llevo años haciéndole caso a esa voz, así que por pura fuerza de la costumbre salgo corriendo por la tupida y lujosa alfombra del pasillo, escucho al viejo gruñir y luego un golpe sordo contra la pared. El viejo grita que regrese pero la voz del "púas" puede más, estoy seguro que era su voz, la reconocería donde fuése.

Salgo del hotel y sigo corriendo hasta la patrulla del crucero, el oficial y yo somos viejos conocidos, siempre nos anda corriendo de todos lados pero lo hace de forma amable y no como el del metro que hasta zapes nos da. Le cuento todo y veo como su gesto se ensombrece, me sube a la parte trasera, me da su termo y me dice que es el chocolate que hace su esposa, toma el radio y dice una serie de números, algún día aprenderé las claves.

No sé que va a pasar ahora, nos están llevando a una casa de asistencia, al viejo lo agarraron pero después llegó un trajeado y se fue con él, el hombre huyó apenas se estacionó la patrulla, al "púas" lo metieron en una ambulancia cubierto con una sábana, el oficial me dice que todo estará bien pero, su cara refleja otra cosa...

El "púas" siempre se la rifó por nosotros... hasta el fin.