ESTAR

ESTAR
Por:
  • raul_sales

Quizá si tuviera ático estaría hasta el tope de recuerdos formados en lista de espera para ser recordados, lamentablemente, por estos lares tropicales, los áticos no existen por la caída del sol que raja piedra, los sótanos tampoco son muy útiles entre alimañas y sabandijas, así que, en este calor de 40º con una humedad en la que casi respiramos con branquias, nuestros recuerdos conviven, se sientan a la mesa y si te descuidas un instante, se zampan tu hoy y pasas todo el día rememorando aquellos viejos tiempos que suelen añejarse hasta conseguir el delicado sabor de la exquisitez.

El ser humano suele ser medio egoísta con sus recuerdos, algunos los desempolva dependiendo del ánimo que corra entre las venas y se llora en la soledad de la noche, en la ausencia del sonido de una voz, en la falta del calor de un cuerpo, a veces no se llega al llanto y la añoranza se va dando en pequeñas dosis de melancolía y suspiros soltados en la brisa de mar.

Hay mañanas en las que el recuerdo aparece en el rocío, el vuelo de las aves, en una frase leída, en el color del tejido y, se posa sobre los hombros mientras susurra al oído, en cada paso, en cada decisión, tiñendo futuros de pasado.

Aún sin darte cuenta, algo dentro de ti se sintoniza con ello, vibra en la misma frecuencia, todo es energía, todo, absolutamente todo, se vuelve recuerdo y ese recuerdo se impregna y se siente hasta en el mismo aire que respiramos. Hay días, en que esos recuerdos revoloteando en el ambiente, dentro de la madera de la cómoda, en las miles de miradas rebotadas en el espejo y el timbre de la voz en el silencio de la ausencia, encontramos un punto focal y esos recuerdos dispersos... recordamos.

Sí, yo, que extraño es llamarme “yo”, pero así es, yo recuerdo lo que solía ser, sentir y es abrumador el cúmulo de emociones y de esos recuerdos de mí, me veo diferente a lo que solía recordarme, nunca me consideré tan inteligente, caballeroso, amoroso, nunca pensé en la profundidad de mi voz, lo tranquilizante que era para ti  y en el calor de mis manos que multiplicaban tu temperatura. Es extraño pensar en un “yo” aderezado de ti, es extraño verme con tus ojos y sentirme y sentirte... Es extraño extrañarte mientras me extraño.

Veo el atardecer mientras duermes la siesta, recuerdo la última vez que te abracé en la puesta de sol, recostaste tu cabeza en mi hombro y la brisa hacía volar tu cabello haciéndome cosquillas, ahora sé que tenías los ojos cerrados y no veías ni el cielo, ni el mar, solo sentías mi aroma y eso te era suficiente para tu felicidad. Si tuviera estómago estaría contraído, si pudiera por los ojos soltar sal, ríos correrían bajo mí pero, no, solo puedo sentirme hasta cierto punto y sentirte sintiéndome de manera total y eso es desgarrador y se acumula sin poderse liberar pues aunque esté, en realidad... no estoy.

Siempre me dolió verte sufrir, amarte me hacía fuerte, tan fuerte que daba la vuelta al círculo y te convertías en mi única debilidad, me hacías surcar mares en instantes y me ahogabas en una lágrima por eones. Nunca pensé en irme, nunca pensé en que me separaría de ti y saber que mi ausencia te desgarra de esa forma es la peor de las torturas.

Poso mi mano en tu cabello intentando alaciar tus rizos como lo hacía siempre pero, mi mano se desvanece entre el amasijo castaño. Te remueves como si lo sintieras, como lo hacías antes, girando para que fuera sección por sección hasta desenredar la imposibilidad de tu cabeza y luego sonreías y dormías mientras yo leía malabareando con una mano las hojas del libro para no dejar de seguir el camino de tus espirales castañas.

Lo lamento amor, lamento haber partido dejando este doloroso vacío dentro de ti, no lamento haberte amado porque eso sería negarme, negarte, negarnos y no habría recuerdos en el aire, en la cama, en las paredes, en el librero y en la terraza frente al mar donde ahora duermes soñando con un futuro de nuestro pasado. Gracias amor, por seguir pensando en mí, por no dejar que me diluya en el olvido, gracias por perdonar mi partida, sé que estuviste enojada conmigo por haberme ido, contigo por no haber impedido el irme. Nunca fue culpa tuya ni tampoco mía, solo pasó, como pasa todo en nuestra existencia, sin subjetividad, sin motivo, pasa porque tenía que pasar, porque en el cambio está la continuidad, en el camino está el viaje, porque el mar sin olas estaría muerto y el sol sin movimiento nos privaría de los colores del atardecer y la plata de la luna. Todo cambia, nada es eterno y aunque embellezcas mi recuerdo con lo que sientes, el futuro será mejor pues aunque no esté, estaré en ti.

La luna sale amor, me voy antes de que despiertes para que me quede en tus sueños, ahora sé que el otro año te veré, te besaré y llegaré en la brisa de sal de nuestro mar para posarme en el veleidoso quiebre de tu cabello y tomaré las miradas del espejo, las hojas de mis libros, el color de tu vestido, la risa de un extraño, el vuelo de las aves, el canto de los grillos, el camino de la estrella polar, el aroma del tabaco mezclado con café recién hecho y me recordarás y te recordaré y estaré junto a ti... aunque no esté.