Exoneran al poeta

Exoneran al poeta
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Por Gerardo de la Concha

Este año es el centenario del poeta Miguel Hernández (1910-1942). El gobierno español ha anunciado, como una forma de conmemorarlo, su exoneración legal póstuma de los supuestos delitos por los cuales fue encarcelado bajo el régimen franquista. En realidad se le sentenció a muerte, pero Luis Armacha, vicario general de la Diócesis de Orihuela —luego fue obispo de León—, quien era su amigo de infancia, intercedió con las autoridades de la dictadura para conmutarle la pena. Sin embargo, por las duras condiciones de la prisión de Alicante murió —con los ojos abiertos, como escribió Vicente Aleixandre— de tifus agravado por la tuberculosis. En efecto, no pudieron cerrar sus ojos y así fue —como si aún siguiera viendo el mundo— arrojado a la tumba.

Pablo Neruda, su fiel amigo y correligionario, había buscado presionar a nivel internacional e incluso logró que un cardenal interviniera antes también con el propósito de salvarlo. Todo fue inútil. Su destino trágico estaba ya decidido.

Como ex combatiente republicano de la guerra civil, era un vencido. Y se le hizo pagar caro militar con tanta enjundia en el bando derrotado. No sólo se persiguió a su persona, pues una Comisión de Depuración franquista presidida por el filólogo Joaquín de Entrambasaguas ordenó la destrucción de los ejemplares de su libro inédito El hombre acecha, los cuales se encontraban en una imprenta valenciana. De esta quema se rescataron únicamente dos volúmenes y sólo hasta 1981 el libro fue reimpreso

Como poeta en la cárcel, pertenece a la pléyade de poetas, escritores o artistas de distintos signos ideológicos quienes durante el siglo XX padecieron la furia de los poderes, convertidos estos en dictaduras o tiranías.

Francisco Franco conquistó un país donde la literatura florecía antes de la guerra y había una vida cultural muy rica e intensa. Los escritores fueron silenciados o sólo tuvieron como salida el exilio. O cayeron asesinados o encarcelados.

La palabra del poeta es siempre la de un hombre libre. No resulta extraño entonces pueda el poder arbitrario ensañarse con él y le persiga. Muerta ya la controversia abismal con la cual se dividió España —como la pugna de gibelinos y güelfos dominara los reinos italianos en tiempos de Dante—, Miguel Hernández resurge ahora, a pesar de la tragedia, como un símbolo de la potencia indeleble de la poesía.

Al final, el poeta vence al tirano. Su arma —la poesía— es siempre más poderosa. Se trata de un canto en el fondo de los tiempos: júbilo o tristeza, promesa o plegaria, celebración o réquiem, conjuro o magia.

Miguel Hernández, hijo de una familia humilde de Orihuela, dejó la escuela para ayudar como pastor de cabras a su familia. Tocado por el rayo de la poesía iba a la biblioteca pública a leer a los grandes creadores del Siglo de Oro, también a San Juan de la Cruz y traducciones de Virgilio y Paul Verlaine. Se enamoró de los poemas de Luis de Góngora y aprendía de memoria sus versos, luego ese gusto barroco lo transfiguraría unido al alma popular en sus propios poemas deslumbrantes.

Esta característica de su poesía, el uso de imágenes en apariencia artificiosas —su maestro Góngora era sobre todo un poeta de Corte— y un ritmo clásico, combinado con una gran fuerza en la manera de plasmar sus sentimientos, le dio una identidad muy singular, pues la música de su verso se engarza así con una auténtica expresión esencial, superando cualquier afectación o falsedad. Es el suyo un clasicismo devuelto a todos, convertida la palabra en una joya.

Me recuerda a otro poeta, semejante, Serguei Esenin (1895-1925), con su canto por el campo nutrido de amor, de piedad y, asimismo, lleno de símbolos y metáforas sorprendentes.

Es parte también —a pesar de su juventud— de la generación del 27, aunque algunos lo consideran miembro de la del 36; Dámaso Alonso más propiamente lo llama “genial epígono de la generación del 27”, formada por brillantes poetas como Federico García Lorca, Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén.

Su obra, desde Perito en Lunas y El rayo que no cesa hasta Cancionero y Romancero de Ausencias y la delicada Nanas de la cebolla, entre otros libros, es ya un patrimonio universal.

