Isamu Noguchi, el artista del juego, la recreación y el aprendizaje

Isamu Noguchi, el artista del juego, la recreación y el aprendizaje
Por:
  • miguel_angel_munoz

Las grandes exposiciones sirven para refrescar la memoria contemporánea y volver sobre artistas, grupos o tendencias estéticas erosionados por los gustos dispares y por el simple paso del tiempo. Buen pretexto también para antologías y retrospectivas que formulan desde nuevas latitudes críticas una obra determinada y colaboran en la definición llamemos acrónica del artista. La escultura moderna ha despertado el interés crítico casi desde el momento mismo de su difusión pública, dado acaso su carácter conmemorativo originario y la fuerte tradición clásica que ha legitimado desde siempre su condición de arte – desde el mundo antiguo hasta Rodin.

El Museo Tamayo presenta hasta el 9 de octubre la exposición Los parques de Noguchi, la cual se centra en la visión de uno de los escultores más importantes del siglo XX sobre parques infantiles y el espacio público. Esta es la primera exposición en el mundo que reúne investigación realizada por Noguchi a lo largo de 50 años. Está compuesta por maquetas, bocetos, dibujos arquitectónicos y fotografías, además de recreaciones de espacios escultóricos lúdicos y funcionales. Isamu Noguchi (Los Ángeles, 1904–Nueva York, 1988), artista total cuya trayectoria se caracterizó por desarrollo constante en la exploración del medio escultórico.

Son obras inclasificables, en que Noguchi crea una visión nueva de la naturaleza, entreverando formalismo, expresionismo, minimal, constructivismo y conceptual, y estableciendo relaciones diferentes entre materia, textura, escala y símbolo. Su actitud escultórica se orienta hacia Rodin en su reivindicación inicial de la talla sobre el modelado y muestra en todo momento una detenida atención con la realidad de los materiales plásticos, sus cualidades, formas y texturas.

En efecto, rechaza la tradición académica y con ello subraya el distanciamiento, tan de época, del idealismo clásico. Para Noguchi la energía y el rigor formal son los valores que deben transformar la percepción contemporánea del arte, t sus fuentes pasan por la admiración de la estatuaria antigua – Sumería, Egipto y las volumetrías espaciales ilusorias del primitivismo italiano, particularmente los frescos de Giotto y Massaccio-. Bien apuntaba el escultor inglés Henrry Moore: “La obra de arte debe generar vitalidad… con independencia de objetos que pueda representar”.

En ciertos proyectos de su madurez se envidencian la devoción por Brancusi, Arp y Miró, intereses vanguardistas que se mezclan con referencias insistentes a las formas geométricas del observatorio Samrat Yantra, en Jaipur. De Arp aprende a valorar el vacío que penetra y aligera los volúmenes abriéndose a formas de potente impronta imaginativa.

Quizá Noguchi no haya sido el escultor de los “momentos” brillantes, de los grandes hallazgos formales – como Brancusi o Julio González-. Sin embargo, su obra nos habla de una continuada exigencia formal renovadora. Su mirada es capaz de sintetizar un mundo tan considerable de estímulos visuales que por sí solo constituye una presencia activa en la evolución artística de nuestro tiempo.

Sus variaciones sobre el espacio, lo acercan a Julio González – tema poco trabajado por la crítica- incluso en la elección de temas abstractos. Estamos ante un arte público determinado por rasgos físicos, materiales, naturales y también humanos, y transportado por una luminosidad portentosa, sublimadora del silencio, el desarraigo cultural, el mestizaje y el desplazamiento. Que busca lo esencial, para renacer de raíz.

La muestra retoma ideas importantes de Isamu Noguchi respecto a la forma de aproximarnos al juego, la recreación y el aprendizaje, buscando que el espectador reconsidere estas categorías en el sentido de “comunidad” – qué cada día se pierde más dicho concepto- que converge en nuestro propio tiempo. Tomando en consideración el potencial del acercamiento entre arte y funcionalidad, es decir, entre lo público y lo privado.

Noguchi defendió con firmeza la idea de que la escultura es una herramienta estética y cultural capaz de contribuir al paso que damos de individuos a sociedad. Su postura en favor de la democratización del arte y del espacio público lo llevó a diseñar varios parques y mobiliario para juegos, entre ellos: Equipamiento de juego, 1940; Play Mountain, 1933 (molde 1977); Octetra, 1968, Play Cubes 1975 – 1976; Parque infantil Moere Numa, 1988-2004; Parque infantil Kodomo No Kuni, 1965. No olvidemos que Noguchi lucho como nadie por hacer de la escultura un arte popular y del arte un lenguaje de todos. Un enriquecimiento imponderable, en nuestro ahora ensimismado y virtual, de las dimensiones de la creación humana.