Los patrones machistas se repiten

Historia, arte y tiempo: el lugar de las heroínas

Nos distrajo el dilema que surgió de la elección de una escultura pública cuando, en ese mismo mes llegábamos a un récord en las cifras de feminicidios

"La Joven de Amajac" será la figura que se pondrá en lugar de la estatua de Colón.
"La Joven de Amajac" será la figura que se pondrá en lugar de la estatua de Colón.Especial
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Aunque parecieran tiempos distintos, la oscuridad de la Edad Media, la inquisición, la peste de centurias posteriores, el estallido industrial y el fin de la belle époque, coincidente con la explosión de revoluciones, guerras y los genocidios del siglo XX, no se alejan mucho de la estruendosa llegada siglo XXI.

Como ayer, hoy reinan las despedidas. Orgullosa de su condición histórica, la violencia se encarama en nuestro acontecer y pervive en nuestro imaginario, tanto, que acabamos por normalizarla y hacerla nuestra. Al final la violencia es historia, quizá sea por eso que exista una clara tendencia justificar lo injustificable.

A pesar de percibirnos herederos directos del influjo decimonónico, sería simplista afirmar que las rupturas de las últimas décadas provienen del rugir de los primeros ferrocarriles y de la emergencia de las ciudades con camellones, acero y pavimento. Las mutaciones sociales que explican hoy quiénes somos, vienen de mucho, mucho más atrás.

Entendámoslo: vivimos de repeticiones. Basta remontarnos al aparentemente luminoso, pero bien oscuro siglo XV, cuando, después de haber sido violada y vejada en un juicio marcado por la tortura de un examen ginecológico que debía comprobar que en verdad había sido desflorada, la pintora italiana Artemisa Gentileschi (1593-1656) se armaba de valor y divulgaba la violencia de género a través de la narrativa bíblica y universal de la joven Susana acosada por un par de viejos.

La pintura de la artista romana enarboló un tono parecido al lamento de las esculturas de la francesa Camille Claudel (1864-1943), aprendiz, concubina y asistente del célebre Auguste Rodin. Rendida al mando de su protector, la joven Claudel desviaba una buena parte de su talento en la poco honrosa tarea de “terminar” las manos y los pies de las esculturas de su maestro y amante, para morir, después de treinta años de reclusión deshonra y olvido, en el manicomio de Montdevergues, a pocos meses de que el Comité français de la Libération nationale concediera el derecho a voto a las mujeres en abril de 1944.

La vida y la obra de todas las Susanas, de Gentilleschi y Claudel, de Elena Arizmendi, de Rosa Parks, de las integrantes de Católicas por el Derecho a Decidir, GIRE, de las promotoras y participantes de #UnDíaSinNosotras o #UnDíaSinMujeres, de Rosario Castellanos y Virginia Wolf, de Araceli Osorio, Irinea Buendía y Norma Herrera, entre muchas, muchas otras mujeres, madres de víctimas y militantes, nos habla de enojo, motivos y repeticiones: nos remite a la supervivencia, pero también al drama de la degradación y la resistencia femenina.

En el México del Siglo XXI, los avances legales desfallecen ante los retrocesos sociales y los discursos sesgados. Nos distrajo el dilema que surgió de la elección de una escultura pública cuando, en ese mismo mes llegábamos a un récord en las cifras de feminicidios. Parece increíble que, por un lado, se celebre la despenalización del aborto y se exija su legalización cuando por el otro se marche clamando por la vida y la integridad de las mujeres.

Hay algo que no está bien, cada vez hay más víctimas de feminicidio, más esculturas y pintas, más pañuelos bordados, más cruces rosas y más manifestaciones y movimientos de denuncia. La inercia de los tiempos lo confirma: los patrones machistas se repiten y magnifican sus alcances. No olvidemos que lo que pasa hoy será inmortalizado en los libros de historia.

Ojo: las heroínas logran empañar las trayectorias de sus opresores. De los viejos nadie se acuerda, de Susana, sí.

AG