Durante un tiempo, la reivindicación ideológica e incluso panfletaria del poeta militante parecía apropiarse del legado literario de Miguel Hernández; hoy, sin menoscabo de su biografía política, la obra del poeta brilla más allá de cualquier vocación partidista y él es reconocido simplemente como uno de los grandes poetas del siglo XX.

Por ejemplo, su célebre “Elegía” es indudablemente uno de los poemas más hermosos de la lengua española, elogiado de manera exaltada por Juan Ramón Jiménez cuando se publicó, a pesar de la sobriedad de este autor respecto a sus contemporáneos. En diciembre de 1935 había muerto su amigo Ramón Sijé y a él se lo dedica. Unos meses después habría de estallar la Guerra Civil y el poeta partiría al frente de batalla como un soldado más de la República.

“Elegía” es una representación de lo que Johannes Pfeiffer en su estudio La poesía (publicado por el Fondo de Cultura Económica) llama lo auténtico en el arte poético, un equilibrio entre el tono y el contenido, entre las palabras justas y el sentimiento expresado.

Para Pfeiffer el poema resume la actitud del hombre ante el mundo y el sentimiento no puede fingirse, se transforma en un gesto verbal basado en lo auténtico y, de esa forma, se advierte como una revelación:

Yo quiero ser llorando el hortelano

De la tierra que ocupas y estercolas,

Compañero del alma, tan temprano

Una descripción dura del arrebato de la muerte, que se ha llevado al amigo:

Un manotazo duro, un golpe helado,

Un hachazo invisible y homicida,

Un empujón brutal te ha derribado

Este poema despliega el dolor en tercetos, con endecasílabos graves, la perfección formal está en plena armonía con lo sentido:

Temprano levantó la muerte el vuelo,

Temprano madrugó la madrugada,

Temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

No perdono a la vida desatenta,

No perdono a la tierra ni a la nada.

Las metáforas forjadas en la gran tradición española logran manifestar vigorosamente el sentimiento causado por la muerte, no hay aquí ningún fingimiento ni pose, sólo una conmovedora veracidad —tal como afirma Pfeiffer de Mathias Claudius, diciendo había en él una trayectoria de vida para explicar la realización de su arte— capaz de usar imágenes muy amargas:

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

Quiero apartar la tierra parte a parte

A dentelladas secas y calientes

Quiero escarbar la tierra hasta encontrarte

Y besarte la noble calavera

Y desamordazarte y regresarte.

El gongorismo reluce también, pero se trata de un Góngora campesino, cuyo fulgor sabe de pueblo y de polvo, o como escribió Pablo Neruda, es la suya “luz de tierra, de mañana pedregosa”:

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

Por los altos andamios de las flores

Pajareará tu alma colmenera

Esta larga Elegía concluye con un cuarteto admirable:

A las aladas almas de las rosas

Del almendro de nata te requiero,

Que tenemos que hablar de muchas cosas,

Compañero del alma, compañero.

Recomiendo la lectura de este poema completo no sólo por sus virtudes artísticas, sino porque en el temple de su ánimo, transmitido verso a verso, la existencia se enriquece al identificarse con la belleza y autenticidad de los sentimientos profundos.

Como Serguei Esenin, el poeta igualmente campesino quien leía sus poemas a los soldados de la Revolución rusa, él también recitó sus versos a los milicianos, sus camaradas, y fue escuchado con reverencia por ellos situados como él en la línea de fuego, en el límite de la vida y la muerte.

Esenin preguntaba: “¿Mis versos son necesarios y, en general, el arte, la poesía es necesaria?” Y su respuesta fue escribir hasta el último de sus días, sin pensar en la idea de Máximo Gorki (1868-1936), quien señalaba con ironía cómo el Luna-Park se la pasaba estupendamente sin Schiller. El poeta ruso se habría de suicidar descontento con el estalinismo. A Miguel Hernández la cárcel franquista le arrebató la libertad y la vida; lejos ya de su tiempo porque es inmortal, nos entrega ahora para siempre la belleza de su poesía y podemos murmurar en su memoria, sabiendo sin duda alguna lo necesario de la poesía como la suya: compañero del alma, tan temprano.

agp