LA ISLA DEL FIN DEL MUNDO

LA ISLA DEL FIN DEL MUNDO
Por:
  • raul_sales

Estaban convocados todos los mayores de 16 años, la pequeña comunidad había crecido desde que habían decidido aislarse en la enorme caverna. Aún recordaba la decisión de que se vendieran todos los bienes de los centenares de participantes y se compraran las propiedades de Edimburgo de los siete mares y toda porción de tierra vendible de la isla de Tristán de Acuña, los siete años de preparación y la madre de todas las decisiones, abandonar a su suerte al resto de la humanidad y aislarse por completo.

La terraza de la caverna artificial horadada en Queen Mary´s Peak brillaba rojiza ante la bella puesta de sol a la que nadie le prestaba la más mínima atención, todos estaban concentrados en la mesa de los Pilares, el médico, el agricultor, el sacerdote, el científico y el maestro permanecían impasibles ante la perorata de su par, el administrador hablaba de la necesidad que aún tenían de los buques cada vez más esporádicos que llegaban de tierra firme. Todos sabían que la única preocupación real del administrador era la provisión de botellas de whisky que le llegaban año con año. El administrador podía decir lo que quisiera pero los 5 restantes pilares sostenían la decisión inicial por la cual estaban todos ahí, cortar todo lazo con el resto de la especie con la esperanza de sobrevivir o, al menos, vivir lo más posible. Ni todas las botellas de whisky podrían impedir la cancelación de los buques. Ellos y la esperanza.

-Ya son cuatro los que intentan irse.-

-Si soy franco, esperaba más.-

-Si sigue así tendremos que tomar medidas extremas y declarar toque de queda.-

-No podemos hacer eso, hacerlo solo agravará la situación.-

-¿Entonces?-

Suspiró

-Son nuestros hijos los que sienten esa necesidad de irse, seguramente porque estar bajo la sombra de los “lideres” lleva una marca difícil de borrar y a esa edad, es lógico que se rebelen.-

-Nuevamente pregunto ¿Entonces?-

-Han pasado dos décadas desde que nos separamos del resto de la humanidad, decidimos cortar todo lazo. No recibimos señales de tv, radio y mucho menos internet. Sin embargo, nuestros libros hablan de civilizaciones, de ciudades, de una gloria creativa de la humanidad. Fuimos ilusos al pensar que cerrar la puerta con nosotros dentro, eliminaría los ruidos de afuera. Han pasado 20 años sin que sepamos nada de tierra firme, quien mejor que nuestros hijos para ir a visitarla y recabar noticias.-

-¡Se querrán quedar!-

-Pues que así sea, fuimos nosotros los que decidimos aislarnos, tomamos la decisión por ellos y en eso nos equivocamos.-

-Votemos pues.-

Cuatro manos se levantaron a favor, la más alta fue la del administrador y la sonrisa de suficiencia que decía “se los dije” era amplia y reluciente.

Todos ellos eran expertos navegantes, pasaban más tiempo en el mar o en las granjas de las faldas del volcán y casi nunca dentro de la laberíntica ciudad administrativa dentro de la masa de roca. Desde su perspectiva, que los llamaran para darles cursos de navegación era una pérdida de tiempo.

-Bienvenidos chicos.-

Su papá era el agricultor, lo que significaba que también veía las zonas de maricultura y granjas de peces, era el único que había recorrido las islas alrededor y decían que hasta en la isla inaccesible había acampado después de escalarla en una noche de luna llena. Él sabía que no era cierto pues se lo había preguntado a su mamá y solo se reía de que dicha historia, inventada por ella, aún sonara como si fuera una certeza.

-¿Qué hacemos acá papá? Todos sabemos navegar.-

-Sabía que me lo dirías, nunca puedes aguantarte las ganas de decir las cosas. Sabes navegar pero, no sabes usar esto.- Con gesto melodramático jaló la cubierta de un enorme bote de forma ligeramente diferente a la que estaban acostumbrado, con unas largas protuberancias que salían del techo. -Este barco tiene navegación satelital y si bien, ustedes no necesitan un satélite para saber el rumbo, les facilitará la vida y les avisara con anticipación acerca del mal tiempo. Eso aprenderán a usar. Tal vez no haya nada a donde van, para eso van pero, al menos los satélites siguen funcionando. ¿Alguna pregunta?-

Una mano tímida se levantó para luego preguntar -¿Entonces son ciertos los libros que dicen que mandamos cosas al espacio?- El suspiro fue prolongado, había mucho que contar.

Quince días después, estaban zarpando, la travesía duraría diez días si no se presentaba ningún contratiempo. La navegación satelital era su juguete nuevo, era una maravilla poder ver la formación de nubes  en una pantalla antes incluso de vislumbrarlas en el horizonte y de noche, era todavía mejor.

No hubo problema alguno, avistaron tierra al atardecer, esperaron ver las luces de Ciudad del Cabo y su espera fue en vano, ni una sola luz aparecía en la línea oscura que era la costa.

Ante la falta de iluminación, anclaron y esperaron al amanecer para desembarcar.

En su emoción y ansiedad ninguno cerró el ojo, hablaron hasta el amanecer de todas las cosas que habían leído. Tomarse unas soda embotellada, ver la tv, usar una tablet, subirse a un tren, comerse una hamburguesa de comida rápida, ver un león.

Conforme se acercaban sus emociones luchaban entre la expectativa y el temor. Al bajar a tierra se dieron cuenta de que llevaban minutos navegando sobre construcciones, similares a las que tenían ellos en Edimburgo de los siete mares, su broma era que debían cambiarle el nombre a Edimburgo bajo siete mares pero, las construcciones que pasaban por debajo de la quilla eran enormes, mucho más que los de su pueblo bajo el mar y no era la construcción lo que les sorprendía pues sus galerías en el volcán eran mucho más sofisticadas y no obstante, lo que veían era una ciudad mucho más grande que su isla bajo un océano de aguas turbias y nada vivo a la redonda.

Recorrieron la costa, buscando algo, ya ni siquiera hombres, aunque fuera las gaviotas que eran consideradas casi una plaga en su isla, peces, mamíferos, lo que fuera y no, no había nada, era una enorme masa de agua muerta golpeando tierra igual de muerta. Quizá en otros lados, más adentro, fuera distinto, algunos, los menos, querían averiguarlo, los demás solo querían regresar a casa, a una casa pequeña que podía ser el epítome del aburrimiento en ocasiones pero que, hasta en los más aburridos momentos, había un ser vivo, una lagartija, un mosco, un cangrejo, un pez, un gato, un ave, otros seres humanos, al menos unos preocupados por ayudarse, podían creer que había otros pero, por el estado de lo que veían, por la ausencia, por el hueco del estómago de lo perdido y sabían que ellos eran diferentes de cierta manera, quizá no eran los mejores, quizá no eran los únicos pero, al menos ellos tenían sentido de comunidad y si bien, la isla donde habitaban era la isla del fin del mundo, era suya y eso, quizá eso mismo, sería su nuevo galápagos, su nueva Australia, su nueva esperanza.

-¿Y bien? ¿Qué tal la ciudad?- El llanto en los ojos de los jóvenes le dio las respuestas que muy dentro de él sabía. Era uno de los que medían el aumento del nivel del mar, uno de los que había planeado la intrincada red dentro del volcán asemejando un panal para darle fortaleza ante los derrumbes, uno de los que creyó desde siempre que esto sucedería pero, una cosa es creer y otra tener certeza. Abrazó a su hijo y lloró junto con él. Uno por lo que nunca conocería, otro, por lo que se había perdido. Quizá tenía razón el sacerdote, quizá era hora de hacer una purga selectiva de la literatura que se le enseñaría a la siguiente generación, quizá si pensaban que lo que veían era lo único que existía, no habría esa necesidad de salir a buscar por más... Tendría una muy complicada sesión la siguiente semana, sabía que lo que propondría sería una decisión de las más difíciles y eso era decir mucho, tomando en cuenta lo que habían hecho antes. No obstante, quizá habría que convertir la isla en una caverna... en la caverna de Platón.