Jünger y las letras por las que Hitler le perdonó la vida

Jünger y las letras por las que Hitler le perdonó la vida
Por:
  • larazon

Especial

Logró salir del perímetro de seguridad gracias a su sangre fría. Los guardias se cuadraron ante él, quien con aplomo apresuró al chofer. Los abedules pasaron luego rápido frente a la mirada de su solo ojo, pues el otro lo perdió en África. No pudo evitar un suspiro a pesar de ser un soldado curtido. Entonces se escuchó el ruido tronante de la explosión. El auto se detuvo.

Alcanzaron a ver alzarse una columna de humo en el cuartel general de Adolf Hitler, en un bosque de Prusia oriental, conocido como la guarida del lobo. El coronel Claus Von Stauffenberg dio gracias a Dios en silencio, por el éxito de su misión al haber colocado una bomba en la sala de juntas del dictador y su Estado Mayor. Con un pretexto pudo retirarse. El golpe para liberar a Alemania y al mundo había comenzado.

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Durante meses, un grupo amplio de oficiales del Ejército alemán conspiró para derrocar al régimen nazi. Estaban principalmente en el frente ruso, en París y en Berlín, aunque sus redes se extendían a otros lugares, eran varios generales y otros militares de distintas graduaciones, la mayor parte pertenecían a la élite prusiana.

Estos hombres querían apoderarse del Estado, pactar una paz honorable con los Aliados y enjuiciar a los jerarcas nazis por sus crímenes.

Confiaban en lograr la adhesión de lo mejor de Alemania, romper los mecanismos de hierro de la tiranía y salvar a su país de la ruina previsible frente a la derrota en la guerra.

Su plan se basaba en la Operación Valkyria, para que el Ejército de reserva detuviera a los jefes nazis, especialmente a los SS, en Berlín, disolviendo el aparato central de la dictadura y permitiendo que el control lo tomara el Ejército. Para eso resultaba necesario eliminar a Hitler. La idea era que, con base en ello, un gobierno provisional comenzara las negociaciones con los Aliados para terminar la guerra en el frente occidental. Era el suyo un golpe audaz y desesperado.

Ese día, París se despertaba en un verano letárgico. En algunos de los ocupantes corría la tensión. Un pequeño grupo de generales del Ejército esperaba con ansias una llamada de Berlín. Todo estaba listo para detener a los jefes de las SS, desarmar a sus tropas y proclamar su apoyo al nuevo gobierno y sus gestiones de paz. El plan consistía en actuar por sorpresa y con decisión, evitando un enfrentamiento.

A mediodía recibieron el informe de que Hitler había muerto. A las 6 de la tarde, 1,200 miembros de las SS y de la Gestapo habían sido tomados prisioneros, sin embargo, la noticia de que Hitler sobrevivió al atentado disolvería el golpe. La situación se volvió insostenible. A las 10 pm el general Stülpnagel, comandante de París, liberó a los nazis detenidos y manifestó que todo había sido una confusión.

El 22 de julio de 1944, dos días después de esos acontecimientos, Ernest Jünger (1895-1998) el autor de Radiaciones, sus célebres diarios, y quien como capitán era parte del Ejército ocupante en París, escribió al enterarse del fusilamiento de algunos de los conjurados y el intento de suicidio del general Stülpnagel: “Qué víctimas vuelven a caer aquí, y precisamente en los pequeños círculos de los últimos hombres caballerescos, de los espíritus libres, de los que sienten y piensan, allende las pasiones sórdidas. Y, sin embargo, estas víctimas son importantes porque crean espacio interior y evitan que la nación como conjunto, como bloque, caiga en las espantosas simas del destino”.

Stauffenberg fue fusilado el mismo día del atentado. Cayó gritando: “¡Viva la sagrada Alemania!”. Pertenecía al círculo del poeta místico Stefan George. Era un católico practicante a quien las matanzas en el frente del Este y el exterminio de los judíos europeos, lo habían convencido de la necesidad de acabar con Hitler. La suerte de la mayor parte de sus camaradas sobrevivientes fue terrible. Torturados, humillados durante su juicio, varios fueron colgados en ganchos de carnicería utilizando cuerdas de piano para prolongar su sufrimiento.

Jünger, ligado a los militares de la aristocracia prusiana quienes atentaron contra Hitler —había difundido entre ellos un opúsculo acerca de la paz, incluso con el mariscal Rommel, uno de los conspiradores—, se hizo sospechoso, a pesar de no haber participado directamente en la conjura aunque tenía una afinidad espiritual con la oposición al nazismo.

Su nombre apareció en una lista presentada al dictador. La leyenda dice que éste exclamó, como cuando habían pedido su cabeza por la publicación de Acantilados de mármol: “¡A Jünger, déjenlo en paz!”. Se le licenció del Ejército, pero no sucedió nada más con él. Hitler conocía su libro Tempestades de acero, dedicado por Jünger a sus experiencias personales en las trincheras de la Primera Guerra, y al parecer eso evitó fuera reprimido y le salvó la vida.

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Durante un tiempo se discutió en torno al abono de este escritor alemán a la atmósfera nihilista que incubó al nazismo. Escribió textos como La guerra, nuestra madre y conceptos como éste: “La mejor respuesta a la traición de la vida por el espíritu es la traición del espíritu por el espíritu, y uno de los grandes y crueles goces de esta época consiste en participar en ese trabajo de destrucción”.

No obstante, una obra como Los acantilados de mármol —publicada en 1940—, alegoría contra la tiranía y su violencia, lo acreditó finalmente como un resistente espiritual al nazismo. De hecho mantuvo la integridad de sus valores personales —en una circunstancia donde las nociones de verdad y moral se perdieron— superando así su anterior nihilismo retórico.

En la posguerra escribió decenas de novelas. Eumesweil, una reflexión sobre la historia y el poder político, es quizá su obra maestra. Se interesó en la entomología, las drogas, creó metáforas como la del emboscado para oponerse a los poderes enajenantes del mundo moderno. Fue un admirador del México antiguo, algo común en los alemanes ilustrados.

Vivió 103 años. Durante sus últimos años habitó en un castillo de la familia Stauffenberg.

Obras:

» Tempestades

de acero (1920)

» Más allá de la línea y otros ensayos (1930)

» El trabajador (1932)

» Los acantilados de mármol (1940)

» La paz (1944)

» El nudo

gordiano (1953)

» Radiaciones

1, 2 y 3 (1965, 1989 y 1992)

» El tirachinas (1970)

» Eumesweil (1980)

» La emboscadura (1998)

» Heliópolis (1998)

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