“El elogio del lenguaje”

Entrevista con Ángel González*

Ángel González
Ángel González
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Lo que resulta extraordinario en la poesía Ángel González (Oviedo, 1924- Madrid, 2008) es la variedad y la contundencia de su lenguaje poético en cada uno de sus libros. Considerado como uno de los máximos representantes de la generación de medio siglo, a la que pertenecieron José Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, José Hierro y Claudio Rodríguez. González lleno de reconocimientos oficiales, fue un digno heredero de las vanguardias (del modernismo, de la modernidad), ya que buena parte de su poesía plural y abierta se propone como única visión un solo objeto: la vida, ese instante que se detiene y queda inerte en la mirada detenida en cada verso de Ángel González. A lo largo de casi medio siglo, desde el inicial Áspero mundo (1956) hasta el reciente Otoños y otras luces, se ha consolidado como una de las voces más originales en lengua española. En 1985 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias, en 1996 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericano, y ese mismo fue elegido miembro de la Real Academia Española. Desde 1985, año de Prosemas o menos, Ángel González ha ido escribiendo un nuevo libro del que el cuaderno Deixis en fantasma, de 1992, puede considerarse un anticipo. Es esta poesía final más deshilachada, con menos discursos retóricos, como escrita con mano de niebla, con algo de intimista balbuceo, de variaciones para una despedida. Pero la poesía elegíaca y amorosa de este periodo no representa el único tono de los poemas que González escribió durante sus últimos de vida. En los poemas inéditos que cierran esta década se encuentran muestras de sus variados procedimientos líricos y narrativos. El primer poema nos presenta al González, poeta impresionista, paisajista con un casi oriental sentido del matiz, que sabe describir como nadie el paso de las estaciones, los cambios de luz de un momento a otro, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo el tiempo: “El otoño se acerca con muy poco ruido:/ apagadas cigarras, unos grillos apenas,/ defienden el reducto/ de un verano obstinado en perpetuarse,/ cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste”. Otros poemas que se incluyen en la misma línea son “Alba en Cazorla” o “Volver a ver el mundo”: “En los últimos días del verano, / el tiempo detenido en la gran pausa/ que colmaría septiembre con sus frutos...” Los “Versos amebeos” recogen una muestra de su poesía amorosa. Los llama de esa arcaica manera porque se trata de poemas que parecen dialogar entre sí, como los versos amebeos en la poesía bucólica. “Acaso un nombre pueda modificar un cuerpo” se titula uno de los poemas, el más imaginativo en su juego con las connotaciones de los diversos nombres de mujer; y el siguiente: “A veces, un cuerpo puede modificar un nombre”. En Fragmentos es el Ángel González ingenioso, el que aproxima la poesía al chiste, el que encontramos. En los primeros casos se trata de poemas de un solo verso (o de dos, si contamos el título como verso, a lo que induce la tipografía): “¡Mi gozo en un pozo!”, dice el que se titula Sed en Castilla; Se murió de risa -uno de los poemas más breves del mundo- se titula Triste gracia. Son poemas que a algunos le harán gracia y a otros, como es inevitable, triste gracia. Papel viejo, tres poemas rescatados de la época de la poesía social; son poemas que disuenan grandemente del conjunto, sobre todo el primero Campo de concentración (Burgos, 1938), quizá demasiado obvio y melodramático; Gajes del oficio parece de un buen imitador de Ángel González; el último poema (como algunas de las variaciones que se incluyen en El lugar de la pregunta) resta, más que suma, a una obra ejemplar, toda ella reunida en el volumen Palabra sobre palabra, salvo un último libro que el autor se resiste a dar por concluido y va anticipando con cuentagotas (y casi siempre las mismas gotas). A sus casi más de ochenta años Ángel González tiene, como lo tuvo Sahrazad para combatir las guerras y las crueldades del mundo contemporáneo, su antídoto personal: conseguir que el hombre caiga rendido ante la “poesía” y su “lenguaje”. Y aquí, recuerdo un pasaje memorioso de Juan Goytisolo que me compartió en su casa de Marraquech: “No olvides, que el más hermoso jardín es un armario lleno de libros y lo interesante es que ese armario no está cerrado sino está abierto, a disposición de todos”.

Poemas nuevos y viejos, poemas de amor y despedida, luces de otoño, flores de sangre y de papel. Ángel González, creador de sílabas y silencios, cantante de boleros, amigo, conocedor de arte, aquí sigue, como siempre y para gozo de todos, palabra sobre palabra, entre Oviedo y Madrid. En sus versos, viejos y nuevos, hay lluvias de infancia, cielos de Madrid, soles de otro mundo; hay años, libros, vida; hay muertos que no es posible matar la memoria. Poeta de verso metafísico en ocasiones, humorístico a menudo, chistoso a veces, inteligente y emocionante siempre. De él, y de otras cosas, charlamos juntos en el Café Gijón de Madrid muchas veces, y continuamos la conversación en el refugio de su biblioteca en su casa.

Ángel González
Ángel González

Hacía tiempo que se sabía de un nuevo libro suyo, del que se conocía el título, pero cuya aparición se iba retrasando. ¿A qué se han debido esas sucesivas demoras?

–Podría parecer que se debe a que tengo pocos poemas, pero, al contrario, tengo bastantes más de los que aparecen en De otoños y otras luces. Lo que me costaba era organizarlos, que el conjunto de textos tuviera cierta coherencia, o mejor dicho, una unidad total en el discurso. Ha pasado bastante tiempo desde mi libro anterior, y en ese tiempo se suceden los impulsos, las obsesiones, y al recopilar el material se encuentra uno con cosas muy dispares, difíciles de casar.

Hay en De otoños y otras luces una mayor inclinación por la elegía, y apenas asoman los rasgos de humor tan característicos de su obra. ¿Por qué ese cambio?

–En realidad, no hay tal cambio; ocurre sólo que los poemas humorísticos (algunos más cercanos al chiste que al poema) se han quedado fuera de este volumen. Siempre he creído que hay que seleccionar lo que vas a publicar, y más cuando la intuición devora a la creación. Aunque en el tratamiento que hago del lenguaje tiene, una gran importancia la intuición; es decir, la facilidad expresiva, por eso es necesario cuidar las traiciones del lenguaje y la estructura del texto, para no arrepentirte de lo que publicas. Siempre hay tiempo para publicar, pero no para escribir.

Ángel González
Ángel González

¿Cuál es el sentido de este nuevo libro en el conjunto de su obra? ¿Qué novedades trae?

–Es un libro de un marcado tono elegíaco, un ritmo que está presente desde el inicio en mi obra, cada vez más acentuado por el paso del tiempo, claro. Ya en Muestra corregida y aumentada... hay una serie de poemas de tono similar, y en Deixis en fantasma (donde ya desde el título se dice que se habla de cosas que no existen) es el fundamental.

Se percibe también en este libro un gran homenaje a nuestro querido poeta Claudio Rodríguez.

–Sí, es un poema escrito por encargo para un homenaje a Claudio. Gracias a este texto me decidí publicar el libro, ya que al añadir este poema largo el libro tuvo una mayor coherencia estética. Aunque en el poema que dedico a Claudio Rodríguez lo hago con mucha admiración, pero también con mucha distancia, pues es un poeta muy poderoso.

En otro de sus libros, que me parece fuera de clasificación es La música y yo, donde nos descubre a sus lectores la pasión desbordada por la letra sonada. Es un músico frustrado?

- Quizás sí. Acaso la escritura de estos poemas y otros alivió parte de mis tribulaciones de músico frustrado, que en cierta medida es cierto. En cualquier caso, el hecho es que lo que en principio fue para mí la música, al final – que es lo que cuenta – acabo siendo la poesía. Ojalá y este libro sea el testimonio de esa aventura que nunca pude lograr: el ser un músico.

Ángel González
Ángel González

En esta breve antología de “poemas musicales”, ¿están la mayor parte de los que ha escrito sobre el tema?

- No. Desde luego, hay faltantes, pues los poemas recogidos en esta muy breve antología no fueron seleccionados por sus posibles cualidades sonoras, o “musicales”, sino porque la música aparece en ellos como tema, o como motivo para tratar otros temas. Algunos, en los que la música no es tema ni siquiera motivo, están más bien publicados, porque intentan acercarse a la forma de una “canción”.

Dos de los poetas que más admira en castellano son Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, ¿hay algo de ambos en su nuevo libro

- Siempre hay algo de ellos en mis textos; en momentos oculto y en otros más visible Siempre he creído que ambos son umbrales de la poesía en castellano, lo mismo que Rubén Darío lo es del modernismo. Inversamente, se puede decir que Darío está en el umbral de la poesía contemporánea pero no participa del todo a ella, o al menos no al igual que Juan Ramón Jiménez, quien se centra más en problemas que ya pertenecen a la poesía contemporánea. Darío tiene muchas voces, se bifurca en muchos poetas, y Jiménez es muy abarcador.

En estas elegías recogidas en su libro reciente, no hay referencias claras a las noches del “Paraguas”, aquel mítico bar ovetense del que tanto me ha hablo en diversos encuentros. ¿Es consciente de formar parte una leyenda cotidiana?

–Bueno, no creo que sea una leyenda. Siempre que iba a Oviedo acababa en ese lugar que se volvió con los años, parte de mi vida. Ahora ya no es lo mismo. Iba a ver a mi familia, primero; luego, a mis amigos, los más cercanos de los cuales ya me faltan. Y con mis amigos la convivencia era casi siempre nocturna. Así que mi presencia era, desde luego, visible, pero también invisible, pues en momentos desde lejos lo extrañaba.

Su generación hizo bandera de la buena vida entendida como la mala vida... Se lo pregunto porque fue muy diferente a la de Alberti, Juan Ramón Jiménez y Machado, pues estos tuvieron que irse de España ¿Cree que se vivió diferente la dictadura y la miseria de la época?

– Esa época fue culpa de los años que vivimos, tan opacos... El mundo real era tan aborrecible que no nos quedaba más remedio que inventarnos otro diferente, artificial, noctámbulo... Esto tiene la importancia que tiene, que no es mucha, pero es cierto que cuando me acuerdo de mis amigos de entonces, muchos ya desaparecidos, los recuerdo con una copa en la mano, como si fuese un inútil escudo con el que defenderse del mundo, de las miserias de la dictadura. A veces, la realidad te obliga a reinventarte, a escribirte un nuevo papel en el gran teatro del mundo. Cuando empecé a descubrir a los poetas del 27, eran los representantes de un tiempo único, de la República, de la España que nos hubiera gustado vivir.

*Esta entrevista pertenece al libro La vida constante. Conversaciones en el tránsito del milenio, que publica en España La Junta de Extremadura